La beatificación del padre Rutilio Grande, SJ y sus compañeros mártires Nelson Lemus, Manuel Solórzano y Fray Cosme Spessotto nos invita a reflexionar sobre la manera en la que ellos se dejaron tocar por Dios para construir una realidad más justa y humana
Por Amir Ernesto Munguía Morales, SJ y Ronaldo Aníbal Brizuela Melgar, SJ, escolares jesuitas estudiantes de primer año de la licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales
La alegría del reencuentro.
Con estas palabras hemos decidido describir el ambiente que rodeó la beatificación de nuestro compañero Rutilio Grande, S.J., de sus compañeros mártires Nelson Lemus y Manuel Solórzano y de Fray Cosme Spessotto, O.F.M. el pasado 22 de enero en la plaza de El Salvador del Mundo, en San Salvador. Hace un año, cuando se anunció oficialmente la fecha de la ceremonia, hubo gran alegría en nosotros, escolares jesuitas centroamericanos, pues un compañero cuya vida e historia es cercana a nosotros sería incorporado en el canon de los beatos de la Iglesia católica.
Hace unos meses, llegó desde la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús la invitación para que dos escolares del filosofado regional en Guadalajara asistieran a la ceremonia de beatificación. Por ello, el 20 de enero nos embarcamos en un viaje a El Salvador para compartir con otros compañeros esta gracia. El viaje estuvo un poco accidentado, pero cuando al fin llegamos pudimos encontrarnos con muchos jesuitas que han formado parte de nuestro crecimiento vocacional. La alegría estaba en el ambiente: los rostros conocidos, las sonrisas o las noticias acerca de las misiones eran comunes al encontrarnos en los pasillos de la comunidad “Mártires de la UCA”. Pero no solo eso, también los recuerdos estaban a la orden del día.
Tuvimos la gracia de conocer y convivir con tres jesuitas mayores que compartieron la misión con Rutilio Grande y que pudieron estar con él hasta su muerte. Los padres Marcelino Pérez, S.J. de Panamá y José María “Chema” Andrés, S.J. y Salvador “Chamba” Carranza, S.J., españoles. Estos hermanos eran teólogos cuando el padre Rutilio fue martirizado. Entre risas y lágrimas nos sumergimos en los bellos recuerdos que nos compartieron de su estancia en la Parroquia de Aguilares. Fueron estos tres jesuitas quienes presentaron en la Eucaristía, presidida por el cardenal Gregorio Rosa Chávez, las reliquias de Rutilio y sus compañeros mártires.
Un par de días después, la Compañía de Jesús en Centroamérica celebró una Eucaristía en la parroquia de El Paisnal, lugar donde nació y está sepultado Rutilio junto con sus compañeros. En esta Eucaristía, en la que estuvimos presentes todos los jesuitas que habíamos participado en la beatificación, el padre Marcelino nos compartió la experiencia de ese fatídico día, en que el jesuita fue martirizado. Con lágrimas en los ojos y aun dolido por dejar solo a Rutilio “por impaciente», nos narró un poco de lo sucedido luego del asesinato. Las palabras “te salvaste, cabrón” quedaron grabadas en lo más profundo de su corazón.
El padre Chema recuerda con más viveza y alegría las caminatas y los compartires en los cantones de la parroquia, las charlas en las Comunidades Eclesiales de Base, las convivencias comunitarias y los sermones de Rutilio. El padre Chamba, por su parte, nos contó lo que pasó después de la muerte del padre Grande: la visita de San Oscar Romero, las persecuciones, el secuestro y la tortura de la que fue víctima, y el posterior exilio forzado que vivió. Los tres recuerdan vívidamente la incertidumbre que rodeaba al pueblo, a la iglesia salvadoreña y a la Compañía de Jesús después del terrible asesinato.
Hoy en día el recuerdo del padre Rutilio, al igual que el de tantos mártires alrededor del mundo, vive en muchos jesuitas. En nuestra provincia, los jóvenes tenemos la dicha de poder compartir alguna etapa de formación con algunos testigos de la entrega máxima de amor que hacen los seguidores de Jesús en defensa de la fe, la promoción de la justicia y la reconciliación. Los encuentros y las despedidas son siempre iguales. Los abrazos, los buenos deseos, los recuerdos, las bromas, las risas y los deseos de próximos encuentros están siempre en el ambiente.
