En este 31 de julio que celebramos el Día de San Ignacio de Loyola, cuatro estudiantes del ITESO cuentan cómo han experimentado la espiritualidad ignaciana en sus vivencias universitarias en clase y en su trabajo en comunidades.

Introducción de Fernando Villalobos, profesor del Centro Universitario Ignaciano.

Iñigo López de Loyola, conocido por nosotros como Ignacio de Loyola, es un hombre que asume el reto de ponerse en marcha a partir de tres etapas: el descubrimiento de Dios, el descubrimiento de sí mismo y el descubrimiento del mundo. Un descubrimiento de Dios que da entrada a la novedad, pues es un Dios que se le revela no desde el concepto sino como vivencia personal, su reconocimiento de Jesús pobre y humillado lo transforma.

A semejanza de muchos universitarios, Ignacio es un hombre en camino permanente, una persona decidida de asumir una postura ya sea como espectador o como protagonista, frente a la realidad. Ignacio hace una lectura de la vida con una mirada creyente y tiende puentes desde el Evangelio: Dios y la realidad concreta.

De su proceso interno, intenso y profundo, podemos destacar cinco aspectos fundamentales de su persona: (1) toma las riendas de su propia vida, (2) desde el conocimiento de sí mismo conquista su libertad interior, (3) distingue entre deseos, límites y trampas, e integra éxitos y fracasos, (4) ordena su vida en dirección del proyecto de Jesús de Nazareth para (5) vivir desde la gratuidad y la gratitud.

Su experiencia personal es una llamada permanente a la sensibilidad en el encuentro con los otros, porque todos necesitamos de todos, a reconocer la necesidad de que alguien nos objetive desde fuera, he ahí la importancia de acompañarnos en la vida. El nosotros es elemento primordial.

Los siguientes relatos, escritos por estudiantes universitarios del ITESO, nos develan su vivencia personal de la espiritualidad ignaciana en su día a día de clases.

Universitario como Ignacio

Por Manolo Quiroz González, estudiante de Filosofía y Ciencias Sociales

Foto Archivo

En la carrera de Filosofía un compañero escolar jesuita mandó a hacer unas playeras con la frase “Universitario como Ignacio”, a raíz de una plática en la que recordaba cómo el ser universitario supuso para la vida de San Ignacio un momento para formarse, y fue clave para la fundación de la Compañía de Jesús. A partir de ese hecho, pienso que vivir mi universidad de tal manera significa entender mi vocación, entenderme a mí mismo y profundizar en el deseo. Cursar una licenciatura o una ingeniería puede ser un logro bastante egocéntrico y poco apremiante si no se discierne en el camino, si no se es consciente del privilegio que es estudiar en una universidad privada en un país tan desigual como México, si no se conocen los problemas locales, nacionales e internacionales que están necesitados de gente comprometida con aportar su ser y su saber para solucionarlos. Hablar de compromiso, conciencia, reflexión y discernimiento es cotidiano para quien se guía por la pedagogía ignaciana, bajo la cual me he formado estos últimos siete años desde que en la preparatoria estuve en la Escuela Carlos Pereyra.

Ser universitario como Ignacio no supone una religiosidad, una preferencia sexual, una raza o una identidad específica; nos supone asumir la realidad social, política, ecológica y económica de nuestro entorno y comprometernos desde nuestras diferentes disciplinas a transformar el mundo que día con día se nos muestra herido. En los pasillos del ITESO uno puede descubrir todo tipo de causas y movilizaciones sociales para el cambio, en los colectivos se siente la energía de una juventud que observa la injusticia y no la tolera. Hay profesores interesados profundamente en nuestra formación y en que esa sed de cambio se conjunte con las herramientas necesarias para realizarlo. Incluso en los momentos de más conflicto interno, ha vencido y tendrá que vencer la voluntad de aquellos que quieren vivir una universidad más libre, más comprometida con su alumnado y su entorno.

 Peregrinar en un camino que es encuentro

Por Camila Bernal, estudiante de Psicología

Cansado y desorientado, a veces sólo y confundido, la incertidumbre lo habita y reconoce dolor en las piernas, fruto de seguir caminando. El camino no ha sido para nada fácil. Resulta que, en el trayecto, se ha dado cuenta de la complejidad de su meta y de todas las cosas que se ponen en juego con la decisión de echarse a andar y, sin embargo, continúa caminando.

