México está por enfrentar un proceso electoral intermedio en el que, mientras la gente muere, pierde su trabajo o se arriesga todos los días para buscar el sustento, los partidos viven en su propio país y se comportan como siempre, con la única meta de conseguir votos sin importar los medios.

Para cuando escribo esta nota, la pandemia, lejos de disminuir, nos habrá llevado a un punto realmente crítico en términos de decesos, de condiciones económicas y de atención a la salud. Siendo claros, esto no solo está pasando en México, sino también en otros países que, en el papel, tienen mayores recursos para enfrentarla. Así lo revelan los casos de Alemania e Inglaterra, por mencionar dos.  

En medio de esta etapa tan aciaga a escala global, los mexicanos nos enfrentamos a un escenario que llega, para mi gusto, en mal momento: el proceso electoral intermedio. En efecto, como si fueran necesarias mayores complicaciones, las estrategias de campaña por parte de los partidos se han puesto en marcha creando, a mi parecer, una distracción de los problemas de fondo por atender y, a la vez, una increíble división/polarización cuando lo que más se necesita es solidaridad y compromisos colectivos en todos los niveles.  

Iniciando no sólo con las descalificaciones de siempre, sino incluso queriendo capitalizar la pandemia a su favor para posicionarse pública y políticamente, estas instituciones comienzan un bombardeo que me parece no sólo poco ético, sino inmoral e incluso inhumano. Presidentes de partidos, precandidatos, colores, logos y hasta escobas desfilan ante los ojos, ofreciéndonos un mar revuelto de intereses y deseos egoístas, pero también incoherentes y vacíos de ideas o propuestas mínimamente claras y/u operativas. Mientras la gente muere en los hospitales, se quedan miles sin trabajo o se arriesga todos los días para buscar el sustento, los partidos viven en su propio mundo, en su propio país, y se comportan como siempre con la única meta de conseguir votos sin importar los medios.      

Desafortunadamente, el INE no ayuda en absoluto para atenuar esta situación, sino que parece igualmente centrado en promover la participación sistemática, pero acrítica y descontextualizada. El lema parece ser: “tu vota, no importa lo demás”, “tu tómate la foto, ya veremos después”, “ve a votar que con eso todo se soluciona” o, incluso, “déjale todo a los partidos o a las instituciones, ellos saben que hacer”. Además, todo esto financiado con el dinero del pueblo de México, es decir, de la mano de una 4T que, por un lado, da estocadas a todo lo que tiene que ver con ciencia y tecnología, pero por otro deja y promueve que los partidos sean los mismos de siempre y sirviéndose como siempre.  

Al final, ellos, al configurar los congresos, se convierten en juez y parte. Dirán que es efecto de nuestra democracia y, si es así, le sirve a quienes guardan esos puestos o tienen el capital simbólico para interferir en las decisiones, pero no a la gente. Así puede ser la democracia procedimental, en especial en la pandemia. En este caso, buen ejemplo de función/acción naturalmente selectiva, ciega e invisibilizadora de los males sociales y sujeta a su propia lógica reproductiva: sistémica, mecánica y cosificante. 

Para mí, si hubiera algo de cordura y sensibilidad, muchos de esos recursos tendrían que estar dirigidos, sin lugar a duda, al alivio de los grandes males que enfrentan las personas, a paliar este escenario funesto de pandemia y todas las graves consecuencias que se derivarán en los años venideros. Las campañas tendrían que ser empequeñecidas, llevadas a su mínima expresión, en aras de metas humanas y colectivas que deberían de estar por encima de cualquier interés político-partidista o de la reproducción funcional del sistema.  

Asimismo, centradas no en la descalificación divisora, nociva y arrogante, sino en la suma de esfuerzos y en la puesta de ideas innovadoras para enfrentar los aciagos momentos actuales y futuros. Quizá pido mucho cuando parecen incapacitados para el diálogo, el consenso y el acuerdo respecto a metas sociales de largo alcance y en favor de las personas a las que supuestamente representan.   

Desde mi perspectiva, la continuidad de un sistema y de una vida institucional vinculada a él no se debe dar sólo porque sí, no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe de estar sustentada en valores fundamentales que tienen que ver, antes que cualquier otra cosa, con la salvaguarda de la vida y, al respecto, de la protección de las personas y de la provisión de todos aquellos elementos esenciales para su calidad de vida. Las actuales campañas electorales me parece que muestran un total desprecio a estos fundamentos.  

Me queda claro que los partidos políticos en México tienen muy poco interés en las personas (si no es que ninguno), sino más bien en la continuidad de ese sistema desigual y jerárquico que les permite conservar sus ventajas aun en medio de esta pandemia lacerante. De ellos no podemos esperar ningún cambio de fondo, cuando parece que sólo buscan el poder por el poder. Esto me lleva a considerar que vivimos en una etapa en la cual el modelo representativo muestra graves contradicciones de fondo. En otras palabras, una creciente brecha entre los partidos políticos y los males o sentires de las personas para las cuales se deben.  

Deseo finalizar diciendo, con claridad, que no estoy para nada en contra de la democracia, por el contrario, lo que busco es la crítica constructiva y la consideración de un modelo más humano y con mayor implicación a nivel social. Es decir, una democracia basada en un verdadero debate público, sin simulaciones y, por lo tanto, centrado en las personas y en los males que le aquejan. Una democracia que, por lo tanto y hoy menos que nunca, no base su vida en lo procedimental y en los partidos que sin duda nos quedan mucho a deber. En todo caso, me responsabilizo y acepto mi propia implicación respecto a la generalización que realizo sobre los partidos políticos y quienes los componen. Sin embargo, diré que las campañas electorales, especialmente las que veo hoy, me llevan a esas generalizaciones debido a las narrativas y discursos institucionales carentes de pertinencia y aprehensión de la realidad. Me reflejan la carencia de reflexión y debate internos, así como la igual ausencia de ideas coherentes y socialmente comprometidas.   

Así, para mí lo primordial es señalar una discusión pública sobre las instituciones, en este caso los partidos, que han extraviado la brújula (si es que alguna vez la tuvieron) y, a su vez, sus objetivos fundamentales, para ver si es posible reconstruirles su función esencial 

La continuidad de un sistema y de una vida institucional vinculada a él no se debe dar sólo porque sí, no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe de estar sustentada en valores fundamentales que tienen que ver, antes que cualquier otra cosa, con la salvaguarda de la vida y, al respecto, de la protección de las personas y de la provisión de todos aquellos elementos esenciales para su calidad de vida.