Leticia Sánchez Báez, perteneciente a la primera generación del Doctorado en Investigación Psicológica del ITESO, llevó a cabo una investigación que revisa la efectividad de la ayuda profesional para las parejas, y propuso un enfoque centrado en el trasfondo que conduce a esa situación
Más allá de los nuevos formatos de relaciones afectivas que cada vez van ganando más adeptos, en México sigue prevaleciendo la idea de la monogamia en las relaciones de pareja. Ante una crisis de infidelidad, hay quienes optan por terminar la relación. Otras parejas buscan trabajar en ella en espera de repararla, acompañándose de un terapeuta. Pero ¿realmente sirven estos procesos? ¿Se logran los resultados esperados?
Leticia Sánchez Báez, académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud (DPES), buscó dar respuesta a ello con su tesis “Efectividad de la psicoterapia integrativa experiencial-sistémica en parejas con crisis por infidelidad”, con la que culminó sus estudios en el Doctorado en Investigación Psicológica por el ITESO.
Psicóloga clínica por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), cuenta con una maestría en psicoterapia sistémica por el Centro de Estudios Superiores y Atención a la Familia (CESAFAC) y una más en Desarrollo Humano por el ITESO, institución en la que comenzó a dar clases desde 1991.
Es también consumada emprendedora, primero con el Centro de Desarrollo Humano Xinatstli y, ahora con el Centro Empareja, que recién celebró sus primeros diez años y que se especializa en dar atención a parejas. Fue justamente su trabajo aquí el que le dio los primeros visos para elegir su tema de tesis para el doctorado, al ser la infidelidad una de las razones más recurrentes por las cuales una pareja busca acompañamiento terapéutico.
“Existe a nivel social un estigma sobre la infidelidad de ser una especie de pecado mortal; nosotros, como terapeutas, estamos influidos por ello y no abordamos adecuadamente el fenómeno de la infidelidad en la terapia de pareja. A fin de cuentas, no es una enfermedad ni patología: no es una depresión, no es ansiedad. Es un suceso”, apuntó.
Sánchez Báez planteó un enfoque no coercitivo que se distanciara del discurso de víctimas y victimarios para dar prioridad a encontrar los trasfondos que dieron pie a la infidelidad. Esto permitió que el vínculo terapéutico se reforzara desde el comienzo del proceso.
Los aspectos relacionados con la estabilidad, la empatía y la comunicación mejoraron tras la terapia y se constató que, en todos los casos, había habido un distanciamiento antes del descubrimiento de la infidelidad.
“Al final de la terapia, casi todas las parejas dijeron que ya sabían cómo comunicarse y que volvieron a encontrar códigos en común, además de que reencontraron o renovaron espacios de conexión entre la pareja. Incluso, algunas parejas reportaron experimentar estos espacios por primera vez”, dijo.
La académica afirmó que la efectividad de la terapia no se determinó considerando si la pareja permaneció unida luego del proceso terapéutico, sino, en cambio, mediante indicadores, individuales y en conjunto, de satisfacción, bienestar y felicidad, tanto en el contexto personal como en el de pareja. Estos indicadores son obtenidos a través de herramientas estandarizadas, así como con un instrumento elaborado por la propia especialista.
Aun cuando, en estos términos, quedó probada la efectividad de la psicoterapia en todas las parejas, la autora señaló que la confianza no se restableció. “El aspecto que duele más no es la infidelidad en sí, sino la mentira, el engaño”, dijo. Además, la percepción de la infidelidad como negativa y reprobable permaneció en los consultantes, tanto de la parte actora como de la reflectante.
La terapeuta propuso un enfoque de género para difuminar las diferencias entre los roles sociales masculinos y femeninos durante la terapia, a fin de que el modelo propuesto promoviera “una mutualidad verdadera, equilibrando las cargas de poder entre uno y otro”.
Gracias a esta estrategia, “se disminuyeron las diferencias de género porque la felicidad y la satisfacción percibida (por mujeres y hombres) se equiparó”, dijo.
En el estudio participaron 13 parejas que recibieron acompañamiento, tanto presencial como en línea —en atención a la contingencia sanitaria por covid-19.
Un posgrado esperado
Con este posgrado, Sánchez Báez quiso consolidar los más de 30 años de experiencia que tiene como docente, psicoterapeuta y conferencista. Al enterarse de la apertura del Doctorado en Investigación Psicológica en el ITESO, no dudó en enrolarse para convertirse en una de las diez estudiantes de la primera generación.
“Estudié en el ITESO porque sé de la calidad educativa que tiene, especialmente en la preparación, el conocimiento y la experiencia en investigación de sus profesores”, dijo. Afirmó que el programa superó sus expectativas y la enfrentó a retos que la encaminaron a tener una experiencia de aprendizaje significativo.
Ahora como doctora, Leticia Sánchez aportará a la formación de sus estudiantes desde “un lugar con más capacidad de reflexión”, compartió. Asimismo, buscará compaginar su labor docente y terapéutica con la investigación, a fin de publicar libros que ofrezcan análisis y propuestas terapéuticas alternativas.
FOTO: Luis Ponciano