Foto: Archivo

Esta historia que veo en el rostro de cada migrante, es la misma historia de Ignacio de Loyola muchos años atrás. Una historia valiente, cambiante, decidida; una historia que invita a estar en el mundo de una manera consciente, responsable y compartida; una historia que me llevó a ser voluntaria en el albergue de migrantes. Hoy, ya no puedo hablar de mi experiencia como voluntaria sin hablar directamente de la relevancia que ha tenido la Espiritualidad Ignaciana en mi vida.

Ser voluntaria en El Refugio, situado en el Cerro del Cuatro, ha sido reconocer la importancia que tienen nuestras huellas al caminar, huellas que se saben acompañadas, guiadas y que reconocen la importancia de fijarse con la suficiente fuerza para que orienten a quienes vienen detrás.

En el albergue he comprendido el poder de una mirada y el valor de ser llamada por mi nombre, la importancia de ser reconocida por quien soy y la responsabilidad que implica simplemente estar en un espacio compartido.

Rodeada de historias valientes y tardes de futbolito, he compartido los fines de semana riendo y gritando en diferentes tonalidades, buscando puntos de encuentro entre países, dibujando horizontes de sueños compartidos que creíamos individuales. Han sido encuentros cara a cara con el cansancio, las distancias recorridas y la esperanza que provoca coincidir por un rato, en algún punto del camino.

Entre Ignacio, aquel guerrero necio y comprometido con sus convicciones; Herson, aquel chico salvadoreño que a medio trayecto hacia Estados Unidos decide hacer una pausa y replantear lo que sigue; y yo, universitaria que decide voluntariamente compartir la vida, hay una innegable puesta en común: una vida que se muestra como camino. Foto Archivo

Un camino lleno de discernimiento, de momentos que te descolocan y de una consolación tan profunda que es fruto del encuentro desbordado, del amor y del servicio. Un camino que es búsqueda, esperanza y encuentro. Un camino que consiste en echarse la mochila a la espalda, agradecer lo recorrido y cargarla de momentos, lugares y personas.

San Ignacio en mi vida, es el peregrino que sabiendo la turbulencia del camino se echó a andar porque sabía en donde tenía puesta la mirada. San Ignacio es como tanta gente que he conocido en el albergue de pisada firme y corazón dispuesto. San Ignacio, es la invitación constante a encontrarme, a encontrarnos y a buscarle sentido al caminar.

 Espiritualidad en los pueblos originarios

Por Claudia Fernanda Díaz Ponce Castañeda, estudiante de Relaciones Internacionales

Para los pueblos originarios, al igual que para Ignacio de Loyola, la espiritualidad como creyentes se da en el encontrar a Dios en todas las cosas por lo que la rutina solo es una oportunidad para la contemplación, para estar con el entorno y experimentar las cosas que nos rodean con gratitud, cuidado y respeto a la tierra.

Foto: Claudia Fernanda Díaz Ponce Castañeda

En 2017 con el Voluntariado de Realidades Indígenas del CUI fui parte de la brigada a Chiapas para vivir una inserción con las Abejas de Acteal, un grupo en resistencia pacífica de los Altos de Chiapas. Estuve en la comunidad de Tzajalchen del municipio de Chenalhó, la cual es conocida por ser cuna de miembros fundadores de las Abejas.

La primera recomendación de nuestros guías para la inserción fue aprender a estar, por lo que el ser voluntaria se tradujo en aprender a estar en completa disposición, mientras conocía y era acompañada en la comunidad. La concepción común de ser voluntaria o voluntario, esa de que tú tienes que ofrecer algo cambió a ejercer la invitación de aprender a reconocer, con una mirada crítica y apacible, el entorno que visitábamos y que durante la colaboración ejerciéramos nuestra espiritualidad.

Por ese motivo al estar acompañada por integrantes de las Abejas de Acteal fue inevitable no ver y aprender de su espiritualidad cotidiana, como personas creyentes e integrantes de un grupo originario. Lo primero que pude presenciar fue que la espiritualidad de la comunidad se vincula con la rutina, una que tiene significado y que mantiene los rituales en la práctica, su vida como campesinos hace que el tema de la tierra y la naturaleza se vuelva un eje central en su manera de relacionarse por medio del cuidado del entorno, de nuestra casa común.

Por lo mismo, en su vida se da un intercambio genuino de reconocer la humanidad en sus distintas expresiones, respecto a eso el jesuita Fernando López, SJ, comenta sobre la espiritualidad de los pueblos indígenas: “Los pueblos indígenas tienen una comprensión relacional con el entorno muy fuerte, una dimensión espiritual de la vida y las relaciones de ese misterio que llamamos vida”, de esta manera los pueblos originarios por medio del reconocimiento de la diferencia viven y trabajan sus días.

