La solidaridad en los tiempos del coronavirus. ¿Qué soluciones son posibles para que la pandemia no ahonde la brecha de la desigualdad social?

POR GUILLERMO DÍAZ MUÑOZ

En el contexto de la pandemia de Covid-19, las consecuencias para la humanidad se han vuelto críticas y diversas: de salud, económicas, sociales, biopolíticas, geopolíticas y psicológicas. Las afectaciones sobrepasan nuestra comprensión del fenómeno y los análisis tan diversos, sumados a la información y desinformación, tienden a confundirnos. Privilegiados entre los privilegiados, ante la profusión de pánicos colectivos tendemos a olvidarnos de los sectores más vulnerables de la población, haciendo a un lado nuestra solidaridad y compasión con quienes son más propensos a padecer sus consecuencias.

La pobreza y las desigualdades sociales, agudizadas durante las últimas décadas por un capitalismo salvaje, son parte de esta realidad. Hoy el coronavirus preocupa y asusta a todos, haciendo también invisibles otras epidemias que no afectan a los países ricos: la de sarampión en el Congo, donde más de 6,000 niños han muerto durante el último año, o la epidemia actual de dengue en centro y sur América, también con miles de contagiados y fallecidos.

Desde la perspectiva económica, muchos afirman que la pandemia de coronavirus está originando una recesión mundial, mientras que otros sostenemos que en realidad solo viene a agravar la crisis sistémica capitalista que la antecedía.

De forma que, si bien las medidas que se sugieren para paliar la emergencia apuntan hacia la declaración de emergencia y cuarentena, dadas las desigualdades y vulnerabilidades económicas entre naciones no todas pueden responder de la misma manera. Los recursos de que disponen los Estados y sus economías no son los mismos en el norte global (los países ricos o centrales como Italia, Francia y España están destinando miles de millones de euros) que en el sur global (los países periféricos, semiperiféricos y pobres, como en América Latina y África).

Lo mismo sucede al interior de los países: son los sectores de la población más precarizados quienes sufren en mayor medida sus consecuencias. Así, entre los más vulnerables se destaca a la población de la tercera edad, a los trabajadores de la economía informal (que en México representan más del 57% de la economía, es decir, 46.4 millones de personas que trabajan sin derechos laborales, además de otros 15.2 millones ocupados en unidades económicas no agropecuarias que funcionan a partir de los recursos del hogar y sin que se constituya como empresa), a los trabajadores precarios y a las micro y medianas empresas -que generan la mayoría del empleo remunerado en México-, a los migrantes, a las madres trabajadoras presentes en todo tipo de actividades económicas, a los habitantes de barrios marginados carentes de servicios básicos como agua potable, los detenidos en centros de reclusión, etc. Por otra parte, conviene señalar que el aislamiento de las mujeres en el entorno familiar puede agudizar aún más la violencia intradoméstica.

Frente a este panorama, desde la ciudadanía van surgiendo diversas propuestas que conviene impulsar y fortalecer. Por mencionar algunas, se encuentran el pago a trabajadoras domésticas sin asistir temporalmente a trabajar, el consumo desde lo local favoreciendo a todo tipo de pequeños negocios barriales o la solidaridad con los ancianos en cercanía a sus necesidades más inmediatas. En algunas naciones de la Unión Europea, superando a sus propios sindicatos, los trabajadores de base han recurrido a paros con exigencias para su protección y cuidado o la inasistencia laboral con pago. En nuestro entorno cercano, Bus-CO VID-a Solidaridad GDL es una iniciativa ciudadana de intercambio de bienes y servicios organizada en una red virtual que busca romper con el aislamiento y el distanciamiento social.

Desde la esfera pública, las medidas de protección sanitarias se vuelven urgentes, más en el contexto de un sistema de salud con graves deficiencias históricas como México, de ahí que el cuidado propio y de nuestros cercanos sea una medida fundamental, evitando colapsar las exiguas capacidades institucionales de salud mexicanas. Aunado a ello, a pesar de la enorme fragilidad de nuestra economía y las finanzas públicas, la adopción de un ingreso básico universal de emergencia, la aportación de subsidios y estímulos fiscales focalizados a las micro y pequeñas empresas y sus trabajadores, así como el descuento en servicios básicos para los vulnerables, entre otras muchas acciones posibles de mitigación, deberían ser considerados por los tres órdenes de gobierno.

En el plano internacional, Nora Lustig propone que los organismos financieros internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo provean a los países pobres de apoyos financieros generosos y flexibles, sin exigir condiciones, y que permita a los gobiernos llevar a cabo un nivel de gasto contracíclico y también un gasto focalizado en sectores prioritarios como los servicios de salud y hacia los individuos más vulnerables. Por su parte, el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) solicita la condonación de la deuda externa soberana de los países de América Latina por parte del FMI y de otros organismos multilaterales como el BID, BM, CAF y propone a los acreedores privados internacionales la restructuración de la deuda que contemple una mora absoluta de dos años sin intereses.

Como afirma el filósofo Edgar Morín, el virus nos está trayendo una nueva crisis planetaria a la crisis planetaria previa, pero nuevamente el tratamiento de este tipo de problemas sistémicos se aborda desde la parcialidad y la disyunción nacionales, y no nuestra interdependencia como debería enfrentarse: desde la solidaridad y una respuesta planetaria.