Colombiano y sueco al mismo tiempo, Juan Enrique Casas Rudbeck, SJ, 
invita a la comunidad a ser una universidad de salida. 

Juan Enrique Casas Rudbeck se parece más al vikingo que al sacerdote que casi todos tenemos en la cabeza. Esa impresión tuve cuando lo vi salir de su oficina, en el Centro Universitario Ignaciano del ITESO, el CUI. Es rubio y de veras muy alto, pero no, no es un vikingo. O, en todo caso, es uno cuyas conquistas empiezan donde se acaba el asfalto de las ciudades; donde habitan los olvidados, como los llamó el cineasta Luis Buñuel.

Juan Enrique es un jesuita académico del CUI. Esta oficina de la universidad representa nada más que la filosofía del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola y las Orientaciones Fundamentales del ITESO, además de la reconstrucción constante de una Iglesia viva, comunitaria, desempolvada y que busca condiciones para que ocurra eso a lo que llamamos o imaginamos es la justicia social.

Corrijo, Juan Enrique sí es un poco vikingo. Aunque nació en Bogotá, tres de sus cuatro abuelos son suecos. En Colombia, ingresó a la Compañía de Jesús desde que cumplió 24 años de edad, cuando recién había terminado la Licenciatura en Psicología, en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Da la impresión de que, a partir de ese momento, en la vida de Juan Enrique Casas ocurrió casi de todo: aprendió a ser paracaidista del ejército cuando presentó su servicio militar, a mediados de los años noventa; en ese decenio, se libró por unos segundos de dos bombazos en sitios diferentes, durante la crisis de la guerra contra y entre los narcotraficantes míticos de su país; hizo una especialidad en Psicología clínica, con enfoque en terapia familiar; ha trabajado con migrantes, refugiados y jóvenes marginados; y vivido en Colombia, Suecia, Inglaterra y en la selva amazónica de Bolivia. “Esa experiencia —la de Bolivia— fue una disposición interna que me preparó para mi llegada a México: el olor de la tortilla en el comal, la explosión del color, la experiencia de los sentidos”.

A donde quiera que ha ido, ha trabajado para transformar el entorno, para que reinen la justicia y la paz; sembrar la esperanza y hacer obras trascendentes.

Una intuye que, entre todos sus trabajos, el que más lo marcó es el que hizo durante siete años en el Movimiento de Educación Popular y Promoción Social Fe y Alegría (feyalegria.org/es), en Barranquilla, Colombia, la tierra de la cantante Shakira, como él mismo se encarga de recordar.

“Puedo ser testigo de la transformación social desde la educación. Ahí se me quedó el corazón”. ¿Desde la educación? Así es. Nacido en Venezuela a mediados de los años 50 y ligado en pensamiento y acción a la Compañía de Jesús, el movimiento Fe y Alegría es una propuesta que funciona desde Guatemala hasta Argentina, así como en seis países África y dos de Europa. En América Latina, propone acercar la educación de calidad a las comunidades más pobres, a través de un sistema de escuelas públicas que le son confiadas a este movimiento de educación popular.

En México, la laicidad de las leyes impide la participación abierta de las congregaciones religiosas en la educación pública. El bachillerato Pedro Arrupe, en Guadalajara, es lo que más se parece a la propuesta de Fe y Alegría en el resto del continente.

También están las casas de formación de los futuros sacerdotes jesuitas. Juan Enrique es el superior de una de las que existen en la zona metropolitana de Guadalajara, donde conviven alumnos de Filosofía del ITESO.

Para el vikingo jesuita, trabajar en el Centro Universitario Ignaciano, reitera la identidad del ITESO como una institución orientada por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Estos se traducen en un modelo educativo que promueve la fe y la justicia. En la práctica, estos conceptos se aplican durante los voluntariados de estudiantes; las misiones; el programa académico Fe y Cultura, y los ejercicios espirituales para los universitarios, sus profesores y el personal de la universidad.

—¿Cómo influye la educación de calidad en el cambio social?

—Yo parto de una máxima del fundador de Fe y Alegría, José María Vélaz: la educación para los pobres no debe ser pobre, y de un principio ignaciano conocido como el Magis, que significa entregar lo mejor a quienes más lo necesitan.

