Explorar las repercusiones que tiene el auto en la vitalidad urbana fue uno de los temas de la investigación del PAP Mirar la ciudad con otros ojos 

Por María José Fuentes Gómez

Según el Banco Mundial, actualmente alrededor de 56% de la población global – 4,400 millones de habitantes – vive en entornos urbanos, que crecieron de manera exponencial en el siglo pasado. A partir de la Revolución Industrial y más tarde, en la etapa conocida como Modernidad, las oportunidades de desarrollo económico, profesional y académico se concentraron en las ciudades, lo que las convirtió en sitios sobrepoblados, difíciles de organizar y de vivir. La llegada del automóvil provocaría uno de los cambios más drásticos que ha sufrido la ciudad en toda su historia. 

El automóvil marcó un antes y un después en la manera en que las ciudades se organizaban y se desarrollaban. A principios del siglo XX se comenzaron a comercializar los primeros automóviles. Con su popularización, gobernantes y urbanistas apostaron por invertir en una movilidad dependiente del automóvil. Le Corbusier (1887–1965) arquitecto suizo–francés que encabezó el movimiento moderno, fue una de las voces más influyentes en el urbanismo durante el siglo pasado. Sus modelos urbanos priorizaban el automóvil como medio de transporte y la expansión de las ciudades de manera horizontal, y resolver la movilidad con grandes autopistas, puentes y túneles. Bajo estos principios se desarrollaron y construyeron muchas ciudades estadounidenses y, más tarde, al tomarlas como modelo de desarrollo e innovación, muchas ciudades latinoamericanas se construyeron y crecieron con esos mismos principios. Ciudades enteras se convirtieron en manchas urbanas gigantescas dependientes del automóvil. 

El Área Metropolitana de Guadalajara [AMG] es un ejemplo de ciudad que creció de manera exponencial durante el siglo XX. En 2020 el INEGI estimó una población que superaba los 5 millones de habitantes y alcanzaba una extensión territorial de 2,550 km2. La caótica realidad urbana a la que nos enfrentamos como sociedad nos exige una reflexión sobre nuestra manera de vivirla y pensarla. Uno de los principales problemas urbanos con los que nos topamos los tapatíos es el de la movilidad. Las calles están dominadas por el automóvil y, aunque es imposible negar su utilidad, está claro que en el contexto urbano contemporáneo representa un modelo de movilidad poco eficiente e insostenible. 

El automóvil ha tenido costos ambientales, sociales, económicos y de salud demasiado altos. En lo que respecta a los impactos ambientales, la dependencia de los combustibles fósiles contribuye significativamente al cambio climático al emitir gases de efecto invernadero y partículas contaminantes. El ruido y la contaminación deterioran la calidad de vida en nuestras ciudades y causan problemas de salud a mediano y largo plazo en los habitantes. Los accidentes vehiculares son una realidad peligrosa a la que nos exponemos todos los días. En 2017 los accidentes de tránsito representaron la quinta causa de mortalidad en México, accidentes en los que se ven involucrados tanto conductores como peatones y ciclistas, que muchas veces son víctimas de malas prácticas automovilísticas o del mal diseño de las calles y avenidas. 

Tener un automóvil no es barato. Más allá del costo del vehículo, requiere de gastos como el combustible, el mantenimiento, el seguro y, en muchos casos, el estacionamiento. La suma de estos costos se acumula y puede ser un gasto considerable para muchas familias, al que se añade también la enorme inversión pública que se hace año con año para la construcción y el mantenimiento de la infraestructura vial. 

Otro de los grandes problemas que representa el auto son los embotellamientos que se generan en las calles. Según una investigación realizada por la empresa INRIX en 2018, el AMG fue la segunda ciudad mexicana con más tráfico. En promedio los conductores tapatíos pasaban más de 80 minutos diarios en el auto. ¡80 minutos! En una semana, representa más de un día laboral completo que se pudiera utilizar para realizar otras actividades mucho más beneficiosas para el ser humano. En el mundo de hoy, donde la norma es ir de prisa y tratar de convertir cada segundo en un momento productivo, el tiempo perdido en la movilidad se convierte en una fuente de estrés enorme. 

Durante años se pensó que, si había mucho tráfico, la solución era crecer el tamaño de las calles, construir puentes, túneles y desniveles que permitieran una circulación más fluida de los autos. Con el paso del tiempo esto ha demostrado ser una fantasía. 