Tener la oportunidad de compartir con las Abejas, me presentó a personas que, por voluntad, optaron vivir por medio de la libertad y el desapego como método de resistencia. Claudia Fernanda Díaz. Foto: CFD

Para los pueblos originarios, al igual que Ignacio de Loyola, su espiritualidad como creyentes se da en el encontrar a Dios en todas las cosas, su abrazo al misterio se vuelve un medio para lograr el buen vivir, por tanto, la rutina solo es una oportunidad para la contemplación, para vivir con una lógica de estar con el entorno y de experimentar la realidad de las cosas que nos rodean con gratitud, cuidado y respeto a la tierra. Aquí la contemplación en la acción, central en la espiritualidad que propone San Ignacio, les permite alcanzar y dar amor mientras se hace en un encuentro y diálogo con el entorno, por ello la resistencia para las Abejas, que se lleva a cabo con el respeto a la tierra y a su gente, no representa nada más que el respeto a la tierra y a la vida en sus diferentes expresiones.

El voluntariado fue una actividad disruptiva, generó un punto de quiebre y de reconstrucción de lo que creía era la realidad. Tener la oportunidad de compartir con las Abejas, me presentó a personas que, por voluntad, optaron vivir por medio de la libertad y el desapego como método de resistencia. El estar en Tzajalchen me enseñó a hacer las paces con que no siempre tendré la oportunidad de vivir una respuesta certera, y que en la diferencia se puede dar un diálogo genuino. Aunque en ocasiones pudo llegar a ser incómodo y pesado, si no fuera porque la espiritualidad nos ofrece herramientas para el encuentro, no podríamos entender la resistencia como experiencia, la espiritualidad ignaciana, entre todo el peso y toda la incertidumbre, nos vivifica el espíritu y nos invita a seguir descubriendo con curiosidad y cariño el mundo que nos rodea.

Espiritualidad en la Casa Común

 Por Sebastián Aparicio Vera, estudiante de Ingeniería Ambiental

 Formamos parte de un todo y la espiritualidad nos acerca al entendimiento de que conservar y cuidar la naturaleza nos acerca a la paz, nos acerca a las personas y nos integra como humanidad.

Foto Archivo

San Ignacio de Loyola trajo consigo una reflexión muy importante para los días en que vivimos y es la del encuentro de Dios a través del otro. La percepción que tenemos del otro, con el paso de los años ha dejado de ser exclusivamente para las personas y ha comenzado a ser una forma de referirnos a los seres vivos con los que compartimos este mundo.  Podemos sentirnos plenos y llenos de vida al percibir la naturaleza que nos rodea en diferentes momentos de nuestra vida. El cuidar y disfrutar de la casa común, nos debería acercar más a nuestra espiritualidad y al entendimiento de que nosotros formamos parte de un todo. En un principio para mí esto no era algo obvio, pero debido a que durante mi vida universitaria pude colaborar en diversos voluntariados en el CUI, que atienden diferentes realidades, pude vivirlo de primera mano.

Gracias a lo anteriormente mencionado, San Ignacio de Loyola ha sido una imagen muy importante en mi vida debido a que en la actualidad me he percatado de que estas enseñanzas me acompañan día con día en las actividades que realizo para el cuidado del medio ambiente, ya que ciertamente he podido encontrar la paz al realizar trabajos que acerquen a las personas un poco más a la naturaleza y a su conservación y de igual forma el compartir espacios llenos de vida tales como el Bosque de la Primavera, traen consigo una reflexión acerca del rumbo que estamos tomando como humanidad y como personas. En estos momentos yo me encuentro trabajando en un proyecto encaminado a la restauración de un área natural y cada paso que damos hacia adelante representa literalmente un nuevo aliento para los demás, ya que el cuidar de un bosque no solo es cuidar de los árboles que nos rodean, sino que también es cuidar a las comunidades que se benefician de su existencia.

La oportunidad de Año Ignaciano 2021-2022

La festividad de San Ignacio de Loyola, el 31 de julio, es motivo para este mensaje del P. General, Arturo Sosa, S.J., quien nos invita a un período de reflexión sobre el sentido de nuestro quehacer como universidad jesuita. El contexto es la celebración de próximo año ignaciano, a partir de mayo de 2021, en que conmemoraremos los 500 años de la batalla de Pamplona, momento histórico en el que comenzó la conversión de Ignacio.