La educación de calidad brinda la posibilidad de ver en la práctica la redención de las personas que comienzan a generar un sentido de vida. Más que transmitir conocimientos, aunque sí los da, transmite un espíritu de humanidad que construye la dignidad de la persona.

El movimiento Fe y Alegría se percibe como un ente de desarrollo comunitario que pretender contribuir con el bienestar de su entorno. Tiene un lema: “Fe y Alegría empieza donde termina el asfalto”.

—¿Cuál es el sentido del Magis —y del CUI— en una universidad como el ITESO?

—Uno de los principales propósitos de la existencia del CUI es irradiar sentido entre quienes integramos una universidad de inspiración cristiana. Generar un proceso de identidad institucional, según los fundamentos de la pedagogía ignaciana.

Esto se materializa a través de los Voluntariados, los Ejercicios espirituales para jóvenes y maestros; las misiones; la Ruta ignaciana, que es la formación para profesores y directivos en espiritualidad ignaciana y el programa académico Fe y Cultura, que trata de generar un diálogo entre la fe, la cultura y la ciencia, para transformar nuestra forma de ver el mundo y a la sociedad. Aquí la fe se promueve desde la espiritualidad que nos mueve, no desde el proselitismo.

—¿Qué diferencia a los ejercicios espirituales ignacianos de los más tradicionales?

—Los Ejercicios espirituales tienen el fin de que podamos vencer nuestras propias marcas personales. Nos dan la posibilidad de entender qué es lo que Dios sueña para nuestra vida y ser felices. Se hacen desde el acompañamiento. Lejos de los moralismos, la materia de oración es nuestra propia vida. No son para saber de Dios, sino para sentir a Dios y experimentar su presencia amorosa.

—¿Quiénes están invitados a los voluntariados?

—Todos los programas del CUI están abiertos a la comunidad del ITESO. Los voluntariados se hacen en tres escenarios: el de Realidades Indígenas que se ubica en La Noria, un sector purépecha en el sur-poniente de la ciudad, y en una comunidad en Chiapas. El voluntariado de migración ocurre en El Refugio, cargo del padre Alberto Ruiz y en la casa de FM4 – Paso Libre; en el verano, sus integrantes tienen una experiencia con Las Patronas, las mujeres que reciben y apoyan a los migrantes en paso, en Amatlán de los Reyes, Veracruz. El tercer escenario, el de Justicia ambiental, se realiza en el centro cultural La Colmena, en Zapopan, y a través de los “Tour del horror” que se organizan cada semestre, principalmente por las márgenes del río Santiago.

Otros proyectos del CUI son el Programa de Liderazgo Ignaciano Universitario de América Latina, que, en todas las universidades de la región, durante un año forma a los y las jóvenes en liderazgo ignaciano; el programa de misiones, Misión País México, y una colaboración con el Centro de Investigación y Acción Social, un proyecto de reconstrucción del tejido social de la provincia jesuítica de México.
—¿Qué sentido tienen estos temas y trabajo en el ITESO?

—Tienen el sentido de humanizar a los y las estudiantes y profesores desde una experiencia formativa. De mostrar a un Jesús que sabe escuchar y acompañar la realidad. Ganamos mucho si logramos librarnos de la anestesia moral y no hacernos indolentes ante el sufrimiento de un pueblo como el de México y una sociedad como la de Guadalajara, donde existe uno de los principales focos de violencia del país.

Las experiencias que estos temas y las acciones del CUI le dejan en los estudiantes y a los profesores, les sirven para redimensionar su labor profesional. Salen de la universidad con una mirada distinta; un corazón de un estudiante que se convierte, es como un pedazo de México que se trasforma.

—¿Es posible esto en un siglo 21 que se muestra líquido, convulso, indiferente?

—Sí. Es posible que podamos decir “me comprometo” y asumir las consecuencias, del compromiso con un pueblo que sufre […] Como dice el Papa Francisco, prefiero una Iglesia accidentada, antes que una empolvada y con las puertas y las ventanas cerradas. El papa nos invita a ser una iglesia en salida y nosotros somos una universidad en salida.

 

FOTO: Luis Ponciano