El otro 11 de septiembre que marcó a un país, el día del golpe militar que inició Augusto Pinochet en 1973, nos lleva a recordar su impacto en el escenario internacional aún hasta nuestros días

La memoria nos lleva a recordar el exilio, la represión militar, los centros de tortura o las desapariciones perpetuadas por el régimen de Augusto Pinochet que inició con el Golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Pero a 50 años de este funesto acontecimiento histórico conviene recordar también el impacto que tuvo en el escenario internacional, pues con Pinochet no solo se estaba dando un golpe militar, también se experimentaba con un nuevo modelo de política económica que transformaría al mundo entero y que hoy por hoy sigue vigente.

La década de los setenta vivía el auge de la confrontación ideológica internacional de la Guerra Fría. En ese momento Estados Unidos empezaba a mostrar señales de agotamiento en esta competencia y en 1971 el gobierno de Richard Nixon tuvo que abandonar de manera unilateral los acuerdos de Breton Woods sobre el patrón oro para evitar la caída de su economía, motivo por el cual tuvo que idear una nueva estrategia para seguir compitiendo por la hegemonía internacional.

De esta nueva estrategia resaltan dos acontecimientos fundamentales para entender el presente: el acercamiento con China, que sentó las bases para la integración de este país en el sistema económico internacional y que hoy nos tiene sumidos en una nueva confrontación entre ambas naciones; y por el otro, el fortalecimiento de la injerencia militar en América Latina que desembocaría en el Golpe de estado de Pinochet y que sería el terreno sobre el que la Operación Cóndor, de apoyo a las dictaduras militares del cono sur, se gestaría.

Con Pinochet no solo vino la represión política y la censura. Su proyecto incluía una transformación económica que sentaría las bases para el modelo de economía abierta, comúnmente llamado neoliberalismo, que unos años después Thatcher y Reagan implementarían de forma pacífica en sus respectivos países. Privatización de los servicios públicos, incluida la educación y la salud, así como liberación del comercio exterior. En la región, este cambio significó el pilotaje de un modelo para terminar con el proteccionismo económico, empujando a la región hacia el mercado global con el Consenso de Washington en los años ochenta.

La fórmula de este modelo se inspiraba en la tradición económica de la Escuela de Chicago, el núcleo en el que Hayek fecundó al mundo con sus ideas sobre la disminución de la participación del Estado en la Economía. Su mejor discípulo, Milton Friedman, ayudó a los entusiastas Chicago Boys a diseñar el proyecto económico que implementarían en Chile, ya que la junta militar poco o nada sabía sobre la gestión económica. En medio de esto la Academia de las Ciencias Sueca le otorgó el Premio Nobel de Economía en 1975 a Friedman, quien se convertiría más tarde en asesor económico de Thatcher y Reagan.

Con la dictadura de Pinochet entraba, de manera abrupta y por la fuerza, el neoliberalismo como tercera vía entre el keynesianismo democrático y el dirigismo soviético, que después se convirtió en el modelo a implementar en el mundo globalizado posterior a la Guerra Fría.

Las consecuencias de esto, las sigue viviendo el pueblo chileno, que además de enfrentar la herida de la represión política, se encuentra enfrascado en un proceso constituyente que transforme al paradigma económico pinochetista que aun hoy regula su economía. Si bien, se habla mucho del crecimiento económico que propició dicho modelo, también hemos sido testigos de la inconformidad popular que llevó en 2019 a las juventudes estudiantiles chilenas a manifestar sus inconformidades en las calles y a empujar el inicio de este proceso constituyente.

Por ello, la rememoración de los 50 años del golpe militar es una oportunidad para reflexionar sobre la imposición forzada de proyectos políticos y económicos, sobre todo en un momento en el que, a través de otros instrumentos no militares, algunos líderes de la región latinoamericana han monopolizado el poder para imponer fórmulas que apuestan a un “reordenamiento social” a la sobra del respeto a los Derechos Humanos, pero sobre todo minando la legitimidad popular de sus gobiernos para imponer sus intereses, como sucede actualmente en países como El Salvador, Nicaragua, Venezuela o Ecuador.

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