Cuando una mujer habla, se reconoce. Cuando otra la escucha, se acompañan. Y cuando muchas se reúnen en un espacio seguro, ocurre la magia
Esa magia la han confirmado mujeres que comparten sus historias en círculos de escucha, en talleres y en clubes de lectura donde el eco de sus palabras resuena con fuerza en otras voces. La herida materna, infidelidad, autocuidado, la calma que tanto ansiamos… todos estos temas y más han sido puestos sobre la mesa, y lo que antes parecía un dolor individual se convierte en una experiencia compartida.
Durante ya un par de años he sido testigo de cómo este tipo de espacios son el semillero para el crecimiento personal y el encuentro de mujeres que quizá están pasando por algo difícil, buscan alguna respuesta, ser escuchadas y poder compartirse en un lugar seguro. Algunas llegan sin saber que necesitaban hablar y cuando lo hacen, algo se transforma.
Desde octubre de 2023, mientras cursaba la Maestría en Desarrollo Humano, mi camino se ha tejido con el de muchas mujeres. Sin planearlo, mi Trabajo de Obtención de Grado tomó un rumbo inesperado: el de la escucha, la contención y el reconocimiento de varias historias de vida, todas de mujeres.
Propiciar y acompañar espacios de mujeres es un acto de resistencia. Son lugares de encuentro en los que todo sucede. Mujeres que sin conocerse abren su corazón y comparten sus experiencias más profundas con las demás, se sonríen, se abrazan y se acompañan en el dolor y también en las alegrías.
¿Hablar sana?
La psiquiatra española Marian Rojas Estapé dice: «Comprender es aliviar». Y la ciencia lo respalda. Cuando pones en palabras lo que sientes, algo cambia en tu cerebro: la corteza prefrontal —el área responsable del pensamiento reflexivo y la regulación emocional— se activa y te ayuda a procesar mejor la experiencia y a reducir la ansiedad que estas emociones pueden generar. Hablar transforma el dolor en algo más manejable, permitiéndote verlo con mayor claridad.
Cuando expresamos lo que sentimos, el cerebro inicia un proceso de autorregulación que va más allá de las palabras. La amígdala, encargada de procesar el miedo y la ansiedad, reduce su actividad, lo que nos permite sentirnos un poco más en calma. Al mismo tiempo, compartir en un entorno seguro estimula la liberación de oxitocina generando una sensación de conexión con quienes nos escuchan.
Si a esto le sumamos la empatía, la escucha activa y el facilitar un espacio libre de juicios, tenemos el entorno perfecto para sanar a través de la palabra. Justamente esto sucede en los círculos de mujeres abordados desde el Desarrollo Humano: un espacio donde hablar y escuchar no solo alivia, sino que nos hace más fuertes.
Resignificando las vivencias
“Sí, ya te sucedió todo eso, ¿Ahora qué vas a hacer?”. Esa fue la pregunta que Sofía, una gran maestra, me hizo en el salón de clases hace tres años justo cuando atravesaba un duelo personal. ¿Una pregunta ruda? Quizá en ese momento lo fue, hoy por hoy se la agradezco porque con el tiempo, encontré qué hacer con las experiencias vividas y el dolor. Primero lo convertí en mi Trabajo de Obtención de Grado de la maestría y hoy se consolida al acompañar mujeres que, como yo, sienten o han sentido que la vida las ahoga.
A lo largo de la historia, a las mujeres no siempre se nos ha dado el poder de la palabra y la acción. Hemos tenido que luchar por ser escuchadas, respetadas y reconocidas. Pero hemos sido nosotras mismas quienes, poco a poco, nos hemos convertido en nuestro propio altavoz. El silencio ha sido una de nuestras mayores barreras, y hoy, que podemos reunirnos sin el miedo de ser acusadas o castigadas por hacerlo, elegimos romperlo.
Al reunirnos, nos damos cuenta de que compartimos mucho más de lo que imaginábamos, que nuestras luchas se entrelazan y que, al hacer comunidad, nos volvemos más fuertes. Tejer redes entre mujeres es la labor que hoy agradezco haber encontrado, y no lo habría hecho sin aquellas que me mostraron la magia que siempre estuvo ahí esperando ser descubierta.
FOTO: Carlos Díaz