El provincial de la Compañía de Jesús en México y el director del Servicio Jesuita a Migrantes en México y compartieron cómo los jesuitas acompañan a migrantes.
“El trabajo con personas migrantes es como meternos al infierno, por las historias que escuchamos todos los días”.
Arturo González, SJ, director del Servicio Jesuita a Migrantes en México, detalló los padecimientos que viven en este infierno: de cómo abandonan sus hogares huyendo de la violencia de su país o de sus calles, y cruzan por México acumulando más tragedias: 6 de cada 10 mujeres migrantes son violadas; 17% de las agresiones que reciben son por parte de las autoridades mexicanas y 3% de la seguridad privada de los trenes que abordan, con la esperanza de moverse más rápido.
Habló de la trata de niñas, niños y jóvenes; del ultraje a las personas migrantes de diversidad sexual, de la re-victimización por parte del Estado mexicano y la ausencia de información de sus derechos como posibles refugiados.
“Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, de las 400 mil personas que pasan por el territorio nacional, 150 mil tendrían derecho a protección internacional, es decir, pedir el estatus de refugiado en México; pero la gran mayoría de ellos no lo sabe”.
La charla del ciclo Pensamiento jesuita sobre la actualidad se centró este jueves 21 de septiembre en el frente jesuita pro migrante del sur al norte. La comunidad universitaria, congregada en el Auditorio D1, escuchó de Arturo González, SJ y de Francisco Magaña, SJ, provincial de la Compañía de Jesús en México, cómo acompañan a las personas migrantes en el país.
El Servicio Jesuita a Migrantes, explicó su director, se creó en 2011 para cubrir tres necesidades principales en México: ayuda humanitaria a personas en tránsito, formación para agentes de pastoral, y la creación de una red regional para su atención y acompañamiento. Además de la subregión que existe en Norteamérica y Centroamérica, la red se extiende al Cono Sur, Colombia y sus fronteras, y la del Caribe.
“La Compañía de Jesús nació en los caminos”, afirmó Francisco Magaña, SJ. “Entre Pamplona y Loyola, Loyola y Manresa, Manresa y Barcelona, Barcelona y Roma y Venecia… Ignacio solía firmarse como el peregrino”.
De esta manera, explicó, la migración ha estado presente en su misión; los jesuitas han sido peregrinos, misioneros, y han acompañado grandes flujos migratorios como pastores o ellos como exilia- dos. Y desde la Congregación General 32, en 1974, aparecieron los primeros atisbos de incluir la migración como tema prioritario, ya que ahí se reformuló la identidad de la Compañía como el servicio de la fe y la promoción de la justicia.
Los retos que tienen son enormes, se necesita, explicó Arturo González, SJ, “encaminar nuestra acción con firmeza por el respeto del otro, de la otra, del diferente, del extraño, del hermano, la hermana que va de paso o que llega para quedarse”.
“El Papa dijo: ‘A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia’”, explicó el provincial. “Por eso, aunque la Compañía no tiene una misión delimitada, en la migración hemos descubierto un lugar ‘privilegiado’ para amar y servir, buscar la mayor gloria de Dios, servir a las almas —es decir, a las personas—, y lo hemos querido hacer según tiempos, lugares y personas”.
“Desde esa cercanía amorosa vamos escuchando los gritos y clamores de las personas que más sufren en el mundo. En ese sufrimiento, Dios nos va hablan- do a servir”, reafirmó el director del Servicio Jesuita a Migrantes en México.