En el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, Luis Miguel Sánchez Loyo, profesor del ITESO, insiste en la promoción de factores protectores para disminuir o neutralizar las vulnerabilidades de las personas que pueden conducir a este desenlace

En un contexto en el que las tasas de suicidio a nivel nacional y estatal permanecen en paulatino pero constante aumento desde hace aproximadamente 35 años, es imperativo concebir al suicidio como un problema de salud pública y no sólo de salud mental, afirma Luis Miguel Sánchez Loyo, académico del Departamento de Psicología, Salud y Educación del ITESO (DPES). 

Ante esta tendencia, el académico recomienda que las políticas públicas se enfoquen en estrategias de prevención que comprendan componentes ambientales, socioculturales, individuales y familiares.  

“Nos hace falta incidir en los factores de riesgo de manera más temprana y promover factores protectores, que en términos de salud mental sería el equivalente a comer frutas y verduras”, comparte.  

Algunos de estos factores protectores son tener buena higiene del sueño, hacer ejercicio, moderar el consumo de alcohol y cualquier droga recreativa y mantener vínculos sociales sanos. Con la implementación de estas medidas se busca que la mayoría de las potenciales dificultades se puedan controlar, lo que disminuiría la posibilidad de que la persona transitara hacia problemas más serios.  

“En caso de que ya existan dificultades (como desregulación emocional, pocas habilidades sociales o problemas para tomar buenas decisiones), lo ideal es reconocerlas lo antes posible y canalizar a las personas a servicios adecuados, talleres específicos para sus vulnerabilidades. Y si se requiere, buscar atención psicológica y psiquiátrica”, apunta el especialista. 

Lamenta que los estigmas alrededor del suicidio alejen a la sociedad de apoyar esta causa: “Es más fácil que una persona done para asociaciones de perros que para asociaciones de prevención del suicidio. Éste es un tema que requiere de la colaboración del gobierno y de la sociedad mexicana”. 

Luis Miguel Sánchez aplaude que el enfoque de las investigaciones en torno al suicidio haya evolucionado en las últimas décadas, para centrarse en la comprensión de diversos factores biológicos, sociales, ambientales y de otros tipos, y no en encontrar una única causa para el suicidio.  

Sin embargo, afirma, los factores de riesgo se transforman en el tiempo, por lo que los factores protectores también van cambiando y variando en efectividad; de ahí la importancia de que la ciencia permanezca en constante diálogo con los creadores de las estrategias sociales. 

El suicidio en el contexto universitario

Sánchez Loyo trabajó recientemente en un estudio sobre factores protectores para la ideación suicida en jóvenes universitarios, con apoyo de la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad de Guadalajara, instituciones donde también imparte cátedra.  

Dicho proyecto contó con la participación de estudiantes del ITESO, quienes, a través de encuestas, ayudaron a definir factores de riesgo asociados y conductas suicidas, con la pandemia como contexto.  

La ideación suicida, señaló el académico, tiene lugar cuando la persona piensa que estaría mejor muerta o piensa en quitarse la vida. En ese sentido, el estudio encontró vulnerabilidades que partían desde lo social (disfunción familiar, aislamiento social, crisis económica y reportes inadecuados de suicidios en los medios de comunicación) y desde una faceta más personal (desesperanza, dificultad para regular emociones y síntomas depresivos). 

“Encontramos que los factores sociales inciden en cómo los chicos se sienten y aumenta la depresión, la desesperanza y la desregulación emocional y eso los lleva a pensar en el suicidio”, explica, a la vez que señala que estos resultados se pueden extrapolar al resto de la población universitaria. 

Cifras después de la pandemia

El experto indica que las tasas de suicidio a nivel mundial se incrementaron hasta en un 20 por ciento durante la pandemia. “El último reporte que hizo el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) sobre mortalidad menciona que bajaron, pero si borras los dos años de la pandemia, se incrementaron un poco”. 

Asimismo, comparte que el suicidio se comporta de formas diferentes por grupos etarios. Por ejemplo, la edad de mayor riesgo para las mujeres va de los 15 a los 25, mientras que para los hombres va de los 20 a los 30 y hasta 35 años. 

“Esto habla de las vulnerabilidades de las mujeres en la adolescencia y juventud temprana, y para los hombres en su juventud”, apuntó el académico. 

Por otra parte, el suicidio se da más en personas que únicamente cuentan con educación primaria o secundaria. “El suicidio tiene que ver con vulnerabilidades, y la poca escolaridad se asocia con empleo precario y condiciones de pobreza. Las personas con más educación tienen más recursos para afrontar las vulnerabilidades que pudieran surgir”, apuntó. 

Sánchez Loyo señala que el comportamiento suicida no surge de la noche a la mañana, sino que comienza en la infancia y adolescencia y se va acentuado en la adolescencia y juventud. Al acumularse vulnerabilidades como la ansiedad, el sedentarismo o la impulsividad, un factor desencadenante se vuelve mucho más peligroso.  

Para las mujeres, la violencia y el engaño son punto de quiebre, mientras que, para los hombres, el aspecto económico y laboral pesa mucho.

FOTO: Zyan André