María Luisa Gómez y Arturo Luna, egresados de Ingeniería de Alimentos, emprendieron una aventura en las tierras que fueron escenario de El Señor de los Anillos
Este no siempre fue su plan, pero la vida da vueltas inesperadas, retos y sueños nuevos. Luisa es de Chiapas y Arturo vivió casi toda su vida en Michoacán. Estudiaron en la misma preparatoria, pero no se conocieron hasta ingresar a la misma carrera del ITESO. Y fueron grandes amigos durante varios semestres, hasta que, en la recta final de la carrera, comenzaron a salir.
A Arturo le interesaba la medicina, la nutrición y la tecnología, pero no sabía cómo combinar estas disciplinas, hasta que encontró la carrera de Ingeniería de Alimentos y vio que unía un poquito de todo.
Luisa siempre leía las etiquetas de los productos y le interesaba saber quiénes eran los encargados de hacer las tablas nutrimentales, el empaque y verificar la calidad de los productos. Cuando fue a visitar el ITESO para la feria de carreras, se encontró con que había una ingeniería justo para eso.
Arturo cuenta que le fue un tanto difícil durante los primeros semestres. “Luisa dice que yo era de los ñoños de la preparatoria, así que yo venía de sacar buenas calificaciones, a una nueva ciudad, y como chinampina, a tronar en casi todo”.
La transición a las materias con prácticas en laboratorio fue un cambio más positivo para Arturo. “Las materias de tecnologías de cárnicos, cereales, bebidas, confitería… todas esas ramas donde puedes vincular materias de tronco común como cálculo diferencial, y donde puedes tener más práctica, a mí me gustaron mucho”.
Para Luisa, sus primeros semestres en Ingeniería de Alimentos también fueron un poco abrumadores. No era un problema de calificaciones, sino de rumbo.
“Esto de elegir el resto de tu vida profesional a los 18 es muy joven. Yo tengo familia en Estados Unidos, y mi mamá me sugirió darme un ratito sabático y estudiar inglés. Así que me salí un año. Yo entré antes que Arturo, pero al regresar, estaba un semestre atrás que él. Pero esto me dio más madurez y claridad. Aquí fue cuando le eché más ganas. Además, los siguientes semestres fueron más divertidos, con más prácticas y visitas al laboratorio”.
La vida la fue orientando más a las áreas de calidad. Hizo prácticas con la profesora de toxicología de alimentos y microbiología, y curiosamente, tuvo la oportunidad de participar en un proyecto en una tortillería de un poblado cerca de Guadalajara, para mostrar procesos de calidad para sus productos.
Luisa trabajó como becaria en Bimbo, en aseguramiento de calidad, antes de graduarse. Y cuatro meses después, la emplearon en esta área. “Me aventé el último semestre trabajando de tiempo completo y estudiando”.
“Llegamos y, por ser de Ingeniería de Alimentos, y también por ser del ITESO, encontramos trabajo rapidísimo y muy fácil. Hay poca gente y mucha necesidad de ingenieros, doctores y carreras técnicas”.
Arturo no estaba seguro de cuál sería su rumbo, pero le interesaba mucho la innovación de productos, donde pudiera experimentar con ingredientes nuevos y tecnología.
Trabajó en Sigma Alimentos como ingeniero de procesos. Fue un primer trabajo agotador, en el que también aprendió de disciplina y conocimiento. Casi dos años después, aplicó y quedó para la maestría en Agronegocios en la Universidad Massey, en convenio con el Gobierno de Jalisco y el Gobierno de Nueva Zelanda.
Luisa también tenía el interés de una maestría, y aplicó a un programa en Europa que en el que podría trabajar y al mismo tiempo estudiar una maestría en procesos de calidad para lácteos. Dentro del proceso de selección, la enviaron a Búfalo, NY al corporativo de América de Grupo Lactalis, para tres días de entrevista.
Justo al mismo tiempo, en Bimbo le ofrecieron ser supervisora de aseguramiento de calidad en Bimbo, y tenía que dar una respuesta pronto. “Sin tener la maestría asegurada, le aposté, y rechacé el puesto en Bimbo, y renuncié. Y a las pocas semanas, me avisaron que, por problemas administrativos, no podrían contratarme en Lactalis y estudiar la maestría”.
Luisa decidió solicitar trabajo de becaria en Lactalis durante un año, en el área de calidad y con el proyecto de reducción de consumo de agua. La idea era apostarle a que después pudieran contratarla.
Los planes de Arturo tampoco resultaron como esperaba: su sueño de la maestría en el extranjero le fue interrumpido por la muerte de su papá. Tuvo que regresar a México de Nueva Zelanda al año para apoyar a su familia durante una temporada; afortunadamente, pudo continuar con sus estudios en línea.
Arturo soñaba con regresar a Nueva Zelanda, y en cuanto tuvo la oportunidad para aplicar para visa de trabajo, le propuso a Luisa que viniera con él. “Le hice la gran proposición romántica: ‘si quieres venir conmigo, nos tenemos que casar’”, cuenta entre risas.
