El monero tapatío, egresado de Ciencias de la Comunicación del ITESO, quien recibió en la FIL el premio La Catrina como reconocimiento a su trayectoria, platica en esta entrevista acerca de su trabajo, su visión de la actualidad y de su paso por la universidad.
Por Gerardo Lammers
Trino Camacho (Guadalajara, 1961) está de plácemes, pues este año, además de recibir el premio Inkpot que otorga la Comic Con de San Diego, fue distinguido con el premio La Catrina, de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
Esta conversación ocurrió en un restaurante argentino de la ciudad, previo a la entrega del premio. Aquí está también Paco Navarrete, uno de sus amigos más cercanos. Los tequilas están servidos y en cualquier momento comenzaremos a brindar por este gran humorista gráfico, uno de los moneros más divertidos y queridos que, con su trabajo, desde aquellos años a principios de la década de los ochenta, junto a JIS y Falcón, abrieron brecha para los dibujantes que viven fuera de la Ciudad de México, y con su humor atrevido e ingenioso ganaron terreno para la libertad de expresión en nuestro país.
—¿Qué se siente que te vayan a dar esta distinción, el premio La Catrina en la FIL?
—Pareciera que funcionaron mis pataletas. Se lo dieron a Fontanarrosa, a Quino; se lo dieron a Naranjo, a Rius, y yo dije: ¿cuándo a los de Guadalajara? Incluso me sentí contento de que se lo dieran a Falcón, pero Falcón, aunque hizo su carrera aquí, no es tapatío. O sea, ya en una onda a lo mejor muy mamona de rancho: ¿y los del rancho cuándo? Yo no pedía que me lo dieran a mí, pero digo, pues también el señor Pelón —dice refiriéndose a su colega y amigo JIS— y Jabaz se lo merecen.
—Has estado en una racha de premios. Tuviste hace poco este reconocimiento sorpresa que te entregaron en San Diego.
—El Inkpot. Ese premio no me lo esperaba realmente, porque a mí Carlos González, el cónsul de San Diego, me dijo: Queremos que vengas al consulado, pero también que des una plática en la Comic Con. Siempre había querido ir a la Comic Con. «Antes de que empieces tus conferencias», dijo una de las organizadoras, ¡y que me dan el premio! Yo iba con una camiseta que me había comprado en Target porque la ropa que llevaba en mi maleta se echó a perder (una botella de vino que llevaba en su interior tronó durante el viaje) y, por un momento, no me di cuenta de la dimensión del premio. Este premio se lo han dado a Aragonés, que hizo su carrera en la revista Mad, pero a un mexicano de Guadalajara que toda su vida ha estado haciendo monos, pues nunca. Lo que me da miedo es que me han dado premios tan seguido y el Atlas es bicampeón… ¿no será que me voy a morir? (risas).
—Sientes entonces que estás llegando a la edad de los premios.
—La edad de los premios y el bastón.
«Ya lo dió todo», dice Paco Navarrete.
—Ya lo di todo en los últimos cien metros. Fíjate, hace un momento que platicábamos sobre Helioflores, yo a él lo sigo admirando muchísimo. A sus más de ochenta años sigue siendo muy vital y muy bueno. Yo veía a Rius, a Quino. En general, todos los caricaturistas son longevos. El mismo Sempé murió de 89 o 90 años. No soy corredor de carreras, creo que estoy en una profesión que…
—Estás a la mitad de tu carrera —le digo para animarlo.
—¡Estoy empezando mi carrera! (risas).
—¿De qué vas a hablar en tu discurso?, ¿qué pensamientos han pasado por tu cabeza?
—Aún no lo tengo claro, porque no me gusta escribir un discurso y leerlo, creo que se pierde lo espontáneo, pero el año que entra van a ser 40 años de que empecé a publicar en el diario Unomásuno. Voy a hablar un poco de eso, de cómo empecé a chambear, de cómo el trabajo en equipo funcionó; el tener la coincidencia con JIS, con Falcón, con Jabaz, con Josel; más adelante con todos los que hicimos La Mamá del Abulón; cómo lograr explicar que muchas veces esa trayectoria, ese premio, no es reconocimiento en solitario. Hay mucha gente en medio que te ayuda en el camino a lograr las cosas.
—¿En quién, por ejemplo, estás pensando?
—El primero es un maestro de español del Instituto de Ciencias que se llama Ramón Muñiz. Él me dijo: «Tú dedícate ya a los monos, eso va a ser». Estaba en secundaria, me acuerdo perfecto de él. Por supuesto que a mis jefes. A pesar de que mi papá me decía que iba a acabar de dentista, nunca dejó de apoyarme. Pero luego te vas encontrando gente afín, como te digo, Falcón o JIS. Luego pienso, más adelante, en la fortuna de haber conocido a Andrés Bustamante; hacerme amigo de Rius también me ayudó mucho; de Magú, que nos apoyó en los suplementos Másomenos del Unomásuno e Histerietas de La Jornada. Estoy agradecido con todas esas personas que me dieron oportunidades, no nada más en los monos: con Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Con Carlos Payán.
