La riqueza del trabajo doméstico, ese que te apapacha con la casa limpia y comida caliente, no se remunera justamente. Como sociedad mantenemos la explotación de mujeres, en su mayoría, que generan 20% del PIB nacional. Este 12 de marzo nos dedicamos a ellas. Entérate. POR JUDITH MORÁN
Valentina y Andrés entran a casa después de asistir a la escuela, dejan sus mochilas en los sillones de la sala, suben a sus cuartos, buscan en sus clósets ropa para cambiarse el uniforme, cuando bajan de nuevo en la mesa están dos platos de sopa caliente con un par de vasos con agua de limón y chía. Pasan la tarde haciendo tarea, viendo tele. Después de cenar vuelven a sus habitaciones, destienden la cama y se duermen.
Para que ambos encuentren hecha la cama, la ropa y la comida hay dos posibilidades: su mamá hace el trabajo doméstico o su familia contrató a alguien para que lo hiciera. En cualquiera de los dos casos, el trabajo que implica el cuidado de una casa y sus habitantes es menospreciado. Desglosemos primero el trabajo doméstico no remunerado. Para dar marco Ignacio Román, profesor e investigador del Departamento de Economía, Administración y Mercadología (DEAM) del ITESO, cita a Paul Samuelson, premio Nobel de Economía (1970) quien decía algo muy provocador: “Yo jamás me casaría con mi cocinera, porque yo soy muy patriota”.
¿Cuál era la lógica del patriotismo de Samuelson? “Pues explicaba que, si a mi cocinera le pago un salario por prepararme el desayuno, si me casara con ella sería una misma unidad de consumo por lo tanto dejaría de pagarle un salario, por lo tanto, estaría reduciendo el Producto Interno Bruto de Estados Unidos” detalla Ignacio Román.
Y agrega que el problema no se limita a que este trabajo no se contabiliza como empleo, sino que se registra en nada, cero.
El profesor señala que en las últimas dos décadas se comenzó a hacer una contabilización alterna sobre a cuánto equivaldría el trabajo doméstico de la mujer y en términos generales equivale al 20% del PIB.
“En realidad una gran parte de los bienes y servicios que nosotros obtenemos para vivir no proceden de la esfera mercantil y, sin embargo, no son considerados como riqueza”.
Para la organización Oxfam el trabajo de cuidados es “el motor oculto que mantiene en funcionamiento economías, empresas y sociedades”.
Según su informe Tiempo para el cuidado, que publicó en enero de este año, “las mujeres dedican 12 mil 500 millones de horas diarias al trabajo de cuidados no remunerado, lo cual equivale a que mil 500 millones de personas trabajen ocho horas al día sin recibir remuneración alguna”.
La organización señala que en comunidades rurales las mujeres pasan 14 horas diarias en el trabajo de cuidados. “Todo parece indicar que esta desigualdad se perpetuará durante generaciones: si las actuales tendencias de distribución del trabajo de cuidados en función del género se mantienen, harán falta 210 años para que el trabajo de cuidados no remunerado se distribuya de forma equitativa entre hombres y mujeres”.
Ignacio Román, por su parte, apunta que en el caso de las mujeres hay un problema histórico desde que los griegos comenzaron el desarrollo del estudio de la economía, para ellos economía era la administración de la casa y el filósofo Jenofonte decía que los hombres, por su fortaleza física, administraban de la casa hacia afuera (la polis, la guerra, la democracia), y la mujer lo hacía de la casa hacia adentro “es la que educa a los esclavos, es el ama de casa, de ahí viene el término”.
El profesor agrega que en las últimas dos décadas entre las mujeres que se dedican a las labores domésticas ha crecido otro tipo de explotación: la de las empresas que ofrecen como trabajo adicional vender perfumes, zapatos y otros productos.
