Salir de las aulas y vivir la teoría en la práctica, llenarse de nuevas percepciones, visiones y formas de entender la cultura, fueron las vivencias que una estudiante de Ciencias de la Educación experimentó durante tres días en la comunidad Mesa de Chapalilla

Por Ana Sofía Güémez Palomar, estudiante de octavo semestre de Ciencias de la Educación 

Como parte del PAP “Procesos Comunitarios Indígenas Interculturales”, en marzo de este año emprendimos un corto viaje para visitar durante algunos días la comunidad Mesa de Chapalilla con cerca de 200 habitantes y ubicada en la Yesca de Nayarit – perteneciente a la cultura wixárika – en la que estamos trabajando.  

Emprendimos el viaje un lunes, y tras varias horas y un par de escalas la camioneta en la que viajamos se estaciona frente a una pequeña casa. Después de bajar algunos materiales, cerca de 30 niños wixárikas – estudiantes de la secundaria intercultural – se nos acercaron con curiosidad. ¿Cómo reaccionarían ante completas desconocidas? 

Ubaldo – fundador y gestor de proyectos educativos y comunitarios del lugar -, fue el encargado de romper el hielo a través de juegos. Primero jugaron bandera robada: las niñas, aún con sus faldas largas, son muy hábiles para correr, y los niños, a veces sin huaraches y otras veces dejándolos en el camino, completaban con gran velocidad las órdenes del juego. 

Para conocer sus nombres hicimos una dinámica sobre movimientos corporales y, al final, los niños tomaron gises y dibujaron en la cancha de futbol aquello que más les gusta de su comunidad. Y así, con esta información, el día termina con la promesa de encontrarnos el siguiente, por la mañana, en la secundaria.  

Para llegar a la escuela hay que bajar por un camino que, cuando nosotros fuimos estaba seco y lleno de tierra, pero nos daba una grandiosa vista hacia la sierra. Al llegar a la escuela, una pequeña construcción de dos salones, ya nos esperaban todos los estudiantes.  

Ese día hubo talleres, que normalmente son los jueves, pero, en esta ocasión, se realizaron en martes para que pudiésemos verlos. Entonces, llegaron las señoras talleristas y se sentaron bajo la sombra de un árbol, en las piedras. Estas mujeres son madres de familia que, con el afán de contribuir a la promoción y permanencia de la cultura wixárika en la comunidad, destinan las mañanas de cada jueves a asistir a la secundaria para compartir sus conocimientos con los estudiantes. Este día solo hubo tres talleres: chaquira, bordado y telar, siendo estos algunos de los elementos culturales más importantes de los wixaritari. 

Chaquira fue en el salón de la izquierda, bordado en el de la derecha y el de telar, como es necesario usar árboles y ramas para sujetar el material, se impartió afuera. Nos dimos cuenta de que las técnicas de aprendizaje y las formas de mediarlo son muy distintas, que incluso todas esas teorías y formas que se revisan en las aulas y en los textos académicos no siempre suceden en la vida real. Las alumnas aprenden a bordar en silencio, creando a su propio ritmo lo que a ellas les gusta, y la figura de la tallerista es solo de apoyo. Nos dimos cuenta, también, de lo importantes que son los procesos intergeneracionales cuando se ve a una señora enseñándole a una niña cómo trabajar el telar de cintura: la cultura y la tradición están vivas en las manos de una y en los ojos de la otra.  

Después de los talleres, recuperamos con los estudiantes lo que las tardes de cuentos representan para ellos. Nos contaron algunas historias, construidas colectivamente en wixárika y traducidas por una representante al español, y pudimos darnos cuenta de lo mucho que disfrutan escucharlas y entender lo que le da sentido a su comunidad. 

Después de la escuela, fuimos invitadas a comer a casa de algunas de las estudiantes. Sus mamás tienen hechas las tortillas y en los platos había frijoles. La comida transcurrió en silencio; en estas circunstancias y, si tienes suerte, algún miembro de la familia se sentará a comer contigo, pero puede ser que prefieran dejarte sola. No hay muchas palabras intercambiadas, si acaso, agradecimientos. 

La tarde transcurrió lenta y tranquila, los niños volvieron a jugar futbol. Jugamos con ellos un rato, y nos dimos cuenta de lo sencilla que es la convivencia, cómo el juego es un puente seguro entre diversas culturas y cosmovisiones. Por la noche, y a la luz de las brillantes y decenas de estrellas, caminamos cuesta arriba para llegar a casa del presidente de la escuela secundaria, quien nos recibió alrededor del fuego para hablar sobre su experiencia como maestro de cultura y lengua wixárika en la secundaria.  

Al amanecer regresamos a Guadalajara, con las maletas y la camioneta llena de nuevas informaciones, percepciones, visiones y formas de entender la educación, la cultura y el lugar del que tanto habíamos escuchado. 

Volver a la ciudad después de experiencias de este tipo no es un asunto sencillo, pues el compromiso adquiere más fuerza, las ganas de construir con los y las otras aumentan, y ponerle caras a las problemáticas que día a día trabajamos desde el ITESO vuelven el quehacer universitario un acto con mayor significado y trascendencia.  

Como estudiante de Ciencias de la Educación, esta experiencia fue un gran reflejo de la inmensa cantidad de posibilidades que existen – y que pueden ser creada s– para construir con los demás, para hacer posibles otras realidades, para salir de los esquemas impuestos y las estructuras lógicas… Esta experiencia sólo fue una prueba más de que otro mundo es posible, ese en el que dicen que caben todos los mundos.