El profesor del PAP “Movilidad urbana sustentable” habla sobre el mal diseño de la ciudad para quienes usan silla de ruedas.

POR YERIEL SALCEDO 

El otro día al llegar a la estación del Tren Ligero en Periférico Sur, vi que un hombre en silla de ruedas miraba a todos lados en espera de que alguien lo ayudara a subir una rampa en la banqueta que lleva hacia los carriles centrales del periférico. Yo iba por la banqueta del lado de la estación y, al ver que nadie lo ayudaba, le hice una seña y él confirmó con un movimiento de cabeza que sí quería mi ayuda.

Crucé dos carriles por donde pasan tráileres, camiones de transporte público y algunos autos. Al llegar con él vi que la situación no iba a ser fácil, ya que venía un camión muy cerca de nosotros. Me dispuse a subir la rampa de espaldas para jalarlo, pero observé que no era continua, ya que hay un bordo en la rampa. En silla de ruedas esto es un obstáculo que hace imposible a una persona subir sola, y menos con una pendiente tan pronunciada.

Al ver que venían los vehículos, me apresuré a subirlo. Hice el jalón para subir el bordo, lo logré, pero el peso de la persona me ganó y caí de espaldas con ella y su silla sobre mí. En ese momento, vi que ya las personas nos miraban: habíamos roto la cotidianidad del espacio. ¿Quién se iba imaginar a dos personas en el suelo, una en silla de ruedas arriba de la otra?

Se acercaron dos hombres que me ayudaron a levantar a la persona en silla de ruedas y entonces pude levantarme. Ya arriba los dos, un hombre que no tiene piernas, que vende chicles y cacahuates en el lugar, me comentó que esa rampa es muy peligrosa y que todos los días tiene que lidiar con ella con el miedo de caer y ser atropellado –los vehículos que habitualmente transitan por ahí son, en su mayoría, de grandes dimensiones–; además de que él es invisible para muchas personas, no lo ven y no le brindan ayuda.

Continué mi viaje con dolores en un costado por la caída, y pensé en lo jodido que es pasar por esto: a pesar tener mayor movilidad y fuerza, no te salvas del mal diseño de la ciudad y sus espacios. Ya en el Tren Ligero no podía creer cómo alguien diseña de esa forma los espacios que excluyen a una “minoría”. El gobierno, al igual que mucha gente, no quiere ver una realidad de discriminación, diseñan y administran los espacios públicos con una ceguera autoinducida, afectando a personas que viven con miedo la ciudad. Más allá de la inseguridad que escuchamos en las noticias, su miedo a la ciudad es resultado de la infraestructura que las limita y las expone.

¿Hasta cuándo tendremos una ciudad para todas las personas con discapacidad? ¿Cuándo las vamos a tomar en cuenta de forma real y no solo para hacer acciones a medias o mal hechas solo por decir que sí nos importan?