Hemos crecido con la creencia de que las personas que mueren no nos dejan nunca, siempre y cuando las recordemos. Ciertamente, el padre Rutilio y sus compañeros están más vivos que nunca pues, aunque recordar pueda ser doloroso, su recuerdo perdura incluso en las generaciones más jóvenes de jesuitas en Centroamérica. El día de la beatificación, la Compañía de Jesús universal estuvo unida, aún a la distancia. Los compañeros en nuestras comunidades de Guadalajara y otras partes del mundo nos siguieron en todo momento a través de las transmisiones de la Eucaristía en redes sociales y, de igual forma, no paraban de llegar mensajes de saludos para los compañeros que ahí estaban. Este evento tan importante para nosotros como Compañía y como Iglesia nos unió a pesar de las fronteras.
¿Qué mensaje nos dejan Rutilio Grande y sus compañeros?
Rutilio Grande, Nelson Lemus, Manuel Solórzano y Fray Cosme Spessotto son signo de esperanza para el pueblo salvadoreño y su testimonio nos interpela en nuestra actualidad. No se trata de hacer con ellos futuros santos de rosarios y velitas, sino de impregnarnos de su mensaje y descubrir la manera en la cual ellos se dejaron tocar por Dios para construir una realidad más justa y humana.
No deja de sorprendernos el modo de actuar de estos hombres que no fueron extraordinarios, sino que lo único que hicieron en su caminar fue ser personas sencillas confiadas en Aquel que los llamó, y que por amor se entregaron a aquellos en los que el amado estaba. Es difícil encontrar las palabras para describir y tratar de ser fieles al mensaje de estos hombres, así que nos gustaría hacerlo por medio de una historia:
Cuentan que en una ocasión una luciérnaga volaba por el bosque en medio de una gran oscuridad. En ese momento una serpiente empezó a perseguirla. A la luciérnaga, por más que volara, le era imposible poder escapar. Ya resignada para morir, se detuvo y le dijo a la serpiente:
—¡Oye! Antes de que me comas quisiera hacerte tres preguntas.
La serpiente se quedó pensativa y le dijo —adelante, de todos modos, no pierdo nada.
—¿Soy de tu cadena alimenticia? —preguntó la luciérnaga
—No —respondió la serpiente
—¿Te he hecho algún daño?
—No —dijo la serpiente
—Entonces, ¿por qué me persigues? —preguntó la luciérnaga
—Es que, esa lucecita que tú tienes me ofende, por eso te persigo, porque no me dejas tranquila en medio de la oscuridad —concluyó la serpiente.
Entonces, ¿qué relación tiene Rutilio con esta historia? Cuentan que el padre Grande era una persona frágil, pero que esa fragilidad no fue una excusa para no entregarse a la misión. Rutilio, al igual que la luciérnaga, tuvo esa luz, una luz pequeña pero que, puesta en la gran oscuridad que El Salvador estaba viviendo en ese momento de la historia, se convirtió en una luz fuerte que molestaba a aquellos que querían seguir en la oscuridad.
El testimonio de Rutilio Grande nos invita a dos cosas. La primera es a que nuestra propia fragilidad no sea una excusa para dejar de construir un mundo más justo, sino que esa fragilidad nos ayude a buscar a Aquel que plenifica nuestra debilidad. No hay que tener miedo a sentirnos frágiles ni a asumir que necesitamos del otro. En la lógica del cristiano, un débil más un débil no es igual a dos débiles, sino que son dos fuertes, porque el contacto con el otro nos fortalece. Ese es un mensaje que Rutilio comprendió muy bien.
La segunda invitación es a que seamos luz. Cómo ya lo hemos visto en la pequeña historia narrada anteriormente, ser luz no es fácil, pues implica molestar a aquellos que quieren seguir en la oscuridad. No nos preocupemos si nuestra luz es pequeña, confiemos en Aquel que es la luz radiante, mirémoslo a Él para llenarnos de su luz, así como lo hizo Rutilio.
Finalmente, evaluemos también cuáles son aquellas cosas que están apagando nuestra luz, qué es aquello que no nos deja ser nosotros mismos. La respuesta puede ser el egoísmo, la indiferencia, el odio, la venganza o el resentimiento. Sin embargo, si reconocemos nuestra fragilidad ante Dios y la ponemos al servicio de la comunidad, podremos iluminar a los demás con lo que somos. Quizá no cambiemos el mundo, pero sí empezaremos a cambiar el entorno con el cual interactuamos.