Al ser un lenguaje que promueve el contacto visual, la expresión y la atención, la lengua de señas permite construir y reforzar relaciones personales presentes, por ejemplo, entre docentes y estudiantes, pero es una lengua silenciada por la oralidad.
POR ANA HERNÁNDEZ MORFÍN

Comunicarnos a través del habla, del arte, de la escritura… En cualquier forma, el lenguaje nos completa, nos permite cuestionar y entender lo que sucede dentro y fuera de nosotros. Algo tan nuestro, tan necesario, tan incuestionable. Lo adquirimos en casa desde nuestros primeros años y gracias a él pudimos relacionar aquello que sentíamos con el miedo, la tristeza, el enojo o el amor. El lenguaje comienza al darle un significado a algo, al nombrarlo. ¿Qué haríamos sin él?

En la investigación que realicé en el PAP “Mirar la ciudad con otros ojos” me propuse explorar el desarrollo, la difusión y la enseñanza de la Lengua de Señas Mexicana (LSM) en el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG). La lengua de señas es una lengua natural con una estructura gramatical completa. Para esto investigué cuáles instituciones educativas públicas y privadas se dedican a su promoción y enseñanza para conocer sus puntos de vista y los posibles efectos que esto produce en la educación a largo plazo, especialmente en niños. También indagué sobre la historia general de la lengua de señas, y realicé entrevistas a personas conocedoras del tema o que pertenezcan a la comunidad sorda.

¿Qué es la lengua de señas? Es un lenguaje que utiliza un canal visual–gestual–espacial, a diferencia del lenguaje oral, que se establece mediante uno vocal–auditivo. El registro más antiguo que se tiene con respecto a la lengua de señas es el de las comunidades sordas australianas, que sigue vigente después de ocho mil años de existencia, dice Rodolfo Torres, director de Atención a Personas con Discapacidad en la Secretaría de Igualdad Sustantiva del Estado de Jalisco. En México, en la península de Yucatán ha pervivido una lengua de señas maya en la comunidad indígena de Chicán.

Hoy una parte de la población con discapacidad auditiva no tiene acceso a un lenguaje porque a lo largo de la historia hubo hechos que perpetuaron la idea de que el lenguaje es intrínseco a la voz, al habla. Uno de estos hechos fue el Congreso Internacional sobre la Educación de los Sordos en Milán, en 1880, donde se cuestionó el mejor método para la educación de los sordos: el oralismo o la lengua de señas.

A propósito de esta discusión Oliver Sacks, en su libro Veo una voz, aseguró que “en tan sólo veinte años se deshizo el trabajo de un siglo” porque prácticamente se excluyó a los sordos de participar en el análisis y por supuesto de la votación, de esa manera el oralismo fue elegido como un método educativo que supeditó al del lenguaje de señas. Esto significó que en muchas partes del mundo se prohibiera la lengua de señas como método de educación, y también significó un retroceso para nuestra forma de percibir el lenguaje, lo limitamos a ciertas características y lo alejamos de su esencia: dar sentido a las cosas.

Existen varios movimientos que proponen replantear nuestra mirada hacia esta lengua, que nos invitan a experimentarla en su totalidad, sin percibirla como discapacidad.

Para un niño oyente, la adquisición del lenguaje a través de la lengua oral resulta natural; para un niño sordo la adquisición del lenguaje a través de la lengua de señas resulta natural. Sin embargo, al ser la gran mayoría de los niños sordos hijos de padres oyentes, el acceso temprano a esta lengua se vuelve más complicado; incluso en algunos casos esto nunca llega a suceder. Los derechos lingüísticos y culturales de estos niños se ven eliminados por la normalización a la que nos hemos acostumbrado: normalizamos el lenguaje como esencialmente oral.

La Lengua de Señas Mexicana redefine nuestra concepción del lenguaje. La conexión que haces con tus manos, con tus expresiones, tus gestos y con el resto de tu cuerpo es tan completa y natural que se vuelve una parte intrínseca de ti, que tal vez fuiste dejando atrás desde la niñez. Al ejercitarla recuperas una forma de comunicación fluida y natural que se ha ido perdiendo en el siglo XXI. La tecnología nos facilita la comunicación, pero también nos desconecta de nuestro cuerpo, de nuestros gestos. Nos es cada vez más complejo detectar qué es aquello que realmente sentimos: nos cuesta trabajo ponerlo en palabras, nombrar lo que sentimos al interior. La lengua de señas es un lenguaje introspectivo y demostrativo a su vez; trabaja con la empatía y la compasión propia, con la conexión de tu cuerpo y tu lenguaje.

En el aspecto educativo, la lengua de señas puede facilitar el aprendizaje dentro de las escuelas al ser un lenguaje que promueve el contacto visual, la expresión y la atención. Esto permite construir y reforzar relaciones personales presentes, en este caso, entre docentes y estudiantes. Su gramática compleja te recuerda la importancia de tus gestos, su conexión con lo que quieres expresar, e impone un reto como ningún otro idioma hablado; es como si regresaras a una naturaleza lingüística de la que no te habían contado antes

Ana Hernández Morfín es egresada de la carrera de la Licenciatura en Relaciones Internacionales del ITESO. Éste es un artículo derivado de la investigación que realizó en el PAP “Mirar la ciudad con otros ojos. Memorias e identidades” en la primavera de 2019.