El Papa entró con naturalidad, como un Padre jesuita entre otros, pero su solideo blanco marcaba una diferencia visible. Cosa que no eliminó la percepción de que hay un vínculo hondo entre él y nosotros. Empezamos rezando.
POR ANTONIO SPADARO, SJ
Acontecimiento histórico: el encuentro entre la Congregación General de la Compañía con el Papa Francisco. El primero en ser consciente de este acontecimiento era precisamente el Padre General, Arturo Sosa, al pedir a los jesuitas que se prepararan espiritualmente para dicho encuentro. Nunca había habido un Papa jesuita, ninguno había intervenido en el lugar donde se reunía la Congregación General de la Compañía.
De ahí que su discurso (puedes leerlo completo en este enlace: bit.ly/2egjufB) cobrara un valor especial, verdaderamente fuerte. Sin embargo, incluso antes de su discurso, la presencia misma del Papa había tenido un valor extremadamente significativo, también por su modalidad tan inusual: una audiencia en la misma Aula de la Congregación General que extendiera durante algunas horas un encuentro libre y espontáneo en un clima relajado y abierto, como quizá no había sucedido en mucho tiempo.
La Compañía se hace más y más consciente de que el ministerio petrino, hoy, está confiado a una persona formada en su seno y con su espiritualidad, la del discernimiento. Más aún, muchas características de este pontificado solo se entienden de raíz cuando se considera la espiritualidad en la que el Pontífice creció humana y espiritualmente. Por lo tanto, Francisco representa un reto positivo para la Compañía, y un incentivo específico de oración, reflexión y asunción de responsabilidad.
Un retrato “borroso” de la Compañía
El Papa empezó su discurso esbozando un retrato de la Compañía. No es un bodegón, sino un marco multifacético en movimiento. La misma Compañía está in fieri, en devenir, haciéndose. Eso le da elasticidad, la hace libremente elástica. Inmediatamente lo enmarcó -también a la luz de las declaraciones de sus predecesores- en un camino como personas libres y obedientes. Y uno solo camina si baja verdaderamente a la calle. La Compañía no puede balconear, como dijo una vez: no pueden mirar la realidad desde un balcón, estudiarla, analizarla y, siempre desde el balcón, juzgarla. Tenemos que entrar en ella, ponernos en las encrucijadas de la historia, en las primeras líneas de fuego sociales, donde se produce una “confrontación entre los deseos más profundos de la persona y el perenne mensaje del Evangelio”, como dijo Pablo VI. Reflexión, contemplación y acción siempre van juntas si no queremos caer en la ideología.
Sin objetivos fijos, sino horizontes en movimiento
Caminar no es suficiente. ¿Dónde vamos? En su discurso a la Congregación, Francisco implícitamente nos prevenía contra la tentación de tener objetivos demasiado claros y distintos, como en la planificación de los negocios. El horizonte que orienta el viaje es la Gloria de Dios siempre mayor, como dijo. De modo que la Compañía tiene que caminar poniendo ante sí un horizonte continuamente cambiante y que se amplía. El retrato de la Compañía que pintó el Papa es dinámico, “incompleto” en sí mismo y está “abierto”. A los jesuitas, no se les llama a “alcanzar objetivos”, como en una galería de tiro, sino a caminar, acompañando evangélicamente procesos en los que están metidos seres humanos y teniendo como horizonte la gloria de Dios. Acompañar procesos, no conquistar espacios. Esencialmente, caminar con nuestro Señor Jesucristo: estamos llamados a caminar con él y a ir dondequiera que vaya. Y a veces ni siquiera sabemos a dónde va. Lo descubrimos conforme caminamos con él, dispuestos a cambiar el rumbo, movimientos y métodos. Solo si la Compañía camina con Jesús hacia el horizonte puede entenderse a sí misma. La Compañía es móvil. Por eso, para el jesuita, todo el mundo le ha de ser casa. Si no, cae en el “funcionalismo”, se vuelve rígido: se enreda, empieza a reconcentrarse, a dar vueltas sobre sí mismo una y otra vez y, al final se vuelve inútil.
