Hace poco más de 50 años, en 1969, Cristina Romo llegó a la Escuela de Ciencias de la Comunicación. El ITESO tenía 12 años de edad y la escuela apenas dos. El pasado 23 de diciembre, Cristina falleció.
Por Graciela Bernal Loaiza, profesora del Departamento de Estudios Socioculturales 

Hace poco más de 50 años, en 1969, Cristina Romo llegó a la Escuela de Ciencias de la Comunicación. El ITESO tenía 12 años de edad y la escuela apenas dos. El pasado 23 de diciembre, Cristina falleció.

La Escuela de Ciencias de la Comunicación fue fundada en 1967, mismo año en el que Cristina concluía su formación en la carrera de Ciencias y Técnicas de la Información de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México. Egresada de la tercera generación, comenzó su ejercicio profesional en el Grupo Radio Mil, en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y en el Centro Nacional de Comunicación Social (CENCOS). Tres experiencias sustantivas que marcarían significativamente su desarrollo académico y universitario en el ITESO: la radio, la enseñanza e investigación de la comunicación y la democratización del sistema de medios de difusión; además de su incansable empeño por el buen uso de la palabra.

La conocí en 1977 cuando ingresé a la carrera de Ciencias de la Comunicación. Ese año la escuela celebraba su décimo aniversario y el ITESO, su vigésimo. Fue mi maestra de Radio. Mi relación más cercana con ella, que creció y se cultivó hasta su partida, comenzó en 1979 cuando un equipo en el que yo participaba solicitó el apoyo de Cristina Romo, -entonces directora de la escuela-, para la realización del primer proyecto de investigación sobre el campo profesional de los egresados de comunicación del ITESO. Desde el principio Cristina nos apoyó con entusiasmo y no escatimó su tiempo para acompañarnos en el proyecto. Recuerdo que nos citaba en la oficina de la dirección, ubicada en el primer piso del edificio B. Nos daba el santo y seña de los primeros egresados y de sus actividades profesionales, así como de los diferentes momentos difíciles por los que había atravesado la escuela en su entonces corta historia. Las conversaciones con ella no tenían desperdicio, siempre se aprendía algo significativo. Su conocimiento de la comunidad de estudiantes, profesores y de egresados fue, durante muchos, años un recurso de apoyo invaluable para quiénes después la sucedieron en las riendas de la carrera.

Para esas fechas, Cristina ya ocupaba un lugar importante en el campo académico de la comunicación en México gracias, entre otras cosas, a su participación desde 1976 como fundadora del Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación de las Ciencias de la Comunicación (CONEICC), del que fue la primera mujer en ocupar la presidencia. Casi treinta años después, en marzo del 2008, esta institución le rindió un especial reconocimiento y la nombró integrante honoraria de ese organismo. En ese vínculo, Cristina fue una compañera de trabajo generosa y solidaria. Supo impulsar el talento de muchos profesores y estudiantes de comunicación del ITESO, al involucrarnos en actividades y proyectos del CONEICC, vínculo que muy pronto comenzaría a rendir sus frutos, en el proceso de consolidación de la comunidad académica de comunicación del ITESO. La presencia del ITESO en el campo académico de la comunicación en México, se debe en gran medida al trabajo realizado por Cristina en el origen y desarrollo de ese consejo.

Otra experiencia central de mi relación con ella, fue su papel como asesora en el proyecto del Área de Integración, lo que ahora son los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP). En 1980, en trabajo en equipo, comenzamos a colaborar en la Radiodifusora WEYT Radio Cultural Campesina, de Teocelo, Veracruz. En aquellos años, este proyecto radiofónico estaba apoyado y asesorado por Fomento Educativo A.C. de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. Los conocimientos que Cristina tenía sobre “la otra radio”, la no comercial, fueron fundamentales en la comprensión y desarrollo de nuestro trabajo. Su apoyo no se quedó en tareas de escritorio, porque aun con las complicaciones que le representaba por sus tareas al frente de la dirección y sus responsabilidades como esposa y mamá de Cristina y Mariana, nos acompañó de cerca en el trabajo de campo en Teocelo, con un incuestionable compromiso con el proyecto.

Todavía al frente de la dirección de la escuela, Cristina se acercaba a los estudiantes para pedirnos apoyo en diversas tareas. Una de ellas en la que tuve la fortuna de participar en varias ocasiones, fue la organización de la cena de profesores en su casa. El hogar de Cristina Romo fue siempre un lugar abierto para quien tocara la puerta. Recuerdo los preparativos de esas cenas, los menús y la confección de los platillos que estaban a cargo de Juan Pablo Rosell, su compañero, quien también colaboró como profesor de las primeras generaciones de Ciencias de la Comunicación. La casa de Cristina fue un lugar que a lo largo de los años y hasta el último día de su vida, acogió a sus hijas, nietos, hermanos, primos, amigos y colegas de trabajo. La última vez que Cristina estuvo en el ITESO fue el pasado 20 de diciembre en la posada navideña a la que nunca faltó, incluso ya jubilada, tres días antes de su partida. En esa ocasión se presentó con el Rector del ITESO, Luis Arriaga Valenzuela, SJ, y le externó su deseo de recibirlo en su casa, como lo había hecho con prácticamente todos los anteriores rectores de esta casa de estudios.