No fue un plan de la noche a la mañana: Luisa cuenta que habían hablado de hacer una vida juntos en alguna otra parte del mundo, y con Arturo en Nueva Zelanda y ella en Búfalo (y con miras a algún empleo en Canadá), habían acordado que quien tuviera mejor sueldo, una vez acabadas sus maestrías, ese sería el país en el que vivirían.
Luisa apostó con Arturo por Nueva Zelanda: renunció un par de meses antes de que se cumpliera el año en Lactalis, y pudiera aplicar por un trabajo. Se regresó a México, planearon la boda más rápida que pudieron, para poder aplicar juntos a la visa, y fueron aceptados en 2015. La vida volvió a sonreírles después de años de pruebas.
“Llegamos y, por ser de Ingeniería de Alimentos, y también por ser del ITESO, encontramos trabajo rapidísimo y muy fácil. Hay poca gente y mucha necesidad de ingenieros, doctores y carreras técnicas”.
Durante cuatro años trabajaron respectivamente en sus áreas, hasta que Arturo decidió comenzar como trabajo de medio tiempo la importación de mezcal, tequila y productos mexicanos. Así nació ¡Ay Caramba!, que actualmente importa desde salsas y chiles hasta rompope, cerveza artesanal y cajeta. Son uno de los más grandes importadores de productos mexicanos, realizado por mexicanos.
“Hay mucho amor por la cocina mexicana por acá, hay muchos restaurantes. Aunque no tiene nada que ver con la población mexicana; no somos ni el 1% de habitantes. Pero por alguna razón que no sé decir, es muy socorrida. Así que vimos la oportunidad de ofrecer estos productos a negocios de comida y retail, pero también para personas que quieren cocinar en casa”.
Aprender sobre el oficio de la importación llevó su tiempo. Luisa cuenta que primero fue una especie de hobbie, y poco a poco se fue formalizando, y comenzaron a trabajar juntos en ello, hasta que renunciaron a sus trabajos y, hace más de un año adquirieron la marca de tortillas de una empresa neozelandesa. Así nació Remarkable Tortillas, la fábrica que produce tortillas de maíz y harina, y productos derivados como totopos, tostadas y harina.
Arturo cuenta que disfruta poder enfocarse en la innovación de productos en su propio negocio, para poder hacer tortillas del otro lado del mundo, o el ofrecer harina de amaranto, o recetas para las demandas específicas de sus clientes restauranteros. Acaban de lanzar una tortilla libre de conservadores con larga vida de anaquel: hasta 75 días a temperatura ambiente.
De maíz, tienen tamaños de 4,5 a 7 pulgadas, maíz amarillo, azul, blanco y con nopal, además de tostadas y totopos. De harina, tienen de 4,5 hasta 12 pulgadas (para burritos o wraps, muy populares allá), y hacen mezclas personalizadas, como las tortillas de harina con espinaca. Incluso, tienen un cliente que les pidió que sus tortillas supieran menos a maíz, pero conservaran la misma calidad y textura; y después de experimentar, lograron satisfacer su demanda.
El covid les ha pegado en el tema de insumos y logística, y han tenido que ajustarse a los tiempos –comenzaron con la fábrica casi al mismo tiempo que llegó la pandemia. Y de ser uno de los países con mejores resultados de prevención contra el covid, ahora están, como dice Arturo, “viviendo en el pasado: ahora que todo el mundo está afuera, nosotros estamos de vuelta en el encierro. Antes yo hablaba con mis amigos de México, y yo estaba ya en festivales y conciertos, mientras ellos estaban encerrados… y ahora estamos al revés”.
Han sido muchos los sacrificios, más allá de la pandemia, de hacer una vida fuera de México. Arturo menciona que le pesa tener una hija de dos años que no convive con su familia extendida.
“El talón de aquiles de un migrante siempre es dejar todo por el sueño, y si lo tiene, estar sin su familia. Pero me enorgullece haberlo logrado, y tener el deseo de seguir buscando cómo innovar, ver qué sigue. Hay distintos tipos de éxito –el económico, el profesional… –, y aunque ahorita estamos en la parte de deudas y reinversión, es muy bonito hacer esto y recibir reconocimiento por nuestro trabajo”.
“Esto de poder tener una planta de tortillas en medio de Nueva Zelanda es para mí un sueño realizado”, dice Luisa. “Yo quería tener mi propia empresa, ser mi propia jefa y todo lo que conlleva. Y me siento orgullosa porque hice un gran equipo con Arturo: Arturo es la parte tecnológica e ingenieril, y yo estoy encargada de control de calidad. Y se me hace muy divertido poder dedicarnos juntos a esto”.
Quienes estudian Ingeniería de Alimentos en el ITESO orientan su trabajo en beneficio de la salud de las personas, por lo tanto, aprenden a caracterizar, desarrollar, procesar e innovar alimentos nutritivos al alcance de todo tipo de consumidores; estudian la normatividad alimentaria nacional e internacional; se preparan para mejorar y crear nuevos envases, procesos industriales de fabricación más sustentables y realizar estudios de inocuidad para que los alimentos sean seguros; estudian la normatividad alimentaria nacional e internacional; y buscan nuevos usos para subproductos comúnmente obtenidos durante el procesamiento de alimentos.
Si te interesa la carrera, revisa aquí el plan de estudios: https://carreras.iteso.mx/ingenieria-alimentos
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