El hombre, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado.

José Ortega y Gasset, 1930. 

Explorar el origen y la evolución de la escritura fue uno de los temas de investigación del PAP Mirar la ciudad con otros ojos 

POR Ana Sofía Alarcón Romero

El mayor invento de la humanidad, que supuso el fin de una época y un giro sin retorno, es la escritura. Su primera aparición se remonta alrededor del año 3,500 a.C. en Sumeria. Fue un hito tan descomunal para la humanidad que supuso el fin de lo que conocemos como prehistoria y el inicio del registro histórico. La capacidad del ser humano de acumular información y transmitirla es una de las cualidades que lo diferencian en complejidad de los otros animales. La comunicación se trasmitía de manera oral y con la escritura esta información trascendió a los individuos, el conocimiento se volvió verdaderamente inmortal. 

Con la escritura se manifiesta y relata la historia y biografía de la escritura misma. Gracias a su existencia ahora estás leyendo estas palabras para conocer una historia y obtener información, la cual escribo desde mi propia lectura de otros textos, cuyos autores se informaron de textos anteriores y así sucesivamente hasta llegar a los primeros registros escritos. Podemos tener más certeza sobre la realidad de los hechos, a diferencia del conocimiento que sólo era transmitido oralmente y que provenía sólo de aquellas mentes y voces al alcance de uno; hoy leemos textos de cualquier parte del mundo, de cualquier tiempo en la historia y de diversas personalidades y temas.  

Se dice que la escritura fue inventada por los sumerios, civilización que habitaba en Mesopotamia, región que hoy es Irak, en el cuarto milenio antes de Cristo y que de ahí se propagó por el mundo antiguo. Otros dicen que se originó en Egipto o en la antigua ciudad de Harappa, actual territorio de Pakistán. Y también están aquellos que consideran que a ningún pueblo se le debería de atribuir el mérito de haber inventado la escritura, porque ésta apareció en distintos lugares y épocas. 

En un texto publicado por la Universitat Jaume I de España sobre la historia de la escritura, y basándose en las actuales pruebas arqueológicas, se lee que la escritura apareció al mismo tiempo en Mesopotamia y Egipto, aproximadamente un siglo antes del año 3,000 a.C. Sin embargo, dicen que es probable que comenzara un poco antes en Mesopotamia por la evidencia que se tiene de las tablillas de arcilla de Uruk, alrededor del año 3,300 a.C., y porque la historia del desarrollo urbano en Mesopotamia es más larga en comparación con la del valle del Nilo en Egipto. Se tienen otros registros como los llamados “huesos oraculares” de la civilización shang al norte de China y que datan del 1,200 a.C. En Europa la escritura más antigua se descubrió en Creta en el año 1,900 y data del 1,750 a.C. En América Central la escritura más antigua es la olmeca, civilización que se desarrolló en la región de Veracruz en el Golfo de México, que data alrededor del año 900 a.C. 

Su origen exacto y su historia no la conocemos con certeza, pero lo que sí es claro es que la lengua escrita es una de las más formidables invenciones de la especie humana, pues ha estado con nosotros desde casi los albores de nuestra civilización y ha seguido guiando cada paso que hemos dado hasta convertirnos en la compleja sociedad hiperconectada de hoy. 

El filósofo español José Ortega y Gasset alude a la condición humana de nacer con un precedente histórico, existir sobre el pasado y un pretérito acumulado. Esta condición fue potenciada a su máximo con la escritura, ya que con ella la información que se puede almacenar es infinita y tiene la posibilidad de pervivir a través de los siglos. De este modo permite que futuras generaciones aprendan de pasados fracasos y se cimienten e inspiren en aquellos triunfos y aprendizajes. 

El registro escrito que revolucionó al mundo y a la humanidad no sólo es el de las palabras, pues de igual modo lo hizo el uso de los números, la aritmética. La posibilidad de registrar de forma escrita operaciones matemáticas y llevar cuenta de cifras fue un gran avance en la organización de las primeras civilizaciones, lo que las llevó a conformarse en Estados con leyes y normas. Una vez que las leyes y normas se solidificaron y se dieron a conocer a un número mayor de personas, sin sufrir la degradación a causa de la información transmitida oralmente, se fortalecieron las tradiciones y unificaron cada vez más personas bajo un modo de vida en común. 

