Pocas personas escapan al influjo de las redes sociales y muchