Tras la toma de Afganistán por parte del grupo rebelde Talibán, numerosas opiniones e imágenes desgarradoras han inundado las redes sociales y los medios de comunicación, reforzando la estigmatización hacia la comunidad musulmana del mundo y sin tomar en cuenta que la situación afgana es más compleja de lo que se exhibe en 280 caracteres
En los últimos días la opinión pública internacional se ha hecho eco de imágenes desgarradoras que muestran la desesperación de miles de personas impacientes por huir de Afganistán, después de que el grupo rebelde Talibán tomara la capital de ese país el pasado 15 de agosto. Imágenes de cientos de ciudadanos afganos – hombres, mujeres, niñas, ancianas – corriendo al lado de un enorme avión militar estadounidense, detonaron el asombro y la conmoción internacional.
Pero, después del frenesí de opiniones e imágenes que inundaron las redes sociales y los medios de comunicación, vale la pena hacer una pausa y revisar qué es lo hay detrás de estos hechos.
Estados Unidos, el gran autor del desastre
Veinte años después, ha concluido la ocupación estadounidense en Afganistán como consecuencia de un proceso de negociación entre Estados Unidos y los talibanes impulsado por el ex presidente Donald Trump y refrendado por el actual presidente, Joe Biden, que culminó con el Acuerdo de Doha en febrero del 2020, en el que se estableció la retirada de las tropas estadounidenses a cambio del cese al fuego por parte de los talibanes, pero, sobre todo, la garantía de que la salida de Estados Unidos sería armoniosa y sin enfrentamientos – tal como ha sucedido, al menos al cierre de esta edición, en la que no hemos encontrado reportes de enfrentamientos entre talibanes y estadounidenses – .
Catorce meses después y 15 días antes de la fecha acordada para la salida total de los estadounidenses, los talibanes llegaban a Kabul, mientras que el presidente afgano Ashraf Ghani huía hacía Emiratos Árabes Unidos, lo que detonó el desmoronamiento inmediato del gobierno sostenido por Washington en los últimos años, dejando la puerta abierta a que los talibanes volvieran a tomar el control del país, como ya lo habían hecho de 1996 a 2001.
En un primer momento, el silencio del primer mandatario estadounidense pasó desapercibido, frente a la indignación mediática por el futuro incierto de un país azotado por la guerra y el hambre. Mientras los líderes europeos encendían las alarmas por una temida nueva ola de refugiados, los talibanes tomaron el control del gobierno y comenzaron a dar comunicados sobre sus poco claros planes para el futuro de Afganistán.
Suhail Shaheen, en entrevista con la BBC como portavoz del Talibán, aseguró que esperan una transición pacífica del gobierno y que inclusive invitarían a que las mujeres formen parte de su estructura de gobierno, siempre dentro del marco normativo de la interpretación talibán de la ley islámica. Es en este punto en donde se abre el abismo de la duda por el futuro que espera a las mujeres afganas, que sin lugar a dudas son la población más vulnerable frente a este escenario.
Pero no solo los talibanes han hecho sus declaraciones, también el gobierno norteamericano ha tenido una serie de comunicados, e inclusive el presidente Biden ha participado en entrevistas que cuestionan esa salida/derrota de las tropas norteamericanas. Frente a ello, la postura oficial del gobierno refleja un intento por cambiar la visión que se tiene de la lucha contra el terrorismo. Biden ha declarado que era imposible encontrar el momento ideal para retirarse. Trasladó la responsabilidad del desmoronamiento de las instituciones afganas a los políticos que huyeron en cuanto vieron acercarse a los talibanes, y afirmó que era imposible defender un país que no pretendía defenderse a sí mismo, en un intento por difuminar la idea de la derrota en la opinión pública norteamericana, que no tardó mucho en comparar la situación con la derrota de Vietnam.
