Dos años después de la gran marcha del 8M, y tras haber visto cómo la pandemia intensificó diversas formas de violencia contra las mujeres, además de que acentuó la desigualdad en el respeto a sus derechos, el feminismo se despabila hoy con muchos retos por delante 

8 de marzo de 2020. Miles de mujeres: jóvenes, maduras, viejas, proabortistas, monjas, madres, hermanas e hijas de mujeres asesinadas y personas desaparecidas toman la avenida Juárez, luego Vallarta, luego Chapultepec, hasta llegar a la Glorieta de los Desaparecidos, en Guadalajara. Sus reclamos, diversos al igual que ellas, parecen ir abriéndose paso a una velocidad nunca antes vista… Y luego, 10 días más tarde, el gobierno de Jalisco anuncia el cierre temporal de actividades. La covid-19 llegó para quedarse, como sabemos hoy. 

Desde entonces, los movimientos feministas locales han tenido avances y estancamientos. Eso opinan las doctoras Mariana Espeleta Olivera y Carmen Díaz Alba. Mariana forma parte del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, SJ (el CUDJ), de la Comisión para atender las violencias de género en el ITESO, y es coordinadora del Comité Interdireccional para la Igualdad de Género en esta universidad. Carmen pertenece al grupo académico del Departamento de Formación Humana (DFH). 

A decir de Espeleta, la pandemia activó y desactivó procesos de lucha por los derechos de las mujeres que apenas habían comenzado.  

Si bien no se tiene recuerdo de una marcha de mujeres tan numerosa y trepidante como la de hace dos años, el confinamiento que le siguió de inmediato aumentó las violencias contra miles de mujeres que se quedaron en casa y, al mismo tiempo, desactivó las relaciones presenciales y el activismo callejero. “No hemos vuelto a consolidar algo igual”.  

En el ITESO, añade, la pandemia tuvo efectos positivos y negativos. Por una parte, dio tiempo de preparar un regreso distinto a la presencialidad, con la consolidación de dos organismos fortalecidos —que ya existían antes de los encierros obligados por la covid—: la Comisión que atiende las violencias de género y el Comité Interdireccional, que articula políticas y acciones para la igualdad de género en la universidad. Una de las grandes ganancias es que estos equipos trabajan ahora de manera más articulada, lo que, junto con otras acciones, como el conjunto estructurado de materias sobre género, facilita procesos que antes no existían y fue necesario construir. 

Antes de la virtualidad, una demanda muy sentida de las universitarias eran las medidas contra el acoso sexual. En este tiempo, el ITESO se ha hecho cargo de atender esa exigencia, tanto en el papel como a través del diseño de reglamentos, cursos, grupos. Ése es uno de los avances. Y desde distintas partes de la comunidad también debieron de ocurrir procesos interesantes, porque este 2022 la agenda del 8 de Marzo está más nutrida que nunca.  

Con todos los logros, la comunidad universitaria del ITESO también enfrenta pendientes, admiten Mariana Espeleta y Carmen Díaz, pues, al igual que en otros espacios, aquí también existen formas de violencia normalizadas y difíciles de detectar entre quienes las padecen y las ejercen. Desde el punto de vista de ambas especialistas, una de ellas es la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres para acceder a puestos de decisión, aunque la universidad no es el único espacio donde esto ocurre, y hay importantes intentos de equilibrar esta situación. Otro ejemplo de violencia son las cotidianas expresiones sexistas, homofóbicas y transfóbicas.  

Carmen Díaz explica que, tanto entre quienes pertenecen a la universidad como entre quienes no, las formas de violencia más evidentes se pueden detectar y atender con más facilidad, lo cual no sucede con las actitudes y acciones que tienen relación con nuestra cultura, porque las vemos como parte de nuestra normalidad. 

Lo mismo ocurre con otras formas de desigualdad entre hombres y mujeres, que se hicieron más evidentes durante los confinamientos. Una de ellas consiste en el hecho de que los trabajos de cuidados recayeron de manera predominante sobre las mujeres, quienes en la mayoría de los casos se encargaron del cuidado de las infancias, las adolescencias y las personas enfermas, muchas veces poniendo en pausa sus ocupaciones productivas, afirma Mariana Espeleta. 

