El padre Javier Martínez acaba de cumplir medio siglo como sacerdote; 25 de esos años se los ha dedicado a compartir sus conocimientos y experiencias en el ITESO.

Ha leído Pedro Páramo más de 12 veces. Ya sabe usar Twitter “y todas esas vaciladas que tanto abonan a la comunicación inmediata”. Ha sabido alternar su amor por el periodismo –durante años fue el director del programa para Hispanoamérica de la Radio Vaticana– con su interés por la literatura, el cual ha desembocado en varios cuentos publicados en distintas compilaciones.

Padre Javier

Este año, Francisco Javier Martínez Rivera, SJ cumplió 50 años como sacerdote –tiene 65 como jesuita– y es un hombre totalmente de casa. La mitad de esos años los ha dedicado al ITESO, adonde llegó en 1981 para desempeñarse por igual en las aulas del Departamento de Estudios Socioculturales y en las del de Filosofía y Humanidades.

 

¿Qué es lo que más le gusta de la enseñanza?

Dar clases de todo: de historia del teatro, literatura, periodismo, comunicación oral y escrita (que aún imparte). Algunos de mis alumnos que se dedicaron al periodismo me recuerdan esas clases en las que revisábamos autores no clásicos, controvertidos, que desafiaban la idea de la imparcialidad de una nota.

¿Cómo fue que entró a la Radio Vaticana?

Fui a la Universidad Complutense de Madrid a estudiar el Doctorado en Comunicación. La que debió haber sido mi tesis era un análisis de Pedro Páramo, entonces tuve que leer la novela por arriba y por abajo, y leer hasta el cansancio sobre Rulfo. Cuando me contactó la Radio Vaticana, pensé, ¿qué es mejor? ¿Tomar una experiencia muy importante que no cualquiera puede tener o seguir en la academia con Pedro Páramo hasta el coco? Así que me lancé.

¿Qué fue lo más interesante de trabajar allí?

Acompañé al Papa Juan Pablo II a los viajes que hizo a Latinoamérica y a Estados Unidos como jefe del grupo de periodistas. En Brasil recuerdo que O Globo nos prestó una camioneta para transmitir y todos viajábamos ahí adentro.

Cuando íbamos a cubrir las transmisiones nos enfrentábamos a muchos problemas. Recuerdo la transmisión de una misa en Chile, en el parque O’ Higgins, con un millón de personas; estaban rodeadas de policías –pero sin armas– y disidentes estaban quemando las vallas de madera. Los policías aventaron gas lacrimógeno y alcanzó a llegarle al Papa. Atrás del altar había un helicóptero, por si acaso.

En esa época yo era un poquito lanzado y me gustaba mandar textos un poco subversivos, contar esas tensiones, poner un ambiente más real. Las otras coberturas me parecían más de lo mismo: “Llegaron los niños y le entregaron flores al Papa”. A mí me gustaba reportar la realidad más amplia de lo que estaba pasando.

¿Cómo cambió esto su manera de dar clases? 

Me hizo entender la responsabilidad muy grande y seria que es el periodismo, lo que puedes lograr cuando informas. Fue difícil regresar, porque ya no estás en el mundo, estás dando clases y tenemos que preparar a los periodistas y a los editores. Con un buen editor, uno escribe mejor.

¿Cómo vienen las nuevas generaciones de estudiantes?

Me preocupa que se asuma que saben escribir; no saben distinguir un verbo de un sustantivo. Los pongo a escribir cuentos o crónicas para que puedan hacer análisis de discurso. Los pongo a leer y recomiendo a los clásicos: a Carlos Fuentes, a García Márquez… aunque a él ya lo dejé de leer, porque armaba todo un tinglado para vender. Cuando se vuelven comerciantes es que ya te dijeron todo lo que te querían decir. Su aberración más grande fue Memoria de mis putas tristes, una vil copia de La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata; y hasta se lo dedicó. Esta novela es una belleza, y Memoria…, una mamarrachada.

Si no hay que perder el tiempo con lo último de García Márquez, ¿con quién sí?

Voy a decir algo terrible: me gusta más Agustín Yáñez que Juan Rulfo; me parece más universal. Pedro Páramo es una gran novela y sus cuentos son magníficos, pero Al filo del agua es maravillosa, lástima que no ha tenido tanto éxito como Rulfo, quien no me deja. Estoy tomando un taller de novela en el Fondo de Cultura Económica y tuve que volver a leer Pedro Páramo. Quiero escribir una novela, pero estoy frustrado. Yo soy mejor para el cuento, así que voy a editar un libro de relatos cortos que son mis novelas abortadas (risas). Foto Roberto Ornelas