En Europa la escritura más antigua se descubrió en Creta en el año 1,900 y data del 1,750 a.C. En América Central la escritura más antigua es la olmeca, civilización que se desarrolló en la región de Veracruz en el Golfo de México, que data alrededor del año 900 a.C. 

Es importante mencionar que la secuencia de hechos y transformaciones que surgieron de la escritura y el registro de información es tan amplia y variada que resulta difícil identificarla en su totalidad, es una tarea compleja para la mente humana, ya que fue tal el impacto en la humanidad que imaginar el mundo sin este invento para así lograr identificar los avances que fueron efecto resulta un tanto utópico. 

Otro tipo de escritura con un notable impacto es el de los códigos, los cuales hoy son la anatomía y el motor de los casi omnipresentes smartphones, computadoras, y aparatos electrónicos que con la programación de códigos y algoritmos procesan datos. La importancia de la escritura se manifiesta en nuestra era, la era digital, en el procesamiento de datos a altas velocidades, el almacenamiento de información que se duplica o triplica cada tanto, en la que cada 8 o 10 años observamos un cambio en el mundo que en otros tiempos llevaría siglos. Mientras se apilan miles de libros impresos en bibliotecas y librerías, también crece el contenido en Internet con cada año que pasa. 

Para comprender cómo llegó el ser humano a inventar la escritura, contaré la siguiente historia. 

Alrededor del año 3,800 a.C. un comerciante se encuentra con la dificultad para llevar el control de los productos que tiene en existencia y decide idear algún método para contabilizarlos. De esta manera elabora algunas clases de figuras geométricas como conos, esferas, cilindros, pirámides, y así cada una representaría un producto distinto. Las esferas representarán las cabezas de ganado, los conos las ovejas, y los cilindros las ánforas de aceite. Así llevaba la cuenta de cada producto, si tenía cinco ovejas, ponía cinco conos, si tenía diez cabezas de ganado, diez esferas. 

Después de trescientos años el comercio ya se ha desarrollado, y entonces necesitan más figuras para un mayor número de productos y para poder llevar cuentas más exactas. Necesitan además de saber cuántas cabezas de ganado hay, cuántas de ellas son vacas, becerros o bueyes, y surgen así formas más elaboradas. 

Hacia el año 3,200 a. C. la variedad de figuras es enorme y el hecho de que estén al alcance de la mano no ofrece seguridad, ya que cualquiera las puede mover o llevárselas y alterar el inventario de los productos. Es probable que por esta razón otro ingenioso comerciante creara un recipiente seguro. Elaboró una vasija hueca con forma de globo, le hizo una abertura, introdujo las figuras y luego la selló con cera. Para recordar el contenido de las vasijas imprimió en la parte exterior, sobre la arcilla aún blanda, la forma de las figuras que tiene en su interior. 

Sin siquiera sospecharlo, este comerciante había realizado un acto trascendente. Las figuras representan un elemento de la realidad, ya sea una vaca o una oveja, este hecho las convierte en signos, es decir en formas con significados. Las figuras que quedaron grabadas en el exterior de la vasija hacen referencia a las que están adentro, por ende, también son signos, signos que representan otros signos. Esto es, en esencia, escritura. Las palabras que pronunciamos son signos, combinaciones de sonidos con significado. La escritura es un sistema de signos gráficos que representan esas palabras pronunciadas. La escritura es entonces un sistema de signos que remiten a otros signos. 

Setecientos años después de aquel primer comerciante que definió esas figuras, en el año 3,100 a.C., las vasijas que habían sido utilizadas durante cien años, llamadas “bullae”, terminaron por ser incómodas. Podían convertirse en muchas y eran voluminosas. Así, las nuevas generaciones de comerciantes decidieron buscar un sistema de contabilidad más eficiente y en lugar de moldear figuras que representaran objetos, idearon grabarlas en una lámina de arcilla. 