—¿Si hubiera un momento parteaguas en tu carrera, ¿cuál sería?
—Creo que el momento en que llegué al ITESO y conozco a todo el equipo con el que luego hicimos la revista Galimatías. El parteaguas fue conocer a gente afín con la que me encarrilé, que siguen siendo mis amigos ahorita.
—¿Qué consideras que te dio el ITESO para tu desarrollo como monero y como comunicador, que también has sido?
—El ITESO nos dio las herramientas en muchos sentidos para desarrollarnos, pero también fueron los jesuitas los primeros que nos pusieron las trabas. Recuerdo a un jesuita que nos impidió seguir publicando el Unonoesninguno —publicación universitaria que marcó los inicios de este grupo—. Decía que publicábamos cosas muy sexuales, que en realidad eran culpa de JIS; que éramos muy políticos: la culpa era de Falcón; que éramos unos pachecos: culpa de Navarrete. Entonces esto es como el microcampo de la sociedad tapatía, que nos hizo dar el giro a lo que sigue. Podernos salir de esa conchita estaba padre. Por otra parte, el Padre Varela, el Padre Vela, el Padre Xaviercito (Gómez Robledo) —sacerdotes jesuitas todos ellos—, que nos impulsaron a hacer las cosas. Había jesuitas liberales y conservadores. Yo soy totalmente jesuita. Estuve en el kínder de las hermanas Michel, en el Colegio Unión, en el Instituto de Ciencias y en el ITESO. Yo siempre voy a decir que los jesuitas me formaron. Cuando mi mamá me dice: «Hijito, pero cómo que hiciste una carrera y dices malas palabras en todos lados, ¿por qué?», yo le digo: «Pues es culpa de los jesuitas, porque aquí en la casa nunca dijimos chingaderas».
—Haciendo un repaso de tu trayectoria, ¿cuál es tu libro y cuál tu personaje más entrañable?
—Me gusta mucho el Santos, porque está hecho en colaboración con JIS, tiene una vida que se me hace muy interesante. Pero ya en lo personal, mío, mío, mío: el Rey Chiquito. El Rey Chiquito engloba precisamente esa manera con la que siempre he renegado de no querer ser un cartonista político, pero sí hacer cartón político, velado de alguna manera, porque es una burla al poder: el poder de la monarquía, que es algo absurdo. Cuando estuve en Madrid, invitado por la Casa de las Américas, les decía: Luego dicen que México, Centroamérica y Sudamérica somos Tercer Mundo, ¡y ustedes tienen un rey! ¡Eso es más tercermundista que nada! Estar manteniendo a una pinche familia real que dizque por la nobleza. Eso es un retraso enorme, histórico. Nosotros no tenemos esas mamadas. Entonces, de alguna manera hacer El Rey Chiquito representa un poco el poder. Son los feudos que tienen los políticos. El PRI tuvo su feudo y era una especie de imperio, ¿no? Que eso afortunadamente se acabó y se transformó en otra cosa…
—A mí me da la impresión de que terminaste convertido en el Rey Chiquito, porque vives en tu palacio de Chapala.
—Vivo en mi palacete. Solo, con mis millones.
«Necesitas más lacayos», dice Navarrete.
—¿Cuál es tu opinión sobre la situación que están viviendo ahora el humorismo gráfico y el cartón político? Veo que ha cambiado mucho el panorama si lo comparamos con la época en que tú iniciaste.
—Es que este clima de polarización ha hecho que el cartón político se vuelva una especie de dos bandos, cuando antes todos los cartonistas políticos estaban de un solo lado. Nunca he sido un cartonista político y veo esto desde afuera. Se ha perdido esa parte necesaria que es la crítica. Se ha edulcorado la crítica por parte de un sector que creyó en este proyecto y que no necesariamente debe «comprarle» todo al proyecto. Tú lo apoyaste, qué bueno; yo voté también por Andrés Manuel, pero hay que dar un pasito pa’tras y ser críticos: eso es lo que va a seguir sirviendo. Pero se volvió una cosa de una defensa a un proyecto que hizo que se hiciera muy aséptico, muy limpio, ese cartón que ya no estás entendiendo si finalmente está siendo crítico o no. Me gustaría volver a ese momento en el que todos teníamos la idea de que el poder es el enemigo natural, porque el que tiene el poder no todo el tiempo lo va a ejercer con la claridad que se necesita. Yo sí creo que hace falta mucho más lo que hacían antes Rius, Magú, El Fisgón, Hernández, Helguera, Falcón, todos, cuando tenían a ese «enemigo público número uno»: el presidente en turno. Esto se ha desvanecido de una manera que me causa alarma.
—La situación no sólo afecta al cartón político, sino al humor gráfico en general, ¿qué te hace pensar eso?
