Don Doll, fotodocumentalista estadounidense, ha retratado durante décadas a los nativos norteamericanos y a los desplazados del mundo con una pasión por lo humano que surge debido a su formación religiosa: es jesuita desde hace casi 60 años.
¿Qué tan cerca debe estar el fotógrafo de su objetivo? Mucho, todo lo que pueda, afirma el jesuita Don Doll, dueño de una Leica que atesora y de un arsenal de historias y anécdotas relacionadas con el fotoperiodismo que lo han llevado a medio centenar de países.
Recorrer en internet o en vivo las fotografías de Doll (Milwaukee, 1937), cuyo trabajo ha aparecido en National Geographic y ha dado pie a tres libros implica, entre muchas otras emociones, adentrarse en las profundas arrugas de un viejo e imponente indio Sioux; sobrecogerse ante esa tenacidad para retar al infortunio de cuatro niñas africanas que cargan felices un pizarrón o dejarse contagiar por esas sonrisas en primerísimo plano que alguna vez le regalaron a Doll dos jovencitas esquimales, incluidas en su célebre trabajo Hunters of the Bering Sea, publicado por la citada revista en junio de 1984.
Doll nunca había estado en Guadalajara, adonde vino en octubre para participar en el ITESO Encuentro de la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica-Norteamérica, en cuyo campus se expusieron varias de sus fotos a refugiados. Buena parte de su trabajo y filosofía de trabajo se puede revisar en la página de Magis Productions (magisproductions.org), proyecto desarrollado por el jesuita con apoyo de la Universidad de Creighton, donde labora desde 1969.
La fotografía llegó a su vida por mera casualidad. “¿Quieres tomar fotos?”, le preguntaron sus superiores allá por los 60. En Rosebud, una reservación india en Dakota del Sur, hacía falta alguien que retratara el trabajo de los jesuitas con los Sioux. Tomó cursos y practicó, pero no terminaba de sentirse fotógrafo.
En una entrevista que le hizo The New York Times, Doll recuerda una epifanía: “Escuché una voz que me decía: ‘Quédate con la fotografía, es la primera cosa que realmente amas hacer. Quédate con ella, no importa si te toma 10 años dominarla’”.
Doll soltó las amarras, se introdujo de lleno en la vida de los indios americanos, expandió sus horizontes temáticos y, después de cinco años de enseñar, publicó su primer libro, Crying for a vision, obra clásica del fotoperiodismo estadounidense. Hoy acumula casi cinco décadas sin parar: jesuitas auxiliando a las víctimas del Tsunami en India o Sri Lanka; refugiados en Uganda, Ruanda o Sudán; esquimales en el gélido Polo Norte o el proyecto que lleva a cabo desde hace 20 años en alianza con el Servicio Jesuita a Refugiados (Jesuit Refugee Service) retratando el drama de los refugiados y desplazados en Darfur, Chad, Irak, Aleppo o Damasco, dos de las ciudades más castigadas por la cruenta guerra civil en Siria.
¿No se cansa después de tantos años tomando fotografías por el mundo?
Me encanta la fotografía, me encanta conocer gente nueva y lo que están haciendo los jesuitas alrededor del mundo. Esa es mi misión, contar la historia de los jesuitas trabajando por el mundo. Hace 20 años, en Ruanda y Sri Lanka [rodeado de masacres y genocidio entre tribus] fue terrible. Me metí en medio del conflicto entre singalíes y tamiles y fui con los jesuitas por 30 campos de refugiados diferentes. Todos se veían igual, así que les pedí: ‘Déjenme conocer mejor a la gente para poder acercarme a su contexto, tengo que estar cerca, conocerlos personalmente. Así es como trabajo”.
Recuerda que hace algunos años, en Burundi, para alejarse de los rebeldes se subió a una colina con la intención de fotografiar con su Leica una escuela construida a mediados del Siglo XX. Dos semanas después, los rebeldes bombardearon la ciudad desde aquella colina.
“Yo ya había dejado el país y cuando me enteré me puse muy triste. La violencia no lleva a ningún lugar a las personas o a los países; la violencia solamente trae violencia, no se puede parar”.
Después de esa violencia que ha presenciado, del sufrimiento, de la gente muriendo de hambre… ¿Es usted todavía una persona optimista?