“Se trataría de una auto explotación, ‘yo me dedico a hacer el trabajo de mi casa y en mis ratos libres vendo cosas; visito a las vecinas, saco lana extra, yo pongo el capital de riesgo y la utilidad se la lleva aquel (la empresa)’ y agrega que esto es sin prestaciones o seguro social, si algo les llega a pasar no es problema de la empresa.
Y apunta que lo que se vive en la actualidad es un deterioro en la calidad de vida tanto de hombres como de mujeres.
Lo que Cleo nos mostró
Seguramente recuerdas a Cleo, la protagonista del multipremiado filme Roma de Alfonso Cuarón. Ella, junto con Adela, estaban a cargo de la limpieza de la casa, la comida y hasta del cuidado de los niños. Ambas compartían un pequeño cuarto y Sofía, su empleadora vigilaba, hasta cuánta luz usaban por la noche.
La película visibilizó algunas de las condiciones laborales de las trabajadoras y los trabajadores del hogar y terminó de darle un último empujón a que se les reconocieran ciertos derechos.
Stephanie Calvillo, profesora del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del ITESO, señala que desde hace tiempo ya estaba la discusión de reconocer los derechos de este sector, lo que finalmente se concretó en 2019 con reformas en materia laboral y de seguridad social.
Detalla que antes de esta reforma el cumplimiento de los derechos laborales quedaba a conciencia de los empleadores, “en materia de seguridad social si tú querías incorporabas a tu trabajadora o a tu trabajador del hogar al seguro social, si no, pues no pasaba nada, como si estas personas no se enfermaran, no se embarazaran, no tuvieran accidentes de trabajo o no envejecieran. Era absurda esta discriminación”.
Entre los pendientes, la también encargada del área laboral y de la seguridad social en la Clínica Jurídica Ignacio Ellacuría, SJ, considera que está el de acceso a vivienda.
“Si reconoces derechos humanos como el de la seguridad social, consecuentemente no puedes decirle te doy IMSS, pero no te doy Infonavit. Lo más lógico es que se generen obligaciones más claras legalmente hablando para poder acceder a prestaciones relacionadas al acceso efectivo
para adquirir una vivienda”.
Al abordar la reforma que en 2012 establecía una serie de normas en favor del trabajo de la mujer, incluso el que se le fuese a pagar un salario mínimo (que la Comisión Nacional de Salarios no ha aceptado fijar) Ignacio Román señala una serie de dificultades.
Explica que, en un medio acomodado de la ciudad, las personas que hagan trabajo doméstico remunerado ganan bien, pero en colonias marginadas se da el caso de vecinas que se ponen de acuerdo para mientras unas se van a trabajar otra se queda a hacer el trabajo de casa de las demás por lo que también tendrá un ingreso bajo.
“Es importante entender que no todo el trabajo doméstico remunerado es como el que se hace en las colonias de alto poder adquisitivo”.
Al hablar de otros modelos de trabajo doméstico remunerado, Ignacio Román señala que en Francia cuando una mujer tiene un bebé y existe una prescripción médica determinada, ella tiene el derecho de solicitar apoyo para el trabajo doméstico, “y se le envía gente contratada desde el gobierno mismo ante agencias de trabajo para que esta persona, con toda la dignidad y la formalidad del mundo, vaya durante unos días a hacer trabajo a una casa. No tiene qué ver con el poder adquisitivo ni de la que hace el trabajo doméstico, ni de la que recibe el beneficio de ese trabajo doméstico. Es una relación entre iguales”.
Concluye que “lo importante no es que haya trabajo doméstico remunerado, lo importante es que se ejerza con plena dignidad y seguridad para quien lo realiza. Tenemos que enseñarles, y eso sí es una labor social, tanto a patrones como a trabajadoras a ser igualados, es decir, que haya ese pleno respeto mutuo en lo que se está haciendo porque lo que sí es muy triste es esta lógica semi feudal o hacendaria, de todavía mantener estructuras casi de castas entre quien hace el trabajo y quien recibe el beneficio de ese trabajo”.