—Que estamos viviendo unos tiempos en que debemos de movernos. JIS y yo, lo digo como caricaturistas, estamos logrando movernos a otros espacios que no eran los naturales. Me da mucha tristeza que Jis no esté publicando en ningún medio nacional, él es uno de los que deberían estar por ley, casi casi, publicando cartones a diario. Siento que tenemos que evolucionar y pensar como los chavos: en las redes sociales y en los otros espacios: pódcasts, televisión, animaciones. Como dicen los gringos, pensar «afuera de la caja». No quedarnos anquilosados como esos caricaturistas que siguieron con el canutero y el papel.
—¿La debacle que están viviendo los medios desde hace muchos años, y la falta de lectores, que no pagan por el periodismo, te hace pensar que nuestra democracia mexicana está en riesgo?
—Más que pensar que está en riesgo, pienso en los contrapesos. Para mí es bienvenido que haya gentes como Paco Calderón o Alarcón o el mismo Magú, que estén en este otro lado, haciendo contrapeso para que no todo el mundo esté en el «alabaré, alabaré» a la figura de un personaje que tiene muy buenas intenciones, pero que no es infalible. Lo que está más en riesgo es la creatividad. Lo políticamente correcto está ganando, y eso a mí me da mucho miedo, más que otra cosa. Si lo políticamente correcto gana, ya valió madre. Estamos perdiendo esa chispa y ese humor de botepronto buenísimo.
—¿Te preocupa la militarización del país?, ¿eres de los que piensan que «el INE no se toca»?
—Soy de los que creen que no es necesario hacer esa reforma del INE, porque creo que lo que se necesita es hacer ajustes en algo que sí está funcionando. Creo que se tienen que hacer las reformas pian-pianito, y a eso no están dispuestos, porque en el fondo lo que se nota es que quieren dominar los órganos. No creo que, para una democracia, los militares deban ser el bastión de la seguridad, ni que el gobierno tenga que decidir quién es el juez para las elecciones. Ya habíamos ganado eso, vamos moviendo nada más las tuercas de lo que sí se necesita. Por supuesto que hay que bajarles el dinero a los partidos; quitar a los plurinominales también. Hay muchas cosas positivas (en el plan de reforma electoral), pero es que llegan con una rajatabla tal que lo que lo que parece es que quieren darle un golpe a un órgano que para mí funciona muy bien. Lo único que digo es: vamos a fortalecer ese INE, pero no estoy para nada de acuerdo en la manera en que se están planteando las cosas.
—¿Y sobre la militarización?
—Para mí es pésimo augurio. Darles el nuevo aeropuerto y las aduanas; darles el control de todo es un movimiento que yo no estaba esperando. Yo no voté por eso. Incluso había dicho Andrés Manuel que iba a quitar a los militares, así que esto me saca mucho de onda. Pareciera que todo lo que dijo, por eso me da miedo, al final no lo hace. Porque son políticos. Hay que entender, desde esa postura, al político: las promesas nunca las van a cumplir, y eso me queda clarísimo.
Le paso la palabra a Paco Navarrete.
«Primero, muy merecido», dice acerca del premio que recibirá Trino en esta edición de la FIL. «Y, la verdad, es un orgullo para nuestra generación, ver al chamaquillo distraído que dibujaba tiras de El llanero solitario, ir viendo cómo fue evolucionando su estilo… Fíjate que, más que evolucionar, se fue depurando, y fue logrando un humor que es muy peculiar en México, porque no se basa, digamos, en el chiste final del gag, casi casi con el platillazo. Es una habilidad narrativa más que un cartón. Aunque hace cartones, se ve que se desboca por contarte la historia. Y casi siempre el chiste está unas viñetas antes de que termine la tira, como indicando que la vida sigue».
Terminamos hablando sobre uno de los valores que caracterizan a Trino y sus amigos: la amistad.
«Yo pensaba que la música era una de nuestras principales vertientes», dice Navarrete, «pero me di cuenta de que no. Me di cuenta de que en realidad son la amistad y el humor, la capacidad de reírse de todo sin problemas, sin filtros, cosa que nos ha acarreado problemas o cuando menos fricciones afuera, porque no se entiende mucho esa idea de que, si el chiste se justifica y te ríes, va. Y si no, pues no va. Porque ahora, con estos nuevos discursos de lo políticamente correcto, hay que hacer siempre una aclaración. Ya es un campo minado. Pero la maravilla es que (el humor) siempre ha sido un hilo conductor de la amistad».
Trino agrega:
«A diferencia de otros grupos, a nosotros lo que nos unió fue el ITESO, y la idea de una universidad muy libre, muy sabrosa. Lo que nos amalgamó fue admirar a nuestros maestros Felipe Covarrubias, Jabaz, Ángel Sánchez Múzquiz, José Luis Aceves, Jorge Paredes. Y tanto a Navarrete como a Alejandro Rizo, Sheila Ríos, los Maná, Toño Márquez, Josel y a mí nos cobijaron. Somos más como hermanos, que nos podemos pelear, pero que el común denominador de lo que nos unió fue el ITESO. Hay tantas vivencias que tenemos del ITESO que el chiste que nos decimos, lo decimos desde el ITESO, y nos sigue dando risa».
FOTOS: Eva Becerra y Natalia Fregoso