Ana Lilia García Cortés se especializa en cerrar brechas. Identifica prejuicios y estereotipos, visibiliza las diferencias y trabaja en ellas para lograr la integración intercultural de las personas e impulsar su pleno desarrollo. 

Cuando Ana Lilia García Cortés era niña, creía que todo el mundo era mixteco, como ella. Creció entre integrantes de la familia y comunidades que habían emigrado de Oaxaca a Jalisco desde hace más de 40 años. 

“Como comunidad ñoo da’vi, o mixteca, siempre tenemos la característica de entrar en comunidad y en colectivo, emigramos muchas familias juntas. Así que cuando llegamos a Guadalajara, llegamos juntos a la colonia Ferrocarril. Ahí todos éramos iguales, hablábamos la misma lengua. Para mí así era la vida. Para mí todos éramos mixtecos”. 

Su papá decidió enviarla a la escuela en la ciudad, y fue ahí cuando se enteró de lo que significaba ser diferente. Era la única mixteca de su escuela. “Yo llegué a hablarles en mixteco a mis compañeros y compañeras, y su reacción fue tan drástica –no entendían quién era yo, qué era, de dónde venía–, que comenzaron a reaccionar de forma muy grosera”. 

Muchos profesores mostraron actitudes discriminatorias y racistas hacia Ana Lilia. “Una maestra siempre me decía, ‘aprovecha que tú eres de piel un poco más clara, que no eres igual que tus pares, que puedes aprender a hablar español’. Imagínatelo: una niña que apenas se está topando con este otro mundo, y le dicen estas cosas. Tenía 6 o 7 años”. 

Esa experiencia –y en un espacio escolar, de todos los posibles– le marcó mucho. Entendió que solo podía hablar de su cultura y su identidad en su casa. No había otro espacio donde pudiera ser ella misma. Cuando era adolescente, en la secundaria, se encontró con que la forma más fácil para evadir acoso o burlas era negar por completo su parte mixteca. 

“En clase de historia solo escuché hablar de las culturas indígenas antes de la conquista de México… solo hablaban de indígenas en términos del pasado, de historia antigua. Mi estrategia fue negarlo y negarlo y alejarme de mi propia cultura”. 

Mientras ella navegaba estas incertidumbres, su hermana mayor fundó el colectivo Sueños de Mujeres Mixtecas, conformado por madres de familia, las cuales fueron la primera generación de niños y niñas que llegaron a la ciudad.  

“Ellas vivieron momentos muy drásticos de discriminación, y, por proteger a sus hijos, ya no les hablaron en la lengua. Entonces, ahí se perdió toda una generación de hablantes de mixteco. Yo soy la última generación que escucha y habla la lengua mixteca. Los más pequeños ya no la hablan, y algunos apenas la entienden”. 

Su hermana y estas mujeres integraron este grupo para recuperar la identidad mixteca. Comenzaron a hacer varias actividades como conferencias y talleres, entre ellas un grupo de baile tradicional. Ana Lilia se metió ahí solo porque le gustaba bailar.  

Y al participar en los eventos, se encontró con una especie de conciliación. “En mi escuela o en varios barrios, las reacciones de muchas personas hacia mi cultura eran negativas y hasta despectivas… pero con ellas había una valorización, una manera más consciente de entenderlo. Así comencé a involucrarme más”. 

Su proceso no fue fácil. Temía hasta ponerse el traje típico para las presentaciones de baile, por miedo a la crítica y discriminación. Pero poco a poco comenzó a disfrutarlo. Y entre baile y baile, comenzó a parar oído a las conferencias de Sueños de Mujeres Mixtecas, donde hablaban de sus propias experiencias de discriminación, y cómo reflexionaban su sentido de pertenencia. 

“A partir de ahí, quise recuperar mi identidad”. 

Al presentarse la oportunidad de estudiar, decidió no ir a la escuela pública —«por más buenas calificaciones que tengan, son filas y filas y no garantizan que quedes en lista”--, y se enfrentó al reto de la universidad privada —«Dos de mis hermanas ya habían estudiado en el ITESO, así que sabía que podía lograrlo”.  

Eligió Ciencias de la Educación al recordar su trayectoria, e ingresó en 2012. “Hace falta una mirada más intercultural y de compartir experiencias. Podríamos hacer algo más con la educación, y en las aulas falta mucho, mucho por hacer. Así que dije, ‘yo puedo hacerlo, con mi experiencia y con herramientas que me dé la carrera en el ITESO”. 

