La desaparición forzada de personas fue el tema central del Ciclo de la Comunidad Solidaria ITESO 2025, encabezado por el Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, SJ, (CUDJ) y la Coordinación de Reconciliación para una Cultura de Paz (Cerpaz), con la presencia de familiares de personas desaparecidas.
Mediante la instalación de siete estaciones en la explanada de la Biblioteca, en el Black Box del edificio V y el filtro principal, se efectuaron diversas actividades de sensibilización para no soltarles la mano ni darles la espalda a las víctimas de este flagelo.
A lo largo del Ciclo, tanto los familiares como la comunidad del ITESO coincidieron en dos mandatos fundamentales: es un deber y una responsabilidad social mostrar solidaridad y acompañar a las víctimas; y los jóvenes deben cuidarse y fomentar lazos sociales, porque hoy son especialmente frágiles de sufrir este problema en carne propia, sin importar su origen o condición social.
“Si todavía no hemos vivido o hemos pasado por el terror que están pasando las compañeras (buscadoras), cada día el círculo se hace más pequeño. Tenemos que reflexionar como universitarios cuál es la actitud que debemos tener ante esto y de qué manera nos corresponde cuidar, estar codo a codo con ellas y su lucha”, señaló Luis Enrique González-Araiza, director del CUDJ. “No podemos cerrar los ojos ante lo que está pasando”.
«Podemos encontrar a 20 y nos desaparecen a 30. Para estas personas (el crimen organizado), los jóvenes son reemplazables”, alertó Martha Leticia García, madre de su hijo desaparecido César Ulises.
Por ello, la integrante del colectivo Entre el cielo y la tierra llamó a la comunidad estudiantil a cuidarse y manifestó la preocupación que embarga a todo progenitor en este difícil contexto social.
“Hagan vínculos, estas redes de apoyo entre ustedes, que sepan sus compañeros de mayor confianza dónde están realmente y a dónde se mueven”, dijo. “Los padres no los quieren tener vigilados, los quieren proteger del ambiente que lamentablemente nos está tocando vivir”.
Tendidas sobre el verde césped de las afueras de la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos, SJ, las fotografías de los ausentes se llenaban de luz con las velas que encendían los familiares, en un evento previo al recorrido de las siete estaciones, como un simbolismo de una lucha que requiere la reactivación diaria y permanente de la esperanza, hecha de una cera que no se derrite y un fuego que no se apaga.
«Cada vez que se daña a la Naturaleza, nos dañamos nosotros mismos y se daña a Dios. Cada vez que se pierde a un ser humano, se pierde algo de nosotros. Cuando alguien desaparece, algo desaparece de nosotros”, recordaba el padre Pepe Martín del Campo, SJ.
Un montón de prendas y zapatos esparcidos en el suelo, como los que dieron la vuelta al mundo con el hallazgo del rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, recibían la Estación 1, “Desaparecer. Cuando todo se rompe”.
Los familiares de personas desaparecidas compartieron aquí recuerdos del día que cambió el resto de sus días: la foto panorámica del hijo que avisaba dónde estaba y que finalmente no llegó, la última jericalla que comió antes de ser secuestrado…
«Tengo más hijos, pero no se llena el espacio de esa persona con los demás, cada hijo es especial, cada uno tiene su lugar y siempre te hará falta él”, cuenta Leticia Sandoval Zúñiga, madre de José Marco.
Para la Estación 2, “¿Por qué buscamos? Porque los amamos”, la instalación de Doria Paulina, estudiante de la Licenciatura de Arte y Creación del ITESO, invitaba a los asistentes a tomar la espátula y rasgar el yeso y cemento de la madera para visibilizar las fichas de los desaparecidos que los gobiernos ocultan en la realidad.
Al mismo tiempo, los testimonios de las madres buscadoras eran espátulas que desprendían un material más complicado de limpiar: los estigmas sociales. Invitaban a los jóvenes a evitar pensar en los desaparecidos como gente en malos pasos; muchos de ellos son inocentes, que estaban en el lugar equivocado en el momento erróneo.
Martha Leticia García afirmó que el proceso de búsqueda, especialmente ir al Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, la enfermó tanto que casi la deja sin vista. Los dramas de esos días la agotaron, como ver a una madre reconocer los restos de su hijo por los huesitos de más que tenía en los pies.
“Cuando nuestro ser querido desaparece, la vida se detiene. Ya todos los compañeros de mi hijo se graduaron, algunos están casados y tienen familia, y nosotros nos quedamos en ese momento, en el que no han regresado a casa”, dijo.
Las etapas 3, 4 y 5 del Ciclo Solidario se centraron en tres actividades; el bordado como una actividad para impedir que se deshilachen los nombres propios y los recuerdos de los ausentes, los rompecabezas como una invitación a juntar las piezas de un problema que fractura a la sociedad y las calcomanías sin estigmas sociales y con mensajes positivos para colocarlas en las fichas de búsqueda.
La sexta estación fue la presentación de una performance/recital, “Oratorio”, donde la música y la palabra escrita se unieron en una denuncia de la desaparición forzada mediante el arte. El concierto se efectuó en el Black Box, a las seis de la tarde de este miércoles.
La última parada del viacrucis, “¿Qué hacer ante la desaparición de una persona?”, fue el cierre didáctico para consolidar la acción frente al tema y derribar mitos: no hacer caso de la recomendación de la autoridad de dejar pasar 72 horas para buscar a un familiar desaparecido, denunciar ante la Fiscalía Especial en Personas Desaparecidas y reportar a la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de Jalisco, y otros consejos útiles.
FOTOS: Zyan André
