La diferencia entre el concepto de techo y de hogar es significativa, más si profundizamos en la experiencia humana de habitar un espacio que nos acoja, nos reúna y nos proteja.

POR PAULA FIGUEROA, ESTUDIANTE DE ARQUITECTURA

Quiero reflexionar en torno a la palabra hogar y su significado, y analizar la importancia que tiene para las personas el hecho de pertenecer a uno, como parte de la investigación que hago en este verano en el PAP Mirar la ciudad con otros ojos sobre miles de personas que carecen no sólo de un techo, sino también de un hogar, en las calles del Área Metropolitana de Guadalajara. 

La diferencia entre los dos términos, hogar y techo, es que esta última se refiere a un espacio físico que cumple con la función fundamental de protección, en contraposición al hogar, que es el espacio emocional y afectivo que evoca calor y cercanía. Como dice Juan Cruz Cruz, profesor honorario de Filosofía en la Universidad de Navarra: No es lo mismo casa que hogar: el hogar necesita de una casa pero no toda casa tiene su hogar. La palabra hogar proviene del vocablo latino focaris, que se derivado de focus, fuego. El origen de la palabra nos lleva al principio de la cultura, pues el culto al fuego fue uno de los más importantes de nuestros antepasados. 

María Elena Escribano Alonso, estudiante de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, escribe en su tesis de maestría “Personas sin hogar y exclusión social”, que una persona puede encontrarse en una situación de “sin techo y sin hogar”, pero también “con techo y sin hogar”, “sin techo y con hogar” y “con techo y con hogar”; el techo no es una garantía para tener un hogar, sin embargo, no tener un techo dificulta en gran medida la construcción de un hogar. 

La vivienda es la que se contempla como derecho social en las cartas constitucionales de muchos países, porque es cierto que el techo, como espacio físico, es facilitador de la experiencia de hogar porque proporciona la protección y la intimidad necesarias para tener una vida digna. Una vez José Antonio Rojas, un profesor chileno que tuve en la Universidad Católica de Chile, me dijo que “El techo también tiene un componente intangible que afecta indudablemente el día a día dentro del hogar, un espacio que sea capaz de acoger de buena manera los distintos actos cotidianos del hombre seguramente va a conformar un mejor hogar”. 

En muchos lugares de asistencia social se proporciona un techo pero no se atiende de manera integral el aspecto socio–relacional, por lo que muchos vuelven a la calle. Muchas veces es la precariedad del hogar lo que da lugar a la pérdida de ésta. 

En el curso Poética del habitar el profesor Ernesto Rodríguez Serra, de la Universidad Católica de Chile, habló en varias ocasiones del significado del hogar, y a este respecto lo entrevisté. “Me preguntas por el sentido de ‘hogar’. En una casa hay un fuego encendido. Antiguamente estaba siempre encendido. La familia se reunía en torno al fuego encendido. El lugar del fuego encendido, la chimenea, se llamaba ‘hogar’, la casa en que vivíamos se llamaba nuestro hogar. La llama muestra la presencia del Dios. cuidas su presencia y él te cuida. Es, me parece, el sentido último del hogar. En él habita el hombre. Habitar quiere decir que uno adquiere el hábito de habitar. Habitando uno se ‘demora’, ‘mora’ en el lugar. Es el sentido profundo de lo moral, de la moral”, me dijo. 

La llama siempre viva en las casas —que significa la presencia sagrada— solía estar en el centro o en la entrada, como signo de protección. La familia, por razón de necesidad física de luz y calor, se congregaba en torno a ella. Era el lugar principal de reunión. En Hogar viene de fuego Cruz dice que “El hogar era el altar donde el fuego permanecía siempre encendido. Este fuego doméstico, el hogar, era el centro religioso de cada casa”.  

Bernardo García, maestro en Filosofía social por el ITESO, dice: “…y el fuego grande en la entrada, como umbral, para estar seguros, juntos y protegidos dentro. La idea de la hoguera es fantástica, porque también nos remite a la vida comunitaria: ese mismo fuego empezó a dar lugar a los rituales, a las danzas, a la pintura en las cuevas, etc. Es decir, fue el fuego (la hoguera, el hogar) lo que nos empezó a construir como humanos. No fue un proceso solitario de ‘cada quien su hogar’, sino más bien comunitario”. 

Juhani Pallasmaa escribe en Habitar que es a través de la chimenea y el fuego como el hogar nos revela las huellas de nuestro pasado evolutivo y de nuestros impulsos biológicos, y que el papel de los fogones en la estructura de la vida familiar es el de marcar el ritmo del día. El fuego se ha ido convirtiendo en el símbolo del calor familiar a lo largo de la historia. Es en la casa y en torno al fuego donde encontramos calor no solamente para el cuerpo, sino también para el alma. 

