En el marco de la celebración de los 60 años de historia del ITESO, recordamos a Jorge Villalobos Padilla, SJ, primer rector jesuita y uno de los fundadores, la historia es narrada por Miguel Bazdresch, profesor Emérito, quien fue su alumno.

POR MIGUEL BAZDRESCH PARADA

“El espíritu redimirá la materia’’. Con esta frase tituló Jorge Villalobos Padilla, de la Compañía de Jesús, entonces Rector del ITESO, una comunicación dirigida a la comunidad universitaria en el boletín del 10 de septiembre de 1969. Esa frase, lema del ITESO, representó, más allá de su significado literal, la idea de los iniciadores. Hoy no es posible reconocer en el significado lógico sino un desliz teológico: la materia no requiere ser redimida, pues solo el espíritu pudo haberse degradado. Sin embargo, todos podemos reconocer en ese lema la fibra y el espíritu que inspiró a los primeros, al emprender la tarea de fundar una universidad llenos de cariño y entusiasmo y que, quizá sin saber cómo, iniciaron una “obra de Dios”, como Jorge llamaba al ITESO.

Jorge Villalobos, SJ, lo reconocía así: fundar una universidad es tarea de muchos años de lucha por hacer crecer y desarrollar el espíritu. Era esa idea la que le daba ánimos para enfrentar la tarea ingente de abrir el surco en tierra árida, instaurar el altruismo y la magnanimidad en medio de una sociedad interesada y materialista, para justificar la búsqueda por dominar la magia con el conocimiento y de sembrar el espíritu en medio de las máquinas y las tecnologías.

Nota personal

Lo conocí cuando fui alumno de su clase de Física en el Instituto de Ciencias; imposible olvidar su hosca, fuerte e imponente figura, a la par del hilillo, a veces chorro, de sudor por la mejilla, con el que captábamos el esfuerzo y la tensión puesta en el proceso de sembrar ciencia en medio del bullicio insoportable que eran nuestros cerebros juveniles.

Ya como alumno del ITESO y en funciones de representante estudiantil, fui uno de sus críticos y, como todo estudiante que se respeta, le exigí a Jorge-Rector acciones más allá de lo humanamente posible; el idealismo no va de la mano con la sensatez y la cordura, a pesar de su inmensa fuerza combativa. Muchas veces entramos a su oficina para plantear inquietudes, hacer peticiones y exigir posiciones. Nunca fue difí- cil hacerlo. Siempre encontramos, a la par de compartir un caramelo, posiciones claras y contundentes: los estudiantes son para estudiar; es la excelencia la que los distingue y hace destacar. La aceptación en la oficina del Rector siempre la pagamos con orientaciones y directrices. Oírlas no nos amplió los límites de la participación estudiantil. Ahora, 20 años después, escribo sobre el Padre Jorge para que este nombre les represente, a quienes no lo conocieron, algo más que una placa localizada en algún muro del ITESO.

Dirigente

Jorge Villalobos Padilla fue Rector del ITESO entre 1966 y 1970. Sin embargo, desde mucho antes, conducía los destinos académicos en el puesto formal de vicerrector, el cual tomó en los inicios del ITESO. Su obra debe ser vista en ese lapso más largo: 58-70.

Durante este tiempo, vio nacer, además de las primeras escuelas de Derecho, Filosofía, Ciencias Químicas, Economía e Ingeniería, la carrera de Psicología, en 1961; la de Arquitectura, en 1963; Ciencias de la Comunicación y Relaciones Industriales, en 1967. Asimismo, impulsó el Departamento de Extensión Universitaria que se fundó desde los inicios del ITESO. Durante su gestión se inició la construcción de instalaciones en el campus actual y, en 1968, se concentraron todas las oficinas y escuelas en este campus, dejando atrás la última sede provisional de la Casa de los Abanicos, en la calle Libertad 1337.

Una ilusión

Fue su ilusión lograr que en el ITESO se hiciera investigación; estaba convencido de que el ser de la universidad está indisolublemente ligado a la indagación natural y racional a la cual el hombre se ve compelido para soportar las tensiones anímicas que lo atormentan. Escribió: “El primer paso para lograr este objetivo es la ciencia, o sea, el conocimiento sistemático, objetivo y universal del mundo que nos rodea, profundizando en el estudio, investigando en el laboratorio, para descubrir con nuestra mente los secretos arcaicos de la materia”.

La ilusión no fue respetada por los embates de la realidad, pero fue asumida por los discípulos y continuadores.

Académico

Convencido de lo ejemplar del modelo académico de la Universidad Nacional, quiso basarse en la organización y los planes de estudio de esta para consolidar la vida académica del ITESO. Admirador de los logros de los años cincuenta, luchó por consolidar el ITESO legal y jurídicamente con la incorporación a la UNAM, sus afanes se vieron culminados en noviembre de 1968 cuando la UNAM concedió la incorporación al ITESO. Ese logro vale cualquier reconocimiento por grande que sea.

Formó el Consejo Académico, que el 10 de septiembre de 1958 tuvo la primera reunión. Jorge presidió el Consejo durante 144 sesiones. La última, el 14 de mayo de 1970. Recorrer las actas de esas sesiones es una forma de palpar los enormes cambios que el ITESO experimentó en solo doce años. La mayor parte de ellos debidos, en alguna forma, al P. Villalobos.

Ninguna referencia a Jorge Villalobos-académico puede ser completa sin hacer notar que nunca abandonó la cátedra. Era feliz explicando secretos de los circuitos y manipulando alambres. Artesano de la ciencia, encontraba la paz entre aparatos, “chácharas” y “fierros”, cuya lógica fue siempre inaprehensible al no iniciado. Quizá ese fue el espacio en el cual Jorge hizo su mayor obra. Todo lo que hoy es Ingeniería Electrónica se debe, en no poca medida, al P. Jorge.

Retazos sueltos

Hombre de ciencia, de pocos escritos y de menos palabras, no dudó en los momentos de crisis en apelar a la elocuencia para animar los espíritus, levantar los ánimos y enfrentar las calamidades. No dudó en encabezar las acciones para defender y enfrentar críticas, ataques, injusticias y desalientos que afectaran al ITESO. Le tocó vivir escaseces. No arredró el ánimo ni bajó la disponibilidad. Esa tensión siempre lo mantuvo erguido y le dio fortaleza para llevar en las espaldas las ilusiones de muchos y los desánimos de casi todos.

No puso en la grandeza su esperanza, sino en la excelencia su búsqueda. Hombre de Dios, no dejaba la catadura sino cuando la sonrisa le afloraba a fuerza de oír desatinos de los alumnos o bromas científicas. También cuando detectaba que sus clases provocaban al menos las ganas de hacer un proyecto o un invento entre los alumnos. Recio en el exterior, se dio tiempo para suavizar el ánimo en la compañía de los sobrinos y recuperar el tiempo que añoraba no haber tenido para compartir con sus mayores, especialmente con su padre.

Un educador, me dijo alguien, es un sembrador. Jorge Villalobos, si una metáfora lo pudiera atrapar, era un sembrador. Fue consciente de ello hasta sus últimos días, en los que la furia de los males corporales le infundía especial energía a su cerebro, siempre en búsqueda de dominar la naturaleza. Hoy, la siembra se ha convertido en primicias de abundante cosecha.