Tú estás entre las 61 mil personas desaparecidas en México, Rubis. 
Tu madre te busca por todos lados.

Diez horas después de que te arrancaron de una silla en el Bar Bulldog, en Orizaba, tu mamá estuvo ahí mismo, la mañana del sábado 8 de septiembre de 2012. Me contó que el bar olía a alcohol y lodo aquella mañana. Acuérdate de la tormenta que cayó la noche del viernes en todo Veracruz, y que hasta saliste de la casa con un paraguas. En el Bulldog, casi sin verla, el capitán de los meseros le explicó que estabas en un lío, que nadie pudo ayudarte. Te levantaron y te desaparecieron. Tenías 21 años.

Desde aquella noche pasaron casi ocho años y Aracely Salcedo, tu mamá, te sigue buscando. ¿Dónde estás, Rubí Salcedo? Te voy a decir Rubis, como te dice ella.

Aquella vez, alguien dijo que le gustaste a un jefe de plaza muy cercano a Heriberto Lazcano, el “Lazca”, el líder de los Zetas. Alguien vio que la noche del 7 de septiembre de 2012 un hombre entró al Bulldog. Vio que te sacaron del bar a jalones y te metieron en un Ibiza amarillo en el que iban otro hombre y dos mujeres. Nadie más vio nada.

Conocí a Aracely, tu mamá, los últimos días de enero pasado, en el Foro sobre las desapariciones de personas que organizó el ITESO. Me contó que no la vas a reconocer el día que te encuentre. De dejadota, sumisa, apachurrada, como tú le decías a veces, se volvió valiente, estratégica, justiciera. Se volvió grande, deberías verla.

Se necesita ser grande para buscarte todos los días, todos, todos, todos. Tu madre es parte de esas mujeres que renacieron fuertes. Era eso o morirse de dolor.

Tú estás entre las 61 mil personas desaparecidas en México, Rubis. Tu madre te busca por todos lados. Por donde quiera carga tu fotografía, la selfie que te tomaste en un bosque, en la que tienes una cachucha gris.

No se da descanso, te digo. No duerme casi nunca. “Si me gana el sueño a las 10 de la noche y despierto a la una de la mañana, ya fue ganancia”. Poco tiempo después de lo del Bulldog, un psiquiatra la recetó. Pero cuando se quedó dormida, escuchó clarita tu voz. “¡Mami!”. Corrió y te llamó a gritos por toda la casa y, cuando se dio cuenta de que estaba en una ensoñación de clonazepam, terminó llorando, acostada en el suelo del patio: “Yo dormidita. ¿Y Rubis? Ella me pedía ‘mami, búscame’. Jamás volvió con el psiquiatra.

Cuando regreses vas a saber todo lo que Aracely ha aprendido en este camino ciego hacia ti. Ahora va y viene de la ciudad de México. ¿Te acuerdas que le daba miedo? Sabe torear las deudas y hasta puede sobrevivir semanas y semanas comiendo gorditas de chicharrón si se le acaba el dinero. Ahora exige tus derechos y los suyos, incluso ante los presidentes del país. Participa en la creación de leyes. ¡Aprendió a recibir amenazas de muerte sin paralizarse!

Se hizo grande, esta Aracely.

Acompaña a familias que buscan a sus hijas, hijos, esposos, padres. Junto con otras personas, forma parte de la Brigada Nacional de Búsqueda de Familiares. En todo el país, la mayoría de las buscadoras son mujeres. Entre ellas, tu mamá tiene una voz que hace temblar a funcionarios federales, policías de todo tipo, agentes del ministerio público, peritos forenses y a las personas comunes que la escuchan. Así fue como la conocí, oyéndola.

“Me dedico al varilleo de fosas desde 2016”, me dijo en enero, mientras comíamos.

En los últimos tiempos, Rubis, el varilleo es un verbo común en algunos estados de México. Tu mamá, varillea desde hace cuatro años. Varillea junto a un grupo de mujeres y algunos hombres que también buscan a los suyos, hasta bajo la tierra.

Cuando recibe información sobre un posible entierro clandestino, viaja incluso a los lugares más indómitos de la selva. Igual que las primeras mujeres sobre el planeta, Aracely sabe leer los hundimientos del suelo, las pisadas sobre las plantas, el olor, la presencia de algunos insectos.

Hace unos años, tu madre no era capaz de ir sola. Ya no, no te preocupes. Como ha levantado tantas veces la voz, ahora es capaz de arrastrar tras ella a forenses, policías y sabuesos de la muerte, esos perros entrenados para oler la desgracia.

Se puso fuerte, esta Aracely.

Me platicó que los perros siempre le ladran a los troncos de los árboles. Ella y el resto del grupo descubrieron que en esos casos hay que encontrar el camino de las raíces. Ahí, al final, están las fosas. “Ese árbol, sus frutas, ya no sirven porque se alimentan de los cuerpos”, me contó.

Te digo, Rubí: tu mamá te busca todos los días, pero reza para no hallarte en el fondo de una fosa. “Cuando voy a un varillero, siempre digo: ‘Ya, Dios, déjame saber la verdad. ¡Mentira! Cuando encuentro el cuerpo de una mujer, digo: ‘¡En la madre! ¡Que no sea Rubí, por favor!’.

Vuelve pronto, Rubis. Aracely, tu madre, dice que tu ropa —la guarda toda— está perdiendo tu olor. Eso la hace llorar. ¿Sabes que cada 24 de agosto celebra tu cumpleaños con tamales rancheros, pambazos y ponche?

Eso sí te digo; cuando vuelvas no vas a hallar a la misma madre que dejaste cuando te arrancaron de una silla en el Bulldog. Ya verás que esta es más fuerte, más valiente. Hasta entonces, resiste tú también.