Su trayecto hacia el sacerdocio jesuita ha sido marcado por un profundo compromiso con la juventud y una dedicación incansable al servicio social. Próximo a ordenarse sacerdote en el ITESO, Guillermo ha encontrado en la espiritualidad ignaciana una fuente de inspiración y guía a lo largo de su vida

Nacido en Tancítaro, Michoacán, Guillermo Medina Guerrero proviene de una familia numerosa: es el sexto de ocho hijos. Y aunque en la familia ya se pensaba que alguno de los hijos optaría por la vida eclesial, ciertamente sorprendió a todos cuando compartió su intención de unirse a la Compañía de Jesús para, desde ahí, servir a la sociedad. 

Educado inicialmente en instituciones religiosas y posteriormente en escuelas públicas, Guillermo se licenció en Contaduría por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Aún como estudiante, uno de sus hermanos mayores lo invitó a participar en una ruta jesuita en Uruapan, Michoacán. A partir de este primer acercamiento con la Compañía de Jesús, fue invitado a misiones en Veracruz. “Fue después de eso que me quedé con una inquietud, más que vocacional, de servicio”, comparte. 

Llegó a estas misiones con una crisis de fe, con una experiencia de Iglesia y una imagen de Dios que le causaban mucho conflicto. “Pero al participar en estas misiones conocí un modo distinto de organización eclesial; pude constatar otros modos de ser Iglesia diferentes al que yo conocía, era estar con la gente y no centrarlo solamente en la liturgia”, recuerda. 

Colaboró después como voluntario en un albergue para personas con VIH en Morelia, profundizando con ello su interés por la espiritualidad ignaciana. La inquietud era tal que, al terminar su carrera, pidió entrar al prenoviciado en 2011, en Tabasco, para luego ingresar al noviciado en Ciudad Guzmán, en 2012. 

Llegó al ITESO a estudiar la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales, tras lo cual vivió su etapa de magisterio en Torreón, Coahuila, en la parroquia de San Judas. Ahí acompañó la pastoral de jóvenes y la pastoral social, más enfocada a colaborar con el Centro de Derechos Humanos Juan Gerardi y atendiendo asuntos de ecología y formación en derechos humanos, y dando acompañamiento en materia de desaparecidos y asuntos migratorios, entre otros. 

Más adelante cursó la maestría en Teología en la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia, donde colaboró con jóvenes de zonas populares y migrantes desplazados en el municipio de Soacha. Sin embargo, su interés académico continuó por la línea de los desaparecidos, particularmente en el papel de la mujer en la búsqueda de desaparecidos y en la figura de María Magdalena. 

En noviembre de 2023 fue ordenado diácono, aun estando en Colombia. Desde enero de 2024, Guillermo reside en Parras, Coahuila, donde ejerce su diaconado en la parroquia de Santa María las Parras.  

Acompañamiento a jóvenes y a familias de desaparecidos 

“Prácticamente todo mi servicio en la Compañía ha sido en parroquias y principalmente con jóvenes”, señala. Ha sido justamente en el acompañamiento a jóvenes donde ha encontrado una de sus mayores alegrías en el servicio.  

“Para mí fue clave entender mi vocación como joven desde el acompañamiento de los jesuitas. Considero que el acompañamiento espiritual de los jesuitas en mi vida logró afianzar mucho mi manera de entender el mundo, de entender la fe, y eso me dio mayor libertad para poder tomar decisiones. Por eso yo creo en apostar por los jóvenes”, menciona. 

Otra línea social muy cercana a él es el acompañamiento a familias de desaparecidos. “En Michoacán ha habido una situación de violencia muy, muy fuerte. Si algo me ha marcado, pues ha sido ese tema”, afirma. Fue durante su magisterio, mientras realizaba estas tareas, que se ha sentido “más invitado a estar”. 

 

Una nueva forma de ser y hacer Iglesia 

Las nuevas formas de ser Iglesia con las que se encontró desde hace más de diez años, durante sus misiones en Veracruz, las ha ido madurando a lo largo de toda su formación jesuita. “Yo apuesto mucho por una Iglesia que no está centrada solamente en los clérigos, sino que es más de tipo asamblea y más de tipo participativo”, apunta. 

A días de ser ordenado sacerdote jesuita, Medina Guerrero imagina una Iglesia que se cuestiona el modo de vivir la fe teniendo como referencia a Cristo, lejana de los ritos y protagonismos de los sacerdotes y religiosos, y cercana a un nuevo paradigma que la hace más participativa, dinámica, colectiva, “más de escuchar, comprender y aportar desde las realidades”, dice. 

“Estamos pasando por una realidad como provincia en la que el número de jesuitas ha bajado mucho en los últimos años. Eso implica sentarnos, discernir y priorizar aún más. Tenemos que preguntarnos: ¿qué queremos durante nuestra estancia aquí? ¿Hacia dónde queremos apostar? Porque no se puede abarcar todo”, lamenta. 

Éstos son, a su parecer, tan sólo algunos de los retos que la Iglesia enfrenta de manera más inmediata. “Hay situaciones en las que nos hace falta abrirnos para saber acompañar. La participación del laico será importante en los próximos años, principalmente las mujeres. Si no nos abrimos a esa nueva realidad, nos vamos a quedar esperando a que un sacerdote nos resuelva todo y eso va a ser frustrante para nosotros como Iglesia”, afirma.