Don José Luis Lara Lara llegó con 16 años al ITESO. 47 años después es, quizás, una de las personas que mejor conoce el campus al que le ha dedicado la vida y por el que ha visto desfilar a miles y miles de estudiantes.
La mano derecha activa el interruptor. La corriente eléctrica fluye por el cable y de la barra de la soldadura comienzan a saltar miles de chispas incandescentes cuando ésta hace contacto con el metal. Detrás de la careta, los ojos de José Luis Lara miran fijo el resplandor, protegidos por el cristal y remontándose a otros años, lejanos ya, en los que el oficio de soldador era el que más disfrutaba. Se quita la careta, habla de beisbol, del comienzo de la nueva temporada de los Charros de Jalisco, de la salud de su hermano. Con pasos firmes recorre el taller de soldadura, así como ha recorrido todos y cada uno de los pasillos del ITESO, los que existen y los que no son más, desde aquella vez cuando, con apenas 16 años de edad, llegó al campus para no irse nunca más.
Don José Luis Lara Lara (Hacienda Estancia Grande, Jalisco, 1956) es uno de los colaboradores con más tiempo en el ITESO. Forma parte del personal de la Oficina de Servicios Generales, ese ejército discreto y silencioso que se encarga de que todas las cosas funcionen en el campus. Cuando sonríe, sus ojos casi desaparecen y las arrugas dejan constancia del paso de los años. Cuando no sonríe, la mirada se queda fija mientras la mente realiza un viaje en el tiempo para recordar que llegó a la universidad “por casualidad”. Cuenta que una vez viajó desde la hacienda donde nació, allá por Lagos de Moreno —“rumbo a San Luis Potosí”—, para visitar a unos parientes que vivían en el ITESO. Tenía 16 años y venía con el objetivo de encontrar un trabajo en alguna obra en la ciudad. Pero lo que pasó fue que le dijeron al esposo de su tía si no se quería quedar a trabajar en el ITESO. Y se quedó. Era 1972 y José Luis se convirtió en la persona más joven en ingresar a trabajar en la universidad. “Antes la política era contratar solo a personas ya mayores, fui el primer joven que entró. Tomé la oportunidad sin saber bien a donde llegaba”, confiesa.
El año en que José Luis entró a trabajar en el campus es particularmente especial en la historia de la Universidad por tres razones: ese año fue nombrado Rector Xavier Scheifler y Amézaga, SJ; se creó el Centro Polanco, con el objetivo de insertar un grupo de jóvenes, estudiantes, pasantes y profesores en una colonia popular para dar un servicio que respondiera a sus necesidades y, acaso lo más relevante, el 28 de noviembre Pedro Arrupe, SJ, entonces general de la Compañía de Jesús, dio su aval para que los jesuitas se hicieran cargo de la Universidad, es decir, en ese año el ITESO ingresó de manera oficial al listado de universidades confiadas a la Compañía.
Por aquellos años el campus universitario distaba mucho de lucir como ahora. Estaban el edificio A, el C y al B le faltaba la planta alta. José Luis Lara regresa de su viaje en el tiempo y compara aquel campus con el actual. “No creí que fuera a llegar a tanto. Claro que sabía que se tenía que construir, pero nunca imaginé esa cantidad de edificios. Me da gusto verlo como está”, dice y señala que de todos los edificios el que más le gusta es el A, donde trabajó muchos años como aseador. Luego vinieron más tareas, pero la que más disfrutó fue la de soldador, encargo al que dedicó ocho años y en el que estuvo a cargo de las diversas reparaciones que requerían los edificios. Dice que cada una de las construcciones es especial porque cada edificación tiene sus características, pero advierte que los nuevos edificios son más sofisticados y, por lo tanto, “tienen problemas más sofisticados”.
Además de soldador, también hizo labores de jardinería. Con sus manos —gruesas, fuertes y de saludo firme y recio— plantó en los años ochenta las ahora enormes y celebradas jacarandas que hay entre los edificios B y C, esas que forman un pasillo de sombra y flores violetas que hace las delicias de los estudiantes en sus cuentas de Instagram. Aunque sabe que antes había más áreas verdes, dice que el ITESO “sigue bonito, sombreado”.
Don José Luis, que desde hace 35 años figura como el coordinador de Mantenimiento del campus, ha sido testigo del levantamiento de muchos edificios. Vio cómo ponían las primeras piedras del edificio Ñ, del domo deportivo, del gimnasio, del edificio S, de la Biblioteca. De todos los edificios que ha visto levantarse de la nada, el W representó un revés para uno de sus principales gustos: el beisbol. Aficionado al Rey de los Deportes desde niño, seguidor de los Dodgers y de los Charros, encargado de resguardar la primera base, cuenta que ya son más de 15 años que no participa en un torneo de beisbol, específicamente desde que quitaron el campo de la Universidad para dar pie al edificio W. Aunque después se abrió uno en la zona sur del campus.
A lo largo de 47 años —su relación con el ITESO es más larga que su matrimonio de 28 años—, José Luis Lara ha visto pasar a miles y miles de estudiantes. Y Rectores: le ha tocado ver cómo toman las riendas los jesuitas Xavier Scheifler, Carlos Vigil, Luis Morfín, Luis González Cosío, Mario López, Pablo Humberto Posada, David Fernández, Héctor Acuña, Juan Luis Orozco, José Morales y el actual, Luis Arriaga. Recuerda de manera especial a Luis González Cosío —“me identifiqué mucho con él, era muy cercano a nosotros”— y a Luis Morfín.
Después de los años de trabajo vienen los años de la cosecha. En el caso de José Luis Lara, ésta significa que ha visto la titulación en el ITESO de siete sobrinos y de su única hija, que hace tres años concluyó los estudios de Ingeniería Financiera. “Estoy muy agradecido por el ITESO”, señala, orgulloso.
A los alumnos, don José Luis les recomienda que aprovechen su paso por la universidad, aconseja que le saquen el mayor provecho posible porque cada vez hay más competencia y tienen que estar más preparados para que les vaya mejor. A sus compañeros de Servicios Generales les aconseja “que le echen ganas, que aprovechen las oportunidades de crecimiento ya sea aquí o fuera del ITESO”.
Con casi 50 años de vida en la Universidad, es casi obligado preguntarle a José Luis Lara hasta cuándo piensa seguir trabajando. Sonríe y casi se le desaparecen los ojos de la cara. “Me gustaría trabajar hasta que cumpla los 65 años de edad, a principios del 2021, pero si es antes, me iré agradecido por tantos años de estar aquí”.