El hogar, dice Alonso Escribano, es el espacio donde se forja nuestra identidad, donde nos preguntamos constantemente quiénes somos, en el que recibimos lo que somos y en el que se siembra aquello que seremos. El hogar como el lugar en donde nuestras raíces se encuentran, sobre el que se fundamentan nuestras creencias y valores, nuestros miedos, expectativas y proyectos. Donde por primera vez somos únicos y singulares, donde podemos abrirnos sin temores y permitimos el acceso a nuestro núcleo más profundo que representa nuestra esencia y que compartimos con los demás para que pueda tener lugar el reconocimiento mutuo. Es al calor del hogar en donde tienen lugar las preguntas y las respuestas, las conversaciones que sin darnos cuenta crean esos lazos que nos hacen sentir que, más que tener un hogar, somos un hogar. El lugar donde contribuimos a la identidad de las personas con quienes lo compartimos, pues la identidad siempre se construye en relación, donde encontramos todo el apoyo que necesitamos para nuestro propio crecimiento personal y para afrontar las dificultades que conlleva la vida. 

Aunque lo físico y lo emocional son fenómenos distintos, dice Bernardo García, no pueden ir separados. Lo explica con una reflexión antropológica: somos seres físicos, corporales y también seres emocionales, es decir, tanto el cuerpo como las emociones están pegadas, incluso penetradas. Aunque sean cosas diferentes, el cuerpo y los sentimientos no pueden ir separadas. García confirma que así como en la vida de los seres humanos no se puede desprender el cuerpo de los sentimientos, tampoco en la arquitectura pueden ir separados. Son cosas, distintas pero que se comunican de manera muy íntima, lo que hace que sean posibles fenómenos como tener una gran casa pero un hogar roto, o viceversa: no tener casa pero sí tener un hogar: una pareja, un rincón público, un libro, incluso una mascota. 

Christian O. Grimaldo, profesor del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO, me dice que le resulta imposible separar la definición de hogar de su correlato físico, así se trate de una banca en un parque o de una caja de cartón encima de la cabeza; el hogar implica la relación de un cuerpo y mente humanos con determinados objetos que le permitan la sensación de resguardo. Reflexión que responde a ciertas preguntas del pensamiento moderno sobre el concepto de habitar, el cual sugiere que la casa es el refugio físico que nos protege del exterior; así ¿cómo se protegen y desenvuelven en el mundo las personas que no la tienen? ¿Cómo adaptan y transforman el lugar físico donde se encuentran —la calle— para convertirlo en su refugio, y cómo es su manera de habitar? 

En este sentido, el escenario de “sin techo y con hogar” que plantea Escribano Alonso en su tesis es posible. Pero, dice Bernardo García, aunque estos escenarios sean posibles, la verdad es que es muy difícil que una persona en situación de calle y de pobreza logre construir un verdadero hogar. Deben ir de la mano lo físico el techo— y lo emocional el hogar”. 

Las palabras “pertenecer”, “seguridad”, “cobijo”, “resguardo”, “protección” son mencionadas constantemente en las definiciones personales de la palabra hogar. Es muy probable que una persona sin hogar sea alguien desarraigado y desvinculado que no cuenta con un lugar en el que pueda guardar sus recuerdos. Joaquín García Roca dice que cuando no se tiene un hogar se produce una ruptura vital en la persona, lo que produce una erosión de dinamismos vitales, como la confianza, la identidad y la reciprocidad, lo que se traduce posteriormente en una frustración de las expectativas, dando lugar a la desmotivación e impotencia vital. 

La pérdida del techo, y por consiguiente del hogar, constituye una de las más terribles situaciones en la vida de una persona que le dificulta enormemente la satisfacción de sus necesidades y la realización de sus proyectos para poder vivir una vida plena. 

Resulta pertinente, ante problemas como el que se vive actualmente en el plano mundial y que hacen más evidentes los problemas sociales, cuestionarnos sobre la importancia de tener un hogar. Como arquitectos, una de nuestras responsabilidades es la de dignificar la vida por medio de la vivienda, pero ¿quién voltea a ver a los que carecen de una? Quizás es momento de volver nuestra mirada hacia los que hemos dejado de lado y reflexionar en torno a su forma de habitar la ciudad y la manera de refugiarse en el espacio público. 

Referencias bibliográficas 

Cruz Cruz, Juan (2012). “Hogar viene de fuego” . Consultado en: leynatural.es/2012/02/04/hogar-viene-de-fuego/  

Escribano Alonso, Ma. Elena (2014). “Personas sin hogar y exclusión social”. Tesis de maestría, ICADE. Consultado en: repositorio.comillas.edu/xmlui/bitstream/handle/11531/2757/TFM000050.pdf?sequence=1 

García Roca, Joaquín (1995). “Contra la exclusión. Responsabilidad política e iniciativa social” Palimpsesto. Consultado en: file:///Users/marcos/Downloads/Dialnet-ResponsabilidadPoliticaYResponsabilidadPenal-79596.pdf 

Pallasmaa, Juhani (2016). Habitar. Barcelona: Gustavo Gili.