Entrar a la universidad no fue un respiro al cien por ciento. “Acá uno se topa con otras realidades”. Luchó mucho por un 95% de beca, y desde el inicio tuvo que planear cómo pagar el resto durante los años de su carrera. Afirma que contó con el beneficio de poderla pagar hasta el final. 

“Todo mundo tiene criterios estandarizados para poder dar becas, entiendo, pero para muchas personas con otras realidades son difíciles. A lo mejor suena sencillo pedir un nombre de colonia y un número de casa… pero hay comunidades que no las tienen. Me topé con compañeros que se les dificultó mucho entregar estas documentaciones. Hace mucha falta entender que hay otras realidades distintas a las del común de alumnado”. 

Ella habla español y mixteco con fluidez; el ITESO solicita dos lenguas para graduarse. “Pero no considera nuestra lengua nacional; tiene que ser extranjera”.  

Ana Lilia hacía una hora y media para llegar al ITESO. “Si tenía clase a las 7 de la mañana, tenía que salir a las 5. Si tenía clase a las 8 de la noche, tenía que explicarle a mis profesores que debía salir antes para tomar el camión” 

Y también fue difícil contrastar las experiencias de aprendizaje de compañeros de clase, tan completamente distintas a la suya. “Yo tenía que esforzarme cinco veces más para entender un texto académico, a diferencia de compañeros que venían de colegios, porque vengo de escuela pública, que de por sí tiene carencias en el nivel académico y preparación de los profesores”. 

Y encima, la discriminación. “Te sigues topando con personas que desconocen, que siguen siendo racistas, que siguen discriminando… son alumnos, y también algunos profesores. Te topas con que desde que dices que eres indígena, dicen, ‘me va a costar mucho darle clase’. Son estereotipos, el racismo interiorizado de cada persona. Pareciera imposible salir de eso”. 

Pero se puede, afirma. Y ha visto los cambios dentro y fuera del ITESO. Y ella fue parte de ese esfuerzo por cambiarlo. Ana Lilia fue de las primeras integrantes del grupo Universidad Solidaria, creado para que jóvenes de contextos rurales o de origen indígena se acompañen entre ellos en procesos de formación en la universidad. Actualmente se le conoce como Nuestras Culturas (Nucu).  

Este colectivo consiguió la integración de un aprendizaje de inglés desde cero, en el que hubiera distintas formas de valorar a los alumnos –no solo indígenas, sino también un montón de estudiantes de la universidad– que entraron a la universidad sin saber absolutamente nada de inglés. Gracias a esto, ahora existe el Programa Alternativo de Inglés (PAI). 

“No por ser indígenas necesitamos tratamiento especial, sino que comprendamos que tenemos otras formas de aprender. Los profesores deben saber que no todas las personas aprenden igual, no todas necesitan lo mismo ni al mismo tiempo, ni viven a la misma distancia y pueden desplazarse fácilmente… es piso parejo, simplemente, equidad para todos”. 

La equidad, dice, debe ser intercultural e inter-educativa para todos los grupos, no solo los indígenas. Para las neurodivergencias, las personas con alguna discapacidad o que tienen otras formas de integrar su conocimiento. 

Disfrutó mucho encontrarse con alumnos y profesores cuyos pensamientos se alineaban con los de ella. “Me gustó toparme con profesores que les apasiona lo que hacen, y que buscan alternativas distintas a las que son comunes. Hubo maestras que me rompieron este esquema de que una educación debe ser siempre en un salón de clases. Que la educación existe en un barrio, una colonia, cualquier espacio público. Esta educación popular y comunitaria. Esa información y elementos fueron tan gratificantes, que las utilizo hoy en día para mi trabajo”. 

También la diversidad de compañeros, con vidas distintas a la suya, le abrió camino a entender otras realidades, así como ellos reconocían la suya. “Conocí personas que, quizá, estudiando en una universidad pública, no me habría topado. Este vínculo y colaboración con personas esenciales en mi vida. Y la cercanía con personas dentro del ITESO me permite incluso ahora seguir participando con ellos en proyectos educativos en la Sierra Wixárika. 

“Este acompañamiento, esta red de profesores y otras personas que no necesariamente son maestros, pero dirigen proyectos en comunidades me ayudaron mucho a mi formación. Y el permitirnos tener un espacio con estudiantes indígenas dentro del ITESO fue de mucha ayuda, porque con eso, nosotros pudimos reflexionar y de forma colaborativa encontrar qué hacía falta hacer, que podíamos proponer para hacer otras cosas y visibilizarnos”. 

