El Rector del ITESO presidió la misa de san Ignacio de Loyola, cuya fiesta religiosa se recuerda el 31 de julio. En su homilía, Zatyrka repasó algunos de los elementos que configuran el legado espiritual del fundador de la Compañía de Jesús
467 años han pasado desde el 31 de julio en que murió Ignacio de Loyola. La fecha es recordada cada año por la Compañía de Jesús y las personas allegadas a sus obras, así como quienes tienen devoción por el santo español. El ITESO no es la excepción y el pasado 2 de agosto tuvo lugar la Misa de San Ignacio, tradición con la que la comunidad universitaria recuerda al fundador de la Compañía.
En esta ocasión la misa fue presidida por Alexander Zatyrka, SJ, quien estuvo acompañado por otros seis jesuitas. Antes de comenzar la celebración eucarística, el rector del ITESO señaló que “cada vez que recordamos el servicio de Ignacio de Loyola a la Iglesia, su vida entregada al proyecto que Jesús le fue revelando, el discernimiento permanente, la escucha atenta, nos comprometemos en la vocación de cada uno, poniendo los talentos y dones para construir un mejor lugar común”.
Posteriormente, durante la homilía, Zatyrka Pacheco reflexionó sobre algunos de los rasgos fundamentales de la espiritualidad ignaciana, que calificó como el mayor legado del santo español ya que “en ella descubrió un mundo nuevo”. El primer elemento que mencionó el Rector fue “la necesidad de cultivar la interioridad. El centro de los Ejercicios Espirituales es el conocimiento interno del Señor Jesús no como un concepto o una idea, sino como una presencia comunicativa que abarca toda la experiencia humana”.
Para alcanzar este conocimiento, continuó, son necesarios la soledad y el silencio. “Cuando Ignacio se vio obligado a practicar la soledad y el silencio, encontró en su interior otros pensamientos, otra convicción, otro proyecto de vida que Dios le revelaba y que fue seduciéndolo”. Cuando se cultivan la soledad y el silencio es posible descubrir que la comunicación de Dios es “más sutil, más delicada, contrario a la estridencia del mundo que nos rodea”.
La reflexión del Rector del ITESO también planteó la importancia de reconocer que cada persona ha sido creada a semejanza de Jesús, por lo que cada una debe encontrar “la manera en que Cristo ha querido vivir en cada persona y descubrir qué parte de la vida de cada quien no es Cristo”. Una vez realizado este proceso, añadió, “el sentido de la espiritualidad ignaciana, una vez que nos liberamos de lo que es mentira en nuestra vida, es asumir nuestra identidad vinculada a la de Cristo, que tiene como meta descubrir el amor que nos habita. La espiritualidad ignaciana es un camino para aprender a enamorarse, para vivir enamorado en el mundo”, dijo Zatyrka, y añadió que “el amor no es intenciones: son obras”. Esto lo entendió muy bien san Ignacio, para quien amor y servicio estaban vinculados.
Después de su reflexión, el Rector cedió el espacio para quien quisiera compartir alguna reflexión. Pedro Reyes, SJ, del Departamento de Filosofía y director de la revista Christus, se dijo agradecido “por Ignacio, que nos convoca, y por Jesús, que está en el fondo del llamado de Ignacio”.
Hubo además tres participaciones: la de una persona que tuvo la oportunidad de visitar Manresa, una ciudad importante en la vida de Ignacio de Loyola y de la que, mencionó, “me vine impresionado de cómo Ignacio dejó su espíritu, que permanece 500 años después”. También participaron un joven que compartió su alegría por integrarse a la comunidad itesiana y un profesor que agradeció la oportunidad de estar en contacto con los jóvenes. “Todos tienen una espiritualidad y nos toca descubrirla, fomentarla; ellos están ávidos de compañía y nos toca fomentar la esperanza y la certeza de que este tiempo va a mejorar”.
FOTO: Luis Ponciano