Estamos por culminar un año desafiante que nos exigió más creatividad, paciencia y empeño en nuestro trabajo universitario y, al mismo tiempo, también iniciamos una de las épocas más esperadas, por ello es momento de preguntarnos ¿qué Navidad es la que anhelamos?, ¿qué Navidad seremos capaces de vivir?
Estamos por iniciar una de las épocas más emocionantes del año, la Navidad, la rememoración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Es época de encuentros de familia, de muestras de afecto mediante sonrisas y abrazos, de regalos con buenos deseos se enmarcan en un ambiente de fiesta, con luces, nacimientos y árboles navideños.
Todas las navidades pasa lo mismo. Colocamos el mismo tipo de adornos que nos recuerdan el pasado y que nos recuerdan que estamos en un tiempo especial. Nos reunimos a celebrar con la misma gente, la más cercana a nuestro corazón; nos reunimos para elaborar y disfrutar de la misma comida, esa que tiene olor y sabor de tradiciones familiares, o, en el peor de los casos, la compramos en el restaurante con mejor prestigio. Año con año, en estas fechas, hacemos las mismas remembranzas y nos ofrecemos e intercambiamos, casi siempre, los mismos regalos.
Después de haber celebrado numerosas navidades, para quienes tenemos varias décadas de vida; o pocas, para aquellos que aún son jóvenes, en estos tiempos de distancia física nuestro deseo es que esta Navidad sea “normal”. No como esa normalidad que vivíamos en la que por la costumbre, todo era tan habitual que no apreciábamos el valor a encontrarnos, abrazarnos y ofrecernos un beso; de reunirnos para escuchar nuestras voces y risas, y compartir la comida comprada, a la que le faltaba el sazón del amor con que es preparada cuando lo hacemos para agradar a quienes amamos; en la que elegir el regalo era algo tan complicado que no dudábamos mucho en dar esa tarjeta de regalo, para evitarnos el compromiso de darnos el tiempo para ir a elegirlo, comprarlo y enfrentarnos a la dificultad de no saber qué le gusta y qué necesita la persona a quien le daríamos nuestro regalo. Esa no es la Navidad que queremos vivir este año.
Nuestro corazón suspira y añora la otra Navidad, la verdadera; aquella que trae al presente la ternura del pesebre donde un pequeño niño sonrió tiernamente a su madre, con su primer balbuceo, su primer llanto y su primer aroma a bondad y amor.
La Navidad es un momento para reflexionar y hacer realidad el significado de la vida: el amor demostrado y recibido a través de acciones y valores como la solidaridad, la generosidad, la unión familiar, la alegría, la esperanza, la paz y la caridad. La Navidad es tiempo para experimentar la gratitud y demostrarla a través de nuestros gestos y buenas acciones, mediante la fe y la espiritualidad, para agradecer a Dios por la salud, la familia, el trabajo, el amor y los buenos momentos vividos; para encontrar paz, consuelo y esperanza.
En ese tiempo de Navidad nueva, al rememorar ese acontecimiento ocurrido en aquel pequeño pueblo de Belén, nos lleva a construir momentos maravillosos, donde nuestros corazones se ensanchan al calor del amor, la ternura y la esperanza, del perdón y la reconciliación; aun cuando hayamos vivido pérdidas, despedidas, desilusiones o momentos de soledad. Es tiempo de mayor cercanía en nuestras mentes y corazones.
Este año de encierro y enfermedad tenemos la oportunidad de que el mejor regalo seamos nosotros mismos, y no solo para nuestra familia y personas más cercanas, sino para cuidar de los demás, especialmente de los más desprotegidos; para cuidar a este mundo maravilloso que es iluminado por la estrella que guio a los pastores, para protegerlo y sanar las heridas que le hemos infringido. Este año, aún en medio de las dificultades que hemos enfrentado, tuvimos momentos de encuentro y señales de amor que nos hacen sentir que el año valió la pena. Este año, el mejor regalo es la salud y la presencia desde el amor. Este año, aun cuando habrá sitios vacíos en nuestras mesas, esos lugares están ocupados en nuestros corazones.
En esta Navidad ya cercana y en el año nuevo que se aproxima, deseamos que la paz inunde nuestros corazones, que la unión familiar, el perdón, el amor y la fraternidad llenen nuestros espíritus, que la esperanza del reencuentro físico en nuestros hogares y en nuestro campus impulsen el esfuerzo universitario para alcanzar nuestros sueños como venturosa realidad.
Aun cuando no estemos físicamente en el mismo lugar, quitemos el cubrebocas de la boca y la nariz ,y particularmente de nuestro corazón, y dejemos que exprese el amor que contiene y que de los besos que necesita dejar salir. Dejemos que nuestra nariz aspire el aroma de la presencia de lo esencial, de lo que verdaderamente vale la pena: la amistad, el amor, la solidaridad, la ternura, la compañía más que la simple presencia física. Ahora podemos dar, en la distancia física y al mismo tiempo, desde la cálida cercanía que posibilita el corazón, ese abrazo que siempre hemos querido entregar, esa palabra de amor y de perdón que tantas veces ha estado a punto de ser pronunciada.
Demos ahora los regalos más importantes, los verdaderos: nuestros corazones, para que cuando volvamos a encontrarnos frente a frente, todo se haga nuevo e iluminado por el amor verdadero; para que volvamos a compartir las tradiciones familiares y sigamos heredándolas, de generación en generación, creando posibilidades nuevas que nos ayuden caminar hacia un futuro más brillante, conectados en esperanza, empatía y amor.
Porque lo mejor está por suceder: ¡Feliz Navidad!
Este año de encierro y enfermedad tenemos la oportunidad de que el mejor regalo seamos nosotros mismos, y no solo para nuestra familia y personas más cercanas, sino para cuidar de los demás, especialmente de los más desprotegidos; para cuidar de este mundo maravilloso que es iluminado por la estrella que guio a los pastores, para protegerlo y sanar las heridas que le hemos infringido.