Además de todo lo anterior, el automóvil ha tenido repercusiones muy fuertes en la vitalidad urbana —concepto desarrollado por Jane Jacobs, periodista estadounidense que defendió la vida barrial y social que sucedía en las calles de Nueva York. A la vida que se desenvuelve en los barrios urbanos cuando hay una mezcla de usos y actividades que provoca una intensa interacción social Jacobs la llamó, precisamente, “vitalidad urbana”. Hoy el concepto es utilizado comúnmente por urbanistas, y el paso del tiempo ha puesto en evidencia el importante papel que desempeña la vida social que florece en los espacios públicos de las ciudades. Las áreas de una urbe con alta vitalidad son vivas, animadas y vibrantes, y suelen atraer a personas para realizar sus actividades, pasear o quedarse un rato. En contraste, las áreas de baja vitalidad repelen a las personas y se perciben como inseguras. 

La vitalidad urbana se ha visto afectada de manera considerable por el predominio del automóvil. La calle se ha convertido en un lugar meramente de tránsito de un espacio privado a otro. Las grandes avenidas con tráfico constante y de altas velocidades significan un gran peligro para los peatones. El ruido que generan los automóviles convierte la calle en un lugar incómodo para estar o convivir. Las calles se convierten en lugares desolados e inseguros.  

Donald Appleyard fue un reconocido profesor de diseño urbano en la Universidad de Berkeley, en California. En 1960, Appleyard condujo un estudio sobre la interacción social en las calles en relación con el tráfico automovilístico que hay en ellas. Quería demostrar el daño social que representa el tráfico, y argumentaba que el tráfico no es sólo un problema de movilidad, sino que es sumamente nocivo para el entorno social. Para llevar a cabo este estudio se eligieron tres calles de la ciudad de San francisco con una conformación física prácticamente igual, en las que había una diferencia principal: la intensidad de tráfico vehicular. El estudio demostró que en las calles de mayor tráfico vehicular hay una interacción mucho menor entre vecinos y por lo tanto una comunidad mucho más desarticulada o incluso inexistente entre vecinos. Por otro lado, en las calles en las que hay menos tráfico de producen interacciones sociales de manera constante y diversa, lo que a su vez facilita que se genere un estrecho sentido de comunidad y, por ello mismo, entornos más seguros y agradables para las personas. 

En el AMG el coche, aunque domina las calles, no es el medio de transporte que utiliza la mayoría. Según el INEGI, en el año 2020 sólo 27.6% de la población utilizaba el coche particular como medio de transporte. En el contexto urbano del AMG el automóvil representa uno de los principales problemas para la movilidad en la ciudad y para la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, la mayoría de la población no tiene acceso al automóvil privado, y somos los tapatíos los que sufrimos las consecuencias. 

El diseño de ciudades centradas en las personas, con espacios públicos vivos y una movilidad urbana sostenible, implica una transición hacia un modelo en el que el coche no sea el protagonista. Se trata de una reconfiguración del espacio urbano, dando prioridad a los peatones, al uso de la bicicleta y al transporte público de alta calidad y eficiencia. El cambio hacia un sistema de transporte más equitativo y eficiente no es sólo una cuestión de infraestructura física, sino también de políticas públicas y de cambio cultural. Es necesario que las autoridades locales promuevan y faciliten la adopción de formas de transporte más sostenibles, pero también es esencial que los ciudadanos estén dispuestos a cambiar sus hábitos de movilidad. 

El coche no va a desaparecer de la noche a la mañana, y no se trata de demonizar su uso. Sin embargo, es vital que comencemos a cuestionar su hegemonía y a explorar alternativas que permitan una convivencia más equilibrada y sostenible en nuestras ciudades. El reto es enorme, como lo es la inversión necesaria para realizar los cambios, pero también lo son las recompensas. Imaginemos ciudades más limpias, saludables, con menos ruido y estrés. Imaginemos barrios vivos, donde los niños pueden jugar en las calles y los vecinos pueden encontrarse. Imaginemos un modelo de movilidad que priorice a las personas y no a los vehículos. No es una utopía, es una necesidad, y está en nuestras manos hacer de esta visión una realidad. El desafío no es pequeño, pero la necesidad es urgente y los beneficios son inmensos. La ciudad del futuro está en nuestras manos y depende de nosotros hacerla realidad. 

María José Fuentes Gómez es estudiante de la licenciatura en Arquitectura en el ITESO. Este artículo es parte de la investigación que realizó en el PAP Mirar la ciudad con otros ojos. Memorias e identidades, en el periodo de Primavera 2023. 

FOTO: Luis Ponciano