La recuperación no solamente comienza al momento del suceso, se debe ir más atrás en el tiempo. A un momento en donde todo estaba bien, donde no había miedo. Hablar de reconstruir implica regresar al día del desastre una y otra vez: la mañana del 22 de abril de 1992.
POR JOSSIE AYÓN, EGRESADA DE PERIODISMO Y COMUNICACIÓN PÚBLICA
FOTO: ARCHIVO ASOCIACIÓN 22 DE ABRIL EN GUADALAJARA, AC
Aquella mañana ocurrieron varias explosiones en los colectores del Sector Reforma del Área Metropolitana de Guadalajara (AMG). Así empezó el derrumbe de las casas y el corazón de cientos de familias tapatías. Ellas no tuvieron una pesadilla, la vivieron. A nosotros nos toca contar el registro. Medios locales, nacionales e internacionales abordaron el evento y toda la problemática que se venía arrastrando semanas antes de las explosiones; señalaron y expusieron la ineficiencia y negligencia de las autoridades. Para los heridos, para las víctimas, no quedaba nada.
Nico Hernández era repartidor. Trabajaba en la zona, en una refaccionaria de autobuses en la calle J. Luis Verdía, entre Violeta y Azucena. “Ese día fui por unas refacciones y de regreso a mi trabajo fue cuando ocurrió el evento. Yo iba circulando en una moto, cuando explotó y volé con todo y moto”, mencionó. Nico despertó horas después en la clínica 89 en terapia intensiva.
Lilia Ruiz, presidenta de la Asociación del 22 de Abril y una de las afectadas de ese día, dijo que el barrio de Analco ya nunca se recuperó. Ella iba en autobús cuando escuchó las explosiones. Nos cuenta: “Hasta la fecha no recuerdo nada. Cuando recuperé el conocimiento me estaban desenterrando de los escombros de la calle que se había abierto”.
Si bien un desastre de esta magnitud era inconcebible, las de 1992 no fueron las primeras explosiones en la ciudad. En 1983, en la calle Sierra Morena ya había ocurrido una, debido a una descarga de combustible en el drenaje. No hubo víctimas, así que no se pensó en realizar alguna reparación. Al parecer eso no era motivo suficiente.
¿Una reparación absoluta?
En una visita a las zonas afectadas en mayo del 2019, destacaron ciertos escenarios: la calle Gante, una de las más dañadas, ahora recuperada y pavimentada, es una calle prácticamente comercial. Hay establecimientos de talleres mecánicos, refaccionarias y terrenos en venta. Otras casas continúan destruidas o abandonadas.
Gante es la calle que nos explica el efecto de las explosiones de 1992 en toda su magnitud. La calle en ese momento desapareció, con daños gigantescos. Ahora Gante está de vuelta. En los cruces de Gante con 20 de Noviembre, Nicolás Bravo, Calzada del Ejército y Silverio García, el escenario actual es el mismo.
La cronología de hechos que consulté con frecuencia parecía tener poco sentido. Fue un asombro impactante, un desastre enorme. Si la reparación física se hace, ¿se puede hablar de una reconstrucción completa?
El vacío, la falta de movimiento, los candados roñosos a punto de caerse de los canceles de casas abandonadas responden que no. El dolor, el daño emocional irreparable de las familias, la pérdida de las personas, responden que no. Existe una relación física-emocional atada por quienes viven el desastre. Si la reparación no es de ambos lados no puede ser absoluta. Las personas perdieron sus hogares, sus calles. La ciudad solo sigue recuperándose.
Estamos en casa
Si algo hemos comprobado en medio de la pandemia del covid-19 es que el miedo sí existe. Un miedo al exterior que parece causar tanto daño. Estamos a la mitad de una pandemia, confinados en casa si nuestro contexto lo permite. Y tenemos miedo. Yo veo un parecido con la Guadalajara del 92. Pero esta vez en todo el mundo. Las ciudades se han detenido. Las calles no se mueven igual. Países y medios de comunicación reportan cifras todos los días. Son más de 860 mil casos de Covid-19 confirmados en el mundo. El virus existe y el control para solucionarlo también.
Pausemos un poco, ahora que ya es obligación. Es nuestro turno agradecer que este miedo lo vencemos estando en casa, cuidando de todos. No estamos aislados sin poder ver la luz, estamos cuidando de nuestras personas y tomando precauciones. Queremos estar bien.
Después de 1992 comprobamos que la ciudad sí puede recuperarse. Hemos aprendido que no necesitamos el aviso número dos. Hemos aprendido que lo que más valoramos no es lo más importante y que en comunidad el desastre se supera. Hemos aprendido que en esta ciudad queremos estar a salvo.
Jossie Ayón Robles es egresada de la carrera de Periodismo y Comunicación Pública. Este artículo es resultado de la investigación que realizó con Carlos Carrillo, estudiante de Ciencias de la Comunicación “La ciudad después del desastre”, que realizaron en el periodo de Verano y Otoño 2019 en el PAP Mirar la ciudad con otros ojos.