Sí… [Duda y hace una pausa de varios segundos antes de responder]. Hay dos diferentes formas de espiritualidad: San Ignacio era un optimista, porque suponía que el espíritu de Dios podía superar cualquier cosa. Y creo que yo también pienso así. La otra es más Agustiniana: el mal persistirá.
¿Qué significa tener una perspectiva jesuita del mundo a la hora de tomar fotografías?
Creo que cuando fotografías desde la perspectiva de la fe –lo cual he hecho por 45 años–, lo haces pensando realmente que esa mujer o ese hombre son real, pero realmente tu hermano y tu hermana. Quiero mirarlos con esa perspectiva de fe y me parece que esa una perspectiva diferente para mirar al mundo; otra gente la tiene también, mostrando una tremenda compasión. Los fotógrafos no van a estas situaciones de guerra sin sentir compasión por la gente… Esto no es solamente mí (esto último lo dice en español).
Los premios y reconocimientos se acumulan en el currículum de este miembro de la Asociación Nacional de Fotógrafos de Prensa y amante de la equitación, entre ellos el Kodak Crystal Eagle Award que recibió en el National Press Club de Washington o un reconocimiento especial del World Understanding through Photography, entregado por la firma japonesa Nikon.
¿Cree que realmente se puede entender este mundo a través de la fotografía?
Eso espero [risas], porque si dijera que no, ¿!qué he estado haciendo todos estos años!? Es decir, ¿la gente joven conoce mejor el mundo porque en internet puede encontrar todo tipo de fotografías? ¿Qué habilidades tienen para estimar la verdad en estas fotos? ¿Qué tanta credibilidad le darías a estas fotos? Es algo subjetivo. Espero que encuentren suficiente credibilidad en esas fotos para decir: ‘Esto es verdadero’, espero que así sea… ¡Mi optimismo aparece aquí otra vez!
“Si tus fotos no son buenas, es que no estabas lo suficientemente cerca”, dicen que dijo Robert Capa. ¿Está de acuerdo con esto?
Totalmente. Tienes que estar cerca. De hecho, hice un análisis de mis dos historias que aparecieron en National Geographic, un análisis de las fotos que pensé que eran las mejores. El 60% fueron tomadas con un lente de 21 milímetros –que son 90 grados–, lo que significa que tengo que estar así de cerca [Don junta el pulgar y el índice, el clásico gesto que denota cercanía]. Es algo que le enseño a mis estudiantes: ¿Cómo lograr una foto con información? Necesitan estar allí y ver qué hay ahí, y allá y allá, ver arriba, abajo todo al mismo tiempo, escanear la foto. Me gusta llamar a este método ‘El estilo Gestalt de ver’: verlo todo al mismo tiempo. ¿Y cómo enseñas esto? Viene con la práctica, con mucha práctica.
Entre sus principales influencias Doll recita a varios de los clásicos: W. Eugene Smith (en particular el libro Spanish village), Robert Capa, Helmut Newton, Edward Weston, Don McCullin o Henri Cartier-Bresson, aunque no olvida mencionar el trabajo de Tina Modotti y Manuel Álvarez Bravo.
¿Considera que ellos también tenían una perspectiva jesuita?
Creo que todos ellos tienen una visión de la humanidad y de lo que debería ser justo en el mundo, y ellos, como muchos otros, han fotografiado las guerras pensando: ‘Quiero mostrar el mal a manera de advertencia para que esto no vuelva a suceder’.
Como ejemplo de los nombres y acciones que le brindan esperanza, Doll nombra a la ruandesa Immaculée Ilibagiza, quien en su libro Left to tell narra cómo, al más puro estilo de Nelson Mandela, fue capaz de perdonar a los hutus [tribu rival de los tutsis, el clan al que ella pertenece] que a mediados de los 90 masacraron a machetazos a sus padres, hermanos y amigos. Ella, una de las pocas sobrevivientes, sobrevivió escondida durante tres meses en un pequeño cuarto.
“El perdón. Ese es el secreto, me parece, del optimismo”, afirma “Wahacankayapi”, nombre con el que lo bautizaron los Sioux cuando convivió con ellos y significa algo así como: “El que los protege”.
Texto Enrique González Fotos Don Doll, SJ/Roberto Ornelas