Luego de 18 años trabajando por hacer conciencia en la comunidad de la importancia de la solidaridad sin paternalismos, Cristina Barragán Salín se despide de la universidad.

Hace   18   años,   Cristina   Barragán   se   encontraba  en  casa.  Estaba,  cuenta,  criando a su hija más chica. El nuevo milenio  estaba  en  pañales  y  ella  estaba tomándose una pausa de la vida laboral  después  de  haber  trabajado  siete años en el Instituto de Ciencias. Y entonces, llegó una invitación, una oferta de esas que, como decía don Corleone, no se pueden rechazar:  la  convocaron  para  que,  junto  con  Rocío  Martínez,  se  hicieran  cargo  de  la  entonces  llamada  Oficina  de  Solidaridad  Permanente.  Por supuesto, aceptó. El tiempo ha pasado y ahora, con el milenio a punto de inaugurar su década tercera, Cristina está lista para concluir su estadía en el ITESO e iniciar  una nueva etapa desde la jubilación, misma que define como “una etapa de regresar a mí misma, de recuperar tanto bien que he recibido”.

Una de las cosas que más le gustan a Cristina Barragán Salín (Guadalajara, 1963) es estar con la gente. Es, dice, su vocación. Por eso estudió Trabajo Social en la Universidad de Guadalajara y también por eso, agrega, “lo que más me gusta de mi trabajo en el ITESO es cuando estoy con la gente, con los muchachos”. Esta pasión por el contacto con el otro —que se proyecta en su manera de hablar, que se contagia en su mirada— la llevó a trabajar cuatro años en Huayacocotla, comunidad de la sierra norte de Veracruz, en la Huasteca, donde los jesuitas tienen una importante presencia y una radio comunitaria. Esa etapa, cuenta Barragán, “fue la escuela más importante de la vida. Ahí aprendí a ponerme del lado de la gente, de sus necesidades. Entendí que ellos son y deben ser siempre los protagonistas de cualquier proyecto que emprendamos junto con ellos”.

Ahí en Huayacocotla comenzó su relación cercana con la Compañía de Jesús. Ahí se dio cuenta que el trabajo de los jesuitas tenía dos grandes componentes: la acción social y la acción educativa. Ella, por supuesto, estaba encantada con la acción social. Era lo suyo. Y por eso entró en conflicto cuando la invitaron a colaborar en el Instituto de Ciencias para coordinar el servicio social de la preparatoria. Aunque al principio no estaba muy convencida, aceptó. El objetivo de la nueva encomienda era que las y los estudiantes adquirieran una mirada más solidaria. Se dio cuenta que llegaban al bachillerato sin ella, sin estar sensibilizados, y entonces arrancó un proyecto que contemplaba inculcar la vocación para el servicio social desde el preescolar y hasta la preparatoria. El resultado: además de instalarse en el Instituto de Ciencias, el proyecto fue replicado en otras escuelas. Y le valió su pase a la universidad.

Al ITESO llegó por invitación del entonces rector David Fernández, SJ. El encargo fue uno y preciso: “Traer la realidad del pueblo sufriente, de aquellos que estaban luchando, reivindicando sus causas, para que los alumnos conocieran de primera mano esas realidades”, cuenta Barragán Salín y añade que la idea era “poner en orden la solidaridad y los apoyos que llegaban a través del Centro Universitario Ignaciano”. Así pues, Cristina puso manos, cabeza y gente a la obra: comenzó con la organización del entonces llamado Día de la Solidaridad —hoy Día de la Comunidad Solidaria—, arrancó el voluntariado, comenzaron a visibilizarse los proyectos de solidaridad que tenía el ITESO; se propuso mirar los proyectos de acción social de la Compañía de Jesús en Huayacocotla, Bachajón y la sierra Tarahumara para traerlos a la universidad; trajeron al coro de Acteal, a los zapatistas, a representantes de La Gavilana; surgió el Voluntariado Manos Solidarias, el trabajo con indígenas, con migrantes; vio nacer FM4 Paso Libre luego de que unos voluntarios regresaron a Guadalajara después de trabajar con personas en tránsito; lograron visibilizar a la comunidad de estudiantes wirraritari; se hizo, cuenta, “mucho trabajo para quitarle al concepto solidaridad el rollo asistencialista, la visión de yo soy bueno porque ayudo al pobre, que era un discurso muy instalado”; nació la UNIRED-ITESO para apoyar en casos de desastres… Al volver la vista atrás, al vaciar cajones y oficinas, Barragán Salín se dice “muy satisfecha. Me voy con el morral lleno, con muchos sueños cumplidos, con el cariño de los chavos”.

Ante la inminente partida, Cristina recuerda que cuando llegó se encontró un ITESO que era “una comunidad chiquita, donde había más coincidencias. Las direcciones éramos como familias. Ahora la universidad es grandísima, se ha desdoblado y complejizado el trabajo. La internacionalización ha coloreado al ITESO”. Sobre cómo se va de la universidad, señala que ésta “me deja con otro tatuaje en el corazón, con muchos aprendizajes, satisfacciones y algunas heridas”. Señala que uno de los grandes aprendizajes que tuvo fue darse cuenta que “los buenos equipos generan mejores proyectos”, por lo que deja la invitación a la Universidad para que “preste atención en cuidar los equipos de trabajo”. Y a la Compañía de Jesús, con la que ha trabajado tres decenios, le recomienda “que no se le olvide cuidar a sus compañeros en la misión. Ellos son cada vez menos y nosotros cada vez más. Si trabajamos juntos es posible hacer florecer los proyectos”.

Sobre lo que viene para ella, Cristina Barragán señala que, de entrada, hará una pausa para ponderar sus opciones. Pasará más tiempo con su esposo e hijos sin la presión del calendario escolar. También quiere viajar a esos proyectos que no ha podido visitar, como la misión jesuita en Bachajón, Chiapas, o la Universidad Ayuuk, en Oaxaca. “Tengo muchas posibilidades, quiero seguir trabajando con mujeres campesinas, en proyectos de ecología. Quiero ir a donde el corazón me lleve”.