Paradójicamente, el regreso a la presencialidad también implica retos, señala la investigadora del CUDJ. “Ahora la orden es: ‘A ver cómo le hacen, regresen a trabajar ya’. Y justo porque en las mujeres se deposita el rol de cuidadoras, miles de ellas están entre la espada y la pared; es decir, entre mantener una fuente de ingresos o cuidar a sus hijos pequeños». 

Mientras esto ocurre, no se puede ignorar el hecho de que algunos feminismos locales cruzan por discusiones álgidas en torno a la inclusión (o la exclusión) de las personas trans. 

Ambas especialistas coinciden en que se trata de un debate menor, que incluso podría estar instigado por personas interesadas en disminuir la fuerza de los grupos feministas. Estos debates generan rupturas profundas y sólo sirven a los poderes fácticos, dice Espeleta, quien propone atender otros problemas, como la explotación de los cuerpos de las mujeres y las condiciones de desventaja que enfrentan cientos de miles de ellas en México: las empleadas domésticas, las mujeres indígenas, las que habitan las periferias de las ciudades y los territorios rurales. 

Carmen Díaz añade que cada mujer o grupo puede adoptar los planteamientos teóricos sobre el feminismo que mejor le sirvan para explicar su realidad, “pero, en términos del movimiento, no es estratégico que esa pluralidad de posiciones teóricas se traduzca en un enfrentamiento”. 

Recuerda que la discusión acerca de la exclusión o la inclusión de las personas trans es un debate urbano y de ciertos sectores sociales, y no es “EL debate” del feminismo. “No se parece a lo que intentan poner sobre la agenda las mujeres indígenas, las mujeres campesinas, las mujeres obreras, ni tiene sentido en la vida cotidiana de las que se oponen a la muerte y a la destrucción en un país como México. Los problemas de las mujeres son muy diversos, y necesitamos formas diversas de acción y de alianzas”.

8M, 8 datos* 

Violencias de Género 

  • Las mujeres invierten 2/3 de su tiempo vital en el trabajo no remunerado en los hogares. Los hombres dedican menos de 1/3 (https://bit.ly/35mIiSY).  
  • En 2019, el Foro Económico Mundial calculó que a las mujeres les faltan 99.5 años para que tengan el mismo acceso a los derechos que los hombres tienen. Tras la pandemia de covid-19, esta brecha aumentó a 135.6 años (https://bit.ly/3sKkT7b).

Desapariciones, tortura y ejecuciones de personas 

En México: 

  • 1 de cada 4 personas desaparecidas es mujer (https://bit.ly/3pzuZ8H). Jalisco, junto con otros 7 estados, concentra a 6 de cada 10 desaparecidas. 
  • En Jalisco, entre el 1 de marzo de 1964 y el 1 de marzo de 2022 hay 2 mil 668 niñas y mujeres desaparecidas. Las edades de 15, 16, 17 y 19 años son las de mayor riesgo (https://bit.ly/3sA10PM).

Seguridad y justicia 

En México: 

De los delitos sexuales (hostigamiento, intimidación sexual, manoseo, exhibicionismo, intento de violación y violación):  

  • La tasa de mujeres víctimas: 3 mil 140 por cada 100 mil habitantes. La tasa de hombres: 248 por cada 100 mil habitantes (https://bit.ly/35LvSUs). 
  • De las casi 222 mil 369 personas privadas de la libertad, 6% son mujeres; sin embargo: 
  • 50% de las mujeres no tiene una sentencia condenatoria; en Jalisco, esta cifra aumenta hasta 62% (https://bit.ly/3vykG8A). 40% de los hombres no tiene una sentencia condenatoria.

Agua y territorio

  • De los núcleos agrarios en México, sólo 1/4 está en manos de mujeres, según el Registro Nacional Agrario. Esta desigualdad puede obstaculizar los procesos de defensa del territorio ante el modelo extractivo. 

 

*Con información del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia Francisco Suárez, SJ 

FOTOS: Samantha Pantoja – Wikicommons y Luis Ponciano