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Una sola prioridad: el discernimiento
Esta caminata no es confortable ni solitaria. No es un viaje para encontrarse a sí mismo, ni siquiera para la propia salvación. Francisco nos contó que caminar, en las palabras de Ignacio, significaba en primer lugar “intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las almas de los prójimos” (Examen General 1.2.). Parece que el Papa prefiere la “Fórmula del Instituto” original, la de Pablo III (1540), Regimini militantis Ecclesiae, que pone como foco ante la Compañía ocuparse en el “provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana”. Por lo tanto, el Papa no confía a la Compañía objetivos o preferencias que no sean “de provecho para las almas”. No da una lista de tareas que acometer, de objetivos que cumplir o de territorios que “ocupar”. Más bien dice simplemente que la Compañía “está donde es necesario que esté”. Si bien, con audacia profética y diplomática. ¿Dónde es eso? La respuesta es, que el contenido de la mission viene como fruto de un discernimiento continuo y siempre en marcha. El centro sigue estando en la “Fórmula del Instituto”: el resto pertenece a la historia, al devenir, a las circunstancias. La Compañía vive y tiene que vivir tensiones, no para. Francisco quiere tocar el corazón palpitante, el núcleo ardiente y poderoso del carisma de la Compañía, exactamente la “Fórmula”: quita los paños que la protegen y enseña a los jesuitas las cosas esenciales de las que acordarse. El Papa habla de volver al corazón, o mejor, a un “fuego”. Y cita a uno de los primeros jesuitas, el Padre Jerónimo Nadal, que dijo que “la Compañía es fervor”, palabra derivada del latín fervor, esto es, “hervor”.
Tres maneras de avanzar
Dicho todo esto, el Papa nos dio igualmente tres “modos de proceder” para la misión que resume en tres palabras: “consolación”, “compasión” y “sentir con la Iglesia”. Es importante notar la expresión usada por Francisco: podemos dar un pasito adelante. No invita a dar un gran salto, sino a ir paso a paso. Pero siempre adelante. Siempre se nos llama a progresar, y eso con humildad y decisión. De tres maneras:
- Consolación. Vivimos en un mundo herido y el jesuita siempre es un hombre herido. A menudo, el mundo se mueve por miedo y reacciona abriendo el oído a la desolación y a los temores. Para Francisco, solo si experimentamos la fuerza restauradora de la consolación en el corazón de nuestras heridas -tanto como pueblo como en tanto que Compañía- podemos despertar del sopor, caminando y ayudando a otros. Luego tenemos que pedir consolación -el Papa añade- “insistentemente”. El estado habitual del jesuita debe ser la consolación. Es la experiencia a la que Francisco nos invita: dejarnos consolar por dios y vivir nuestro ministerio como ministros de la consolación, llevando reconciliación, justicia y misericordia al mundo. Y en eso, el mismo Francisco era un modelo, al hablar en sus textos magisteriales de gozo, alabanza y alegría, que son sinónimos de consolación para él. Añad: para el Papa, “la actitud humana más próxima a la gracia de Dios es el sentido del humor”.
- Compasión. El Papa nos pide que nos dejemos conmover por el Señor puesto en cruz y que permanezcamos al pie de la cruz para sentirnos amados por él. Esa es la experiencia que nos vuelve sensibles con los dolores de la humanidad, que nos hace experimentar compasión: El Padre Arrupe decía que “allí donde hay un dolor, allí está la Compañía”. Solo si experimentamos la fuerza sanadora de la compasión de Jesús crucificado nos dejaremos sanar y sanaremos a otros. Lo cual nos impulsa a comprometernos por la justicia y a estar con los pobres y a favor de los pobres.
- Discernimiento: “sentir” con la Iglesia. El Papa nos pide que vayamos adelante en el discernimiento “sintiendo con la Iglesia”, nuestra Madre. Hay muchas maneras de reformar la Iglesia, pero algunas son anti-eclesiales, fruto del “mal espíritu”. En cambio, Francisco dice que no basta con reformar la Iglesia, porque sería una operación ideológica y, por lo tanto, “clerical”. Tenemos que hacer por el “buen espíritu”, fruto del discernimiento, y de modo “eclesial”. El jesuita tiene que estar dentro de la Iglesia que vive en la historia y no en y no la de nuestras utopías y de nuestros deseos. Lo que, a veces, implica también para nosotros que carguemos con nuestra cruz y experimentemos humillación. También tenemos que escuchar todas las críticas, incluso las que vienen con malicia, y discernir. Nunca tenemos que cerrar las puertas. No es para justificar posiciones cuestionables, sino para abrir espacios a lo que el Espíritu hace o quiere hacer en este tiempo. El jesuita actúa dentro de la Iglesia confiando en la acción del Espíritu dentro de ella.
Compañeros de camino
Al final de este discurso, Francisco volvió la mirada a María con la advocación de “Nuestra Señora de la Strada” (del Camino). La Compañía no es solo un grupo de hombres con los mismos ideales, sino también un grupo de amigos que están en la calle, haciendo camino con Jesús, paso a paso.
Al final del encuentro, me vinieron a la cabeza las palabras de una carta de Ignacio con ocasión de la elección del Papa Marcelo en abril de 1555: “A Dios nuestro Señor, que quiso dar a la Iglesia este príncipe, plazca aumentar en él un gran espíritu, como requiere tan alto ministerio”.
Más información sobre la Congregación número 36 de la Compañía de Jesús en el siguiente enlace: http://gc36.org/es/.