La tragedia socioambiental de la selva amazónica, también ha puesto en jaque a las relaciones políticas nacionales e internacionales de Brasil y nos devela el dilema de “progresar” bajo el amparo del sistema capitalista

Durante agosto la selva amazónica ha sido presa de múltiples incendios que han puesto en jaque a la política internacional. Los hechos se viralizaron luego de que el 20  de agosto se difundieran imágenes de la ciudad de Sao Paulo totalmente oscura a medio día, a causa de las columnas de humo que emiten los incendios amazónicos. La indignación global se  hizo sentir a través de redes sociales frente a la inacción del gobierno brasileño ante la catástrofe. Durante las últimas semanas, voces internacionales como la de Leonardo Dicaprio, difundieron mensajes en redes llamando a la acción frente a la tragedia, pero el gobierno brasileño seguía matizando la magnitud de la emergencia. Desde los primeros días de agosto, el presidente Jair Bolsonaro había puesto en jaque a las autoridades ambientales de Brasil, al cuestionar la metodología de medición de los incendios, así como la estrategia de comunicación de los hechos. Es cierto que en cada temporal de sequías los incendios son un fenómeno recurrente en los bosques y las selvas del planeta. También es cierto que muchos de estos incendios son provocados con el objetivo de ganarle terreno a la naturaleza, ya sea con fines inmobiliarios, o bien agrícolas o mineros. Los incendios en Brasil no son una novedad, lo que sí es nuevo es la flexibilización de las políticas de protección ambiental, para propiciar el avance de la producción económica sobre el Amazonas. Aunque en los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Ruseff la legislación brasileña avanzó en la protección ambiental, creando áreas protegidas y destinando una partida presupuestal al cuidado de la biodiversidad de la selva que llevaron a Brasil a ser reconocido como un líder mundial en la protección medioambiental, desde que Jair Bolsonaro era candidato a la presidencia, su proyecto  político tenía claro que quería frenar esas políticas de conservación ambiental para impulsar el crecimiento económico del  país, echando mano de la vasta reserva de recursos naturales del suelo y el subsuelo amazónico. En recurrentes ocasiones durante su campaña, Bolsonaro hizo declaraciones sobre el desplazamiento que debían hacer los indígenas tribales de sus reservas naturales, pues ellos no sabían cómo sacarle provecho a los recursos, pero sobre todo porque ellos no eran ganaderos, que fue el sector productivo que más apoyó al candidato en las elecciones. “Hay lugares donde podríamos estar produciendo cosas y no podemos porque no se puede trazar una línea recta sin tropezar con tierras indígenas o un área ambientalmente protegida”,  o  “Mientras sea  presidente,  no habrá nuevas tierras demarcadas como territorio indígena” (ver en https://cnnespanol.cnn.com/2019/08/27/los-guardianes-indigenas- del-amazonas-en-brasil/).

Apelando a  la  soberanía nacional, como principio regulador de las relaciones internacionales, Bolsonaro incluso ha cuestionado el apoyo de países europeos al cuidado y preservación de la selva, pues ve en ellos una intención intervencionista. Esta actitud de Bolsonaro frente al medio ambiente ha puesto las alarmas en el mundo entero, especialmente en los países desarrollados que aportan financiamiento a la protección ambiental a través de los mecanismos de la Cooperación Internacional para el Desarrollo. Tal es el caso de Noruega, que ha condicionado la ayuda a la protección ambiental que aporta a Brasil hasta que el gobierno federal no se comprometa con el manejo y extinción de los incendios. El hecho no ha incidido en las acciones del presidente brasileño, quien sigue minimizando la magnitud de la tragedia y argumentando intereses intervencionistas en la ayuda internacional. La escalada en la crisis ha llegado a tal  grado, que el pasado 26 de agosto, Bolsonaro rechazó la recepción del paquete de ayuda por 25 millones de dólares que gestionó el presidente francés en la cumbre del G7 – foro que congrega a las 7 potencias económicas y militares más grandes del mundo – argumentando que la ayuda que proporcionan las naciones europeas oculta agendas de fondo. Previamente Emmanuel Macron, presidente francés, había declarado que dudaba de que Bolsonaro estuviera a la altura de los retos que enfrenta Brasil. En  medio de esta confrontación internacional  la selva sigue ardiendo. Entre tanto, las redes  sociales agitaban el debate virtual con imágenes y videos de las comunidades indígenas que denunciaban el incendio de sus reservas naturales, responsabilizando directamente al gobierno brasileño. Aunque el mundo entero ha puesto su mirada en la selva, esta se sigue consumiendo.

En estos tiempos convulsos llama la atención que la crisis medioambiental por la que pasa el planeta se viralice, se convierta en insumo de campañas mercadológicas e incluso, se inserte en la agenda política internacional; pero pese a todo ello, nos movilizamos poco.

El fenómeno no solo se vive en lo individual. En redes abundan los debates respecto de la inutilidad de compartir oraciones por la Amazonia, o comentarios indolentes que no tienen más objetivo que captar la atención de los internautas del ciberespacio. Pero la situación va más allá: en el marco de la reunión anual del G7 se presumieron los veinticinco millones de dólares que iban a donarse para acabar con los incendios y se presumió como el gran logro del presidente francés, quien ha sido reconocido por sus pares europeos como un líder en la política internacional. Veinticinco millones parecen mucho, pero se vuelven unos centavos cuando los comparamos con el monto que dispuso la Hacienda estadounidense para el rescate bancario de 2008 y que destinaba 700 mil millones de dólares a la compra de “bonos basura” en el sistema financiero estadounidense para evitar su colapso. 25 contra 700 mil. Bancos contra árboles. Dinero contra biodiversidad. De esa magnitud es la crisis ambiental por la que atraviesa la humanidad, pero también de ese tamaño es la crisis de compromiso con las generaciones futuras y el  bienestar de nuestros hijos. En cuanto a la política internacional, este fenómeno nos coloca en un dilema respecto de los bienes públicos planetarios y el espectro de la soberanía nacional. El Amazonas es uno de los grandes pulmones del planeta que no solo nos proporciona recursos, sino que también contribuye sustantivamente a procesar la contaminación atmosférica.

Las contradicciones del sistema productivo capitalista están develadas en este dilema. Son los brasileños los primeros responsables de conservar el Amazonas y al mismo tiempo tienen el derecho sobre sus tierras para usar sus recursos como medio para alcanzar el progreso económico. Si tomamos en cuenta esta disyuntiva, las aberrantes declaraciones de Bolsonaro no suenan tan  ilógicas, pero nos colocan frente a un callejón sin salida: la protección del medio ambiente, a costa del desarrollo económico de una nación. Conservar el Amazonas y a la vez apoyar el crecimiento desmedido de la economía que se sostiene en la extracción y transformación de recursos naturales, nos muestra nuestra incapacidad para ser críticos del sistema productivo capitalista, como lo recuerda la muy trillada frase de Slavoj Zizek: “it is easier to imagine an end to the world than an end to capitalism”.