Fue parte de la investigación del ITESO Indígenas Urbanos, en la que buscaron dónde había estudiantes de pueblos originarios y si es que tenían espacios de gestión y acompañamiento. De todas las universidades de la Zona Metropolitana de Guadalajara, solo dos escuelas tienen espacios para colectivos indígenas: la UDG, en un espacio fuera de la universidad, y el ITESO, con Nucu. 

“Hace falta una mirada más intercultural y de compartir experiencias. Podríamos hacer algo más con la educación, y en las aulas falta mucho, mucho por hacer. Así que dije, ‘yo puedo hacerlo, con mi experiencia y con herramientas que me dé la carrera en el ITESO”.

Además de las materias de Ciencias de la Educación dirigidas a educación popular, disfrutó asignaturas complementarias como la materia de Derecho y pueblos indígenas. “La experiencia de ser indígena, evidentemente ya la tenía, pero las herramientas teóricas las fui aprendiendo, con un enfoque social”. La asignatura Interculturalidad fue otra materia que le dio muchas luces, así como Educación para la paz, y temas de equidad, la profundización de movimientos sociales, y hasta materias de publicidad y fotografía, para analizar cómo se utilizaba la imagen indígena para folklorizar un aspecto o para señalar pobreza. 

De negar su identidad mixteca y esconderla, pasó a tener el micrófono, de una forma u otra. De solo bailar, ahora participa en los talleres educativos y actividades de Sueños de Mujeres Mixtecas, e incluso dirige algunos. De haber sido parte silente en Universidad Solidaria (ahora Nucu), se convirtió en la coordinadora y aprendió a hablar en público, superar los nervios y defender sus posturas, así como hacer eventos, foros y diálogos con todos los estudiantes, no solo los indígenas. 

“Muchos de ellos (los estudiantes no-indígenas) van a ser los que luego estarán en un puesto y tomarán una decisión importante, y tienen que ser sensibles a las realidades indígenas. Más allá de folklorizarnos, decidimos abrir nuestra experiencia universal. Así fue como decidí involucrarme en colectivos y trabajar con el tema indígena, hacer algo más significativo”. 

Su giro es la investigación sobre pueblos indígenas en zonas urbanas, jóvenes y adultos. Además de continuar trabajando en el grupo de Jóvenes Indígenas Urbanos en actividades, tomó trabajos de relatoría en diversos eventos de derechos humanos. Su primera participación fue en un foro de Mujeres Gobernantes, donde aprendió los retos de la mujer en puestos de liderazgo político. 

Participó en un proyecto de investigación con estudiantes indígenas de la ZMG, promocionada por el Colegio de México. También trabajó en el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, donde evaluó a profesores que querían obtener plazas y revisó la legalidad del proceso. 

No quita el dedo del renglón de los colectivos, y también participa en grupo de mujeres artesanas que quieren promocionar su cultura en espacios escolares, llamado ÑOI cultura en tus manos. “Queremos concientizar a niños de primaria y acercarlos a nuestra cultura desde pequeños”. 

También volvió al ITESO a trabajar en el Programa Indígena Cultural, en un proyecto de acompañamiento a profesores de la zona Wixárika, además de continuar con investigaciones sobre los procesos de aprendizaje de estudiantes indígenas, y dar el taller de “Hacia un encuentro con nuestras raíces”. Realizó también relatorías para el Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario, que se enfoca en la educación y la comunicación popular a la defensa del territorio.  

Su trabajo comunitario de educación fue reconocido el año pasado por el Gobierno de Jalisco. Fue ganadora del Premio Estatal de la juventud Jalisco 2020 en el ámbito cívico por su trabajo a favor de los pueblos indígenas y promoviendo espacios interculturales. 

“Toda mi trayectoria ha consistido en trabajar en colectivos y promover espacios de diálogos interculturales, pues tenemos una brecha gigante que nos separa, llena de prejuicios en los que creemos que alguien no te va a aportar nada porque es indígena o porque no es indígena”, dice. “Nuestro trabajo es visibilizar, abrir diálogos, hacer propuestas en espacios públicos y compartir lo que hace falta trabajar hacia y con los pueblos indígenas”. 

Quienes estudian Ciencias de la Educación en el ITESO aprenden cómo se relacionan e interactúan las personas; comprenden la dinámica que se da en las organizaciones para generar propuestas de cambio; adquieren herramientas para elaborar proyectos, programas y modelos educativos que promuevan el desarrollo de las personas; reflexionan sobre los desafíos que enfrenta la educación y aprenden a generar alternativas ciudadanas que favorezcan la convivencia armónica y el bien común.