El colectivo RedUC del ITESO organizó la edición 2024 de Disco Sopa, una acción en la que se rescatan alimentos en buen estado pero que no se destinan a la venta, para cocinar, comer, convivir y hacer conciencia acerca del desperdicio de comida

«¡Aquí no se vende, pero sí se acaban!», grita al paso un hombre mientras ve cómo algunos bodegueros del Mercado de Abastos de Guadalajara obsequian sin reparo alguno sus perecederos. Los diableros van y vienen cargando arpillas, costales, cestas, contenedores, cajas y huacales en pasillos del lugar. El mayor jolgorio se vive alrededor de las 6:00 de la mañana, cuando camiones de varias toneladas descargan sus fletes para alimentar a un ogro urbano que nunca sacia su apetito.   

Son las 7:00 de la mañana y el ritmo ha bajado un poco; de todos modos, hay que andar esquivando a los diablitos, esos carritos que vuelven Hércules a correosos cargadores. Leslie Romero, alumna de Administración de Empresas y Emprendimiento del ITESO, va por su quinto o sexto establecimiento, a todos les avisa que es una universitaria que está recuperando comida para hacer un evento para estudiantes foráneos. El suceso en cuestión se llama Disco Sopa. 

Nacida como movimiento en París y Alemania en marzo de 2012 y hoy realizada en varios continentes, la Disco Sopa es una acción para hacer conciencia y luchar contra el desperdicio de comida, en el que voluntarios —en este caso estudiantes y docentes del ITESO— se suman para recolectar, lavar, limpiar, seleccionar, medir, cortar y cocinar la comida que ya no se venderá por no cumplir los estándares estéticos comerciales, pero que aún está en buen estado. En el caso de la Universidad Jesuita, esta iniciativa es del Colectivo de Red de Universitarios Consientes (RedUC), y va en su quinta edición. 

“Es la fiesta de la comida, la que normalmente sería desechada o tirada porque no se vendió o que no hay dónde almacenarla. Nosotros la venimos a rescatar y con ella alimentamos a los estudiantes del ITESO. Se puede consumir; a la vista no es tan agradable, por ello se dice que es de tercera calidad. Pero todavía hay otra etapa en la que la industria alimenticia utiliza estos productos para hacer comida para bebé, mermelada, salsas, etcétera”, explica Leslie. 

El núcleo de voluntarios se divide en dos o tres grupos con bolsas de tela en mano. Leslie, en su incursión llega al almacén de Salvador Téllez, dueño de Batilimones, una bodega en la que, como su nombre lo indica, los protagonistas son estos cítricos verdes: “Mire nomás, pura chuleta y no es carnicería”, dice el empresario cuando presume uno de sus limones, de esos que asegura ya se exportan a Corea y Japón. 

“[En el Abastos] la gente tiene muchas personalidades, hay algunos que se te acercan y todavía te quieren preguntar más cosas, de qué escuela vienes, qué estudias, o te empiezan soltar un choro del Gobierno, de cómo está la situación, de todo lo que se desperdicia, de lo mal pagado. Hay otra gente que realmente no le interesa involucrarse, te dicen: ‘Es que ya pasaron las monjitas o del Hospital Civil’. Con el tiempo te acostumbras y entiendes que no pueden regalar toda su mercancía”, dice Leslie. 

La camioneta luce rebosada; aun así, Leslie reconoce que no juntaron tanto como el año pasado. Hay tres cajas de jitomate, medio costal de zanahorias, medio saco de frijol, un buen puño de rábanos, dos sandías, un grupo de lechugas, una arpilla de cebolla blanca, una penca de plátanos maduros, un ramo de perejil y un buen puñado de chiles de varios tipos. 

En el vivero del ITESO descargan los alimentos. Ahí, otros voluntarios menos desmañanados se encargan de pesar lo que llegó, descartan lo que irá a parar a la composta —la fruta o la verdura dejan de ser viables ya cuando empiezan a tener un poco de moho u hongo, o cuando de plano están tan apachurradas que no se puede maniobrar con ellas–. Hay que hacer las mediciones correspondientes y diseñar el menú. Camila López, alumna de Ingeniería Ambiental, es quien hace todos los cálculos con la comida rescatada.  

“Esta actividad nos ayuda a concientizar sobre las maneras en que consumimos, porque solemos tener este pensamiento derrochador de que ‘Ah, no, solamente la fruta de primera calidad es buena, la otra es basura’. Entonces vemos el porcentaje de producción y lo que realmente consumimos y es demasiado desperdicio, que no sólo conlleva tirar comida, sino gasto de agua, transporte, mano de obra e impacto en el ambiente”, menciona Camila. 

El menú del día está compuesto por papas con salsa de tomate, rajas con salsa de jitomate, ceviche de zanahorias, ensalada de lechuga con betabel, pimiento y rábano, una ensalada de frutas y tres aguas frescas (ciruela, naranja y mango). Y, desde luego, no puede faltar una buena salsa de chiles y cebollas, todos asados al comal. La música estuvo a cargo de Spotify. 

Según cifras oficiales, en Jalisco se desperdician más de 4 millones de toneladas al año de comida. Se estima que se pierde un tercio de comida a nivel mundial en todas las etapas de la producción y consumo. En este ejercicio, en el ITESO se rescataron 339.93 kilogramos de alimentos, de los que se destinó 79 por ciento a 85 comensales, y 21 por ciento a composta. Esto representó una mitigación de 957 kilogramos de CO2, lo que equivale a 409 litros de gasolina y 8.9 albercas olímpicas de huella hídrica. El año pasado se lograron recuperar 451.27 kilos de comida, de los cuales 243 se fueron a composta y 208 se pudieron cocinar y compartir en la Disco Sopa. 

FOTOS: Zyan André