Sin embargo, la posición de Estados Unidos en el sistema de política internacional actual no es la misma que hace 20 años, y este hecho impacta directamente a sus relaciones con sus aliados en Medio Oriente – Israel y Arabia Saudí -, quienes temen que el vacío generado por la retirada sea ocupado por otras fuerzas como las iraníes, las rusas o inclusive las chinas. Y al respecto, Afganistán tiene un panorama con pocas opciones, pues la Unión Europea ha empezado a anunciar el fin de los apoyos económicos al país, así como el Fondo Monetario Internacional ha cancelado el financiamiento a ese país. Los talibanes necesitarán recursos para echar a andar su proyecto y seguramente tocarán las puertas de sus vecinos para estrechar alianzas.
De hecho, China ya ha reconocido que podría abrir el diálogo con los talibanes; recordemos que Afganistán es un país rico en minerales necesarios para la producción industrial china. Y ni que decir de la gran oportunidad geopolítica que esto representa para China, toda vez que Estados Unidos retira su presencia militar de la frontera norte del país oriental. Por su parte, Rusia tendría oportunidades similares para llenar el vacío de influencia militar y económica de Estados Unidos en la región. Así, este hecho podría ser un golpe más a la hegemonía norteamericana; no por nada ha vuelto a surgir la idea de Afganistán como Tumba de los Imperios, haciendo alusión a las consecuencias de las derrotas vividas ahí por los macedonios, los británicos y los soviéticos.
El fantasma del burka y las lapidaciones
Por otro lado, el recuerdo de aquellas imágenes que hace 20 años nos estremecieron, en las que se mostraban lapidaciones y castigos físicos públicos a mujeres, encendió las alarmas y el escepticismo frente a las declaraciones de Shaheen, respecto de la “nueva visión” de los talibanes para el rol de las mujeres en sociedad. Y es este punto sobre el que más se ha reaccionado. Por ejemplo, Jacinda Ardern, presidenta de Nueva Zelanda, hizo un llamado al grupo rebelde a respetar el derecho a la educación de las niñas y garantizar la libertad de las mujeres en el país centroafricano.
Si bien no se debe quitar la mira de esta delicada y preocupante situación, sí se debe reconocer que ni Afganistán ni sus mujeres y niñas están en la misma situación que hace 20 años. Ya lo señaló Tomas L. Friedman en su columna del 16 de agosto en el New York Times, la telefonía móvil y los teléfonos inteligentes son una herramienta que hace más difícil ocultar los abusos de un régimen. Y como ejemplo cita los acontecimientos de la Primavera Árabe, que no se hubiera gestado sin la ayuda de la telefonía móvil. Además, estos 20 años han servido para abrir la educación a generaciones de mujeres que se encontrarían en una posición distinta para enfrentar una transformación de sus condiciones sociales, concluye Friedman.
En esta misma línea, habría que rescatar algo de lo que se ha aprendido en estos 20 años de guerra contra el terrorismo, y que parece no ser tan obvio cuando revisamos la cascada de comentarios que se depositan en las redes sociales cada segundo y a las que se ha reducido el debate popular en torno a Afganistán: el terrorismo y el extremismo no son sinónimo del islam.
Lamentablemente, la falsa y funesta asociación entre terrorismo e islam sigue ahí en nuestra memoria, y en tiempos radicales como los que vivimos – como el ascenso y fortaleza del conservadurismo populista, en Polonia, Hungría, Rusia, y el propio Estados Unidos – es importante ser prudentes al momento de depositar opiniones en un espacio en el que después no tendremos lugar para repararlas, pero, sobre todo, reconocer que la realidad no puede reducirse a enunciados de 280 caracteres.
Si alguien ha perdido en esta guerra ha sido la comunidad musulmana del mundo, a la que se ha estigmatizado y juzgado a partir de prejuicios e imágenes descontextualizadas. La situación afgana es mucho más compleja de lo que aparenta. Detrás de los talibanes no solo hay un deseo por instaurar la Sharia (ley islámica,) también hay una historia de colonización, ocupación, resistencia y competencia entre potencias por controlar la zona. Y es que los acontecimientos de la semana pasada en Afganistán nos sitúan en un extraño déjà vu de otra época, la Guerra Fría, en la que dos súper potencias competían por la supremacía ideológica, y que durante 30 años se ha creído superada por la consolidación de una hegemonía, que hace unos pocos días se retiraba silenciosa del mismo lugar en el que perdió su última batalla el más grande enemigo que jamás haya tenido.
FOTO: Reuters