Concluida su gestión al frente de la escuela, Cristina asumió la responsabilidad de directora de Extensión Universitaria. Al tiempo que impulsaba el proyecto de difusión académica del ITESO, en 1982 participó activamente en la constitución formal de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) de la que también fue fundadora e integrante desde entonces de su consejo consultivo. Su presencia en este organismo constituyó también un vínculo para los profesores y estudiantes de Ciencias de la Comunicación del ITESO con el campo académico latinoamericano que abonó al ya conquistado prestigio del ITESO en México y la región.

Para Cristina la década de los ochenta fue de permanente labor de producción académica y de vinculación institucional a escala nacional e internacional. En 1987 publicó su primer libro Introducción al conocimiento y práctica de la radio, editado por Diana. De 1985 a 1987, estudió en su primera generación la Maestría en Comunicación del ITESO. Obtuvo el grado con la investigación La otra radio. Voces débiles, voces de esperanza, publicada en 1990 por el Instituto Mexicano de la Radio y la Fundación Manuel Buendía. En 1991 publicó Ondas canales y mensajes: Un perfil de la Radio en México, bajo el sello del ITESO. En 2011, dos años después de su jubilación, publicó Historias que me han contado, en la casa editorial Arlequín, un libro en el que Cristina comparte anécdotas que escuchó y registró a lo largo de más de 45 años. Además de la publicación de sus obras, fue articulista en diferentes libros y revistas académicas de difusión local, nacional y latinoamericana. Su último trabajo publicado fue “Ciencias de la Comunicación del ITESO en sus contextos institucionales académicos” en el libro 50 años en la formación universitaria de comunicadores – 1967-2017: Génesis, desarrollo y perspectivas, editado por el ITESO en 2018.

En 1990, el ITESO la distinguió con la categoría de profesora numeraria y tres años después, como profesora emérita, máximo reconocimiento que la universidad otorga a sus docentes.

En su labor ciudadana, de 1993 a 1996, Cristina fue miembro del Consejo Consultivo del Sistema Jalisciense de Radio y Televisión, de 1997 al 2001 fue consejera titular en la Comisión Estatal de Derechos Humanos/Jalisco. En el año 2000 participó en la constitución de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información a nivel nacional, y en 2008 encabezó la constitución del Capítulo Jalisco de esa asociación y en la que varios profesores del ITESO y de otras instituciones educativas hemos tenido la oportunidad de participar. Esta experiencia de participación ciudadana fue a su vez un importante sustento en sus cursos de Derecho de la Comunicación que impartió en el ITESO hasta su jubilación en el 2009.

Dentro del marco de su jubilación, en mayo de ese mismo año, Cristina impartió simbólicamente su última clase a los más de tres mil alumnos, entre ellos muchos de los profesores de la carrera, que desde 1969 tuvieron la oportunidad de aprender con ella la teoría y práctica de la radio, los fundamentos pedagógicos de la educación, el uso correcto del lenguaje en la comunicación oral y escrita, la formulación y desarrollo de proyectos de comunicación, la elaboración de protocolos de tesis y  las bases jurídicas del derecho de la comunicación en México.

Una amiga entrañable dijo que Cristina fue como un árbol de raíces profundas y de tronco sólido, en cuya fronda yo encontré, como muchas otras personas, cobijo y aliento, apoyo, sentido y amistad. Un árbol que dio al tiempo sombra y luz a la comunidad de Ciencias de la Comunicación y del ITESO, que permanece porque eligió una tierra fértil cuya sabia fluye y da vida. Un árbol del ITESO que forma parte de su historia, su presente y su futuro.

La comunidad agradeció a «la jefa de la tribu»

El homenaje congregó a un centenar de personas, entre las que se encontraban familiares de Cristina Romo, colegas, amistades y autoridades universitarias. El preámbulo de la misa estuvo marcado por los encuentros: entre abrazos y risas, las y los asistentes comenzaron a ocupar las sillas dispuestas frente al altar donde reposaba la urna con los restos mortales de quien fuera una de las voces académicas más emblemáticas en el ámbito de la comunicación y de la radio en México.

La ceremonia estuvo colmada de agradecimientos por el legado de Cristina, “una mujer maravillosa, creyente y practicante” dijo el padre Javier Martínez, SJ, “una persona que tuvo la voluntad de dejarse llevar por Dios y convertirse en un agente de transformación”, dijo el jesuita Luis Octavio Lozano; como “una jefa de la tribu, extremadamente libre, extremadamente ella misma”, la describió Jorge Narro; y Gilberto Domínguez como “una mujer que no tenía reticencias, que sabía lo que quería y lo hacía”.

Los testimonios acompañaban la puesta del sol, que iba bajando detrás del altar. Acaso el momento más emotivo de la tarde vino en voz de Amaya e Iñaki Andonaegui, nietos de Cristina, quienes leyeron las cartas que le habían escrito a quien fuera su “Abi”. En el caso de Iñaki, la carta, que en más de una ocasión también motivó las risas de los asistentes, fue leída por su madre e hija de la profesora, Cristina Rosell, mientras él escuchaba cabizbajo.

“Gracias por estar aquí y por ser compañeros de vida de mi Abi”, dijo Amaya al término de su carta, frase que sirvió para rematar el homenaje en memoria de Cristina Romo.