Pronto se presentaría otro gran progreso, en lugar de representar las “cuatro ovejas” grabando en la arcilla cuatro signos de oveja, decidieron dibujar uno solo y crear un signo nuevo para el número cuatro. Este es un avance fundamental, pues los signos ya no hacen referencia a los elementos de la realidad, sino a las palabras. 

Alrededor del año 2,900 a.C. los signos toman otra forma por la superficie plana de la lámina y comienzan a parecerse al objeto al cual hacen referencia. Y para aquellas nociones que no tienen forma, como los números, siguen utilizando signos inventados como esferas y medias lunas. Estos signos que dibujan el objeto que representan se denominan pictogramas. Los signos que no tienen forma parecida a ningún elemento de la realidad se llaman logogramas. Ambos al mismo tiempo son ideogramas, porque representan un concepto o idea. 

Mientras en Mesopotamia estos comerciantes grababan sus tabletas de arcilla, en Egipto se desarrollaba otra manera de escribir: la escritura jeroglífica. Sin embargo, esta escritura era tan compleja que sólo la dominaba un grupo muy selecto, los escribas. Estos jeroglíficos eran signos tallados en piedra, de ahí que su nombre se componga de dos raíces griegas: “hiero”, que significa solemne o sagrado, y “glifo” que quiere decir grabado en piedra. Se trata de una escritura que sólo se empleaba para textos religiosos o para textos relacionados con los faraones y reyes. 

Volviendo a Mesopotamia, los signos registrados en láminas de arcilla se fueron transformando y gradualmente fueron reemplazados por logogramas, los cuales con el paso del tiempo adoptaron formas que se componen de trazos triangulares por el hecho de que se marcan sobre la blanda arcilla con una varita de caña parecida a un lápiz, que tiene una punta triangular. Ya que estas marcas parecen una cuña, a esta escritura se le conoce más tarde con el nombre de cuneiforme, porque “cunei” significa cuña en latín. 

Al igual que los jeroglíficos, esta escritura cuneiforme es a la vez ideográfica y fonográfica: sus signos pueden ser interpretados como palabras, ideas completas o como sonidos. La escritura cuneiforme inventada por los sumerios fue adoptada por muchos pueblos del mundo antiguo y adaptada a varias lenguas. Como se dijo antes, aparte de ésta, en los siglos anteriores a la era cristiana se conocieron otros sistemas de escritura; en algunas poblaciones de China y en Centroamérica hay testimonio de otros sistemas. 

Con el paso del tiempo estos sistemas de escritura fueron acentuando su carácter fonográfico y cada vez prevalecía más la tendencia a interpretar los signos como representación de los sonidos. Más adelante en Ugarit, en la actual Siria, surgió un sistema que emplea 30 signos cuneiformes para representar los sonidos de la lengua ugarítica, y así nació el alfabeto, el sistema más económico de escritura. Posteriormente la idea fue perfeccionada por los fenicios, quienes cambiaron la forma de los signos y dejaron de ser cuneiformes. El alfabeto fenicio fue conocido por muchos pueblos que estaban en contacto con ellos, pues los fenicios eran grandes comerciantes, y de esta manera se fue extendiendo a otras regiones del mundo antiguo, llegando así a Roma, donde los signos se volvieron a modificar. 

El alfabeto romano es el que emplean muchas lenguas hoy en día. Es el que estás leyendo en este momento y con el que, a muy grandes rasgos, me permití hacer el intento de escribir parte de la historia de la escritura misma. 

Ana Sofía Alarcón es estudiante de la Licenciatura en Arquitectura en el ITESO. Este artículo es parte de la investigación “Obra escrita de arquitectas y arquitectos jaliscienses”, que se lleva a cabo en el PAP Mirar la ciudad con otros ojos en el periodo de otoño 2022. 

FOTO: Andrys Stienstra en Pixabay