Luis Fernando Lara, una eminencia mexicana en el campo de la lingüística y el desarrollo del lenguaje en el ser humano, fue el invitado de honor del 11 aniversario del Café Scientifique ITESO.

Sabemos que el ser humano aprendió a cazar en grupo y a hacer abstracciones del mundo que lo rodeaba (orígenes del arte) gracias a los arqueólogos y a las pinturas rupestres. Sabemos que el ser humano empezó a ser sedentario porque dejó rastros de sus cultivos y porque alrededor había rastros de los animales que domesticaba.

lenguaje

Pero, ¿qué rastros físicos dejó el hombre de las primeras frases hiladas que pronunció? ¿Cuáles habrán sido? ¿Cómo o cuándo unió consonante y una vocal y dijo “YO”? ¿Cómo el ser humano empezó a multiplicar y emplear en su vida sustantivos, verbos, artículos o preposiciones para pasar de sus primeros balbuceos para conseguir comida o refugio hasta llegar a Hamlet o El llano en llamas?

Estos son los terrenos de Luis Fernando Lara, una de las principales autoridades latinoamericanas en lingüística y desarrollo del lenguaje y conferencista invitado al Café Scientifique ITESO del martes 2 de septiembre, día en el que celebró su décimo primer aniversario.

“No tenemos ninguna idea de cómo habrá aparecido la facultad de hablar ni de cómo hablarían o qué hablarían estos Homo sapiens de hace 200 mil años… Se desarrolló el cerebro y entonces empezó a desarrollarse la facultad de hablar”, comentó Lara, reconociendo que a lingüistas y neurólogos aún les quedan varios enigmas por resolver en torno a cómo surgió y cómo se ha ido desarrollando esta potente herramienta del ser humano.

“Las lenguas humanas son algo absolutamente notable en el mundo animal; no hay ningún animal que tenga un lenguaje que le sirva para comunicarse como a nosotros las lenguas, ninguno que pueda utilizar su lenguaje para una declaración de amor o para escribir un tratado de física cuántica”, sentenció el Doctor en Lingüística, miembro de El Colegio Nacional y autor del libro infantil Diccionario para armar.

El ADN de las palabras
¿Qué elementos contiene una palabra para provocar tal o cual reacción en nuestro cerebro?
Lingüistas y neurólogos, recordó el autor del Diccionario del español de México, trabajan para establecer los vínculos entre ciertos estímulos lingüísticos y lo que ocurre debido a ellos en la corteza cerebral, investigaciones relacionadas con el ADN y el ADN mitocondrial.

“La investigación genética nos brinda la posibilidad de pasar de la mera especulación a la hipótesis, aunque todavía no a la teoría”.

Para ejemplificar lo enormemente complejo que es el tema del aprendizaje y estudio del lenguaje, Lara mencionó que una lengua como el español tiene 21 sonidos (no letras) los cuales, combinados, podrían generar más de 51 trillones de combinaciones de sonidos. Sería imposible entendernos, lo bueno es que los hemos articulado en sílabas (tiene que haber una vocal obligatoriamente), lo cual restringe las combinaciones.

“No sabemos cuántas palabras tiene ninguna lengua. Los diccionarios se hacen propaganda diciendo: ‘¡este diccionario tiene 300 mil palabras!’, y todo el mundo piensa que esa lengua tiene 300 mil palabras, pero no es cierto”, dijo Lara, quien aclaró que mientras un diccionario con 300 mil palabras es un diccionario bien hecho, los seres humanos solemos emplear en nuestra vida cotidiana no más de 8 mil. ¿Alguna vez has dicho renvalso, pergeño o marola?

“Mientras haya gente que hable una lengua, el número de palabras va creciendo, y muchas van cayendo en el olvido”.

¿Entiendes un semáforo?
El también miembro emérito del SIN, integrante de la Academia Mexicana de Ciencias y admirador de Jean Piaget –nadie como el francés ha elaborado hasta ahora una teoría tan completa sobre el desarrollo de la inteligencia– utilizó un sencillo ejemplo para destacar otro elemento fundamental para que funcione cualquier lengua: el acuerdo previo.

Pensemos en un semáforo en cualquier ciudad del mundo.

“Si alguien no tiene contexto ni información previa de lo que significan el verde, el ámbar y el rojo, simplemente podría decir: ‘¡qué buena idea, poner tres foquitos tan bonitos en esa esquina!” Texto Enrique González Foto Archivo