La contingencia por la covid-19 afectó la producción, distribución y acceso al alimento en México. Un grupo interdisciplinario de académicos del ITESO investigó esta problemática en la región occidente para promover las acciones de redes alternativas, que aportan al derecho humano de la alimentación.
Por Dulce Figueroa Santana
Detrás del alimento que tenemos en nuestras manos existen redes humanas y comunidades solidarias que han encarado los problemas derivados por la pandemia, con nuevas estrategias para garantizar la producción, distribución y consumo de los alimentos.
Estas prácticas, además de disminuir el riesgo alimentario ante la contingencia de salud actual, fueron el objeto de estudio de cinco académicos del ITESO, los cuales observaron cómo se podía aprender de ellas y extender este conocimiento a otros círculos de comercialización.
El proyecto “Redes alimentarias alternativas como respuesta en los sistemas agroalimentarios locales para atender riesgos en el acceso a alimentos”, encabezado por Rodrigo Rodríguez, (COINCIDE) Gregorio Leal, Jorge Eufracio (CIFOVIS), Paulo Orozco (DPES), con la ayuda de la comunicóloga Sofía Ortega y otros cinco colaboradores externos, buscó que se analizara y sistematizara la experiencia de al menos 96 iniciativas involucradas con el ITESO desde la línea de soberanía alimentaria y economía solidaria.
La investigación se llevó a cabo desde diferentes miradas teóricas como la nutrición, la geografía humana, la educación y la agroecología y formó parte de la convocatoria del Apoyo para Proyectos de Investigación Científica, Desarrollo Tecnológico e Innovación en Salud ante la Contingencia por la covid-19 del CONACYT.
Rodrigo Rodríguez relata que empezaron a notar ciertas problemáticas en la región y a observar cómo se presentaban oportunidades para entender lo que las redes alternativas alimentarias hacían para mantener el flujo de alimentos e intercambios comerciales.
“Ante la crisis, vimos que era necesario actuar. Veíamos que había cierres de restaurantes, de espacios mayoristas y mercados, y que ahí se iban a ver afectados productores. Había producción perecedera y una merma que se podía agudizar; los consumidores podían empezar a tener una dieta pobre y de bajo valor nutricional”.
Este proyecto, que tuvo una duración de seis meses, estuvo enfocado en los estados de Jalisco, Nayarit, Michoacán y Colima. Esta localización particular permite que este tipo de proyectos puedan escalar y ser replicados en otras regiones y ante otras contingencias medioambientales o sociales.
Los investigadores definieron a estas redes como un universo de productores, consumidores y promotores diversos.
“La riqueza de este proyecto está en la conformación de las redes, donde hay productores rurales y familiares, consumidores urbanos, promotores, cooperativistas y organizaciones que dicen: ‘pensemos una manera diferente de proveernos de alimentos y de alimentarnos’” agrega Leal.
Al mismo tiempo, como parte de la sistematización de este trabajo, el equipo clasificó a las redes en ocho categorías: Distribuidores y Consumidores, Huertos Urbanos, Grupos de Productores, Mercados y Tianguis, Producción familiar, Redes de Semillas, Sistemas Participativos de Garantía y Tiendas de productos orgánicos. Todos ellos, puntos de intercambio y encuentro.
“Con los mercados y tianguis, se les da un cierre y disminuye el flujo de personas. Estos espacios, además de que las personas van ahí para proveerse de alimentos, son espacios donde algunos los toman como sitios de convivencia también, suelen ir familias juntas a las compras donde se encuentran con otros, comen ahí mismo… Ante la dificultad, en la que no pueden permanecer ahí, no pueden ir las familias al igual que los productores”, comenta Rodrigo.
En este contexto, las alternativas estuvieron orientadas al mejoramiento de la oferta, la distribución y la sanidad de los alimentos. En otros casos, las iniciativas se fortalecieron mediante el uso de las tecnologías para favorecer las entregas, en medio de los cambios en las dinámicas.
Paulo Orozco destaca un elemento novedoso y poco usual en la investigación académica. “Salen también nuevas categorías a analizar, por ejemplo, la amistad como un elemento cohesionador de las iniciativas que por lo regular en la academia no se retoma mucho como una categoría organizativa, política”.
Para estos académicos, el alimento es un asunto de derecho y no sólo de un intercambio económico de productos.
Paulo aclara, “mucho de la lógica de este tipo de organizaciones o proyectos, es cambiar hábitos y formas de hacer las cosas, en este caso, de alimentarnos. La gente puede vincularse a estas iniciativas. Más que académicos o comerciantes, somos personas que comemos y que buscamos formas alternativas mejores de hacerlo”.
Los resultados de esta investigación están contenidos en diferentes productos como videos, infografías, manuales de buenas prácticas, trípticos y un sistema de información geográfica, los cuales pueden consultarse y descargarse en https://coincide.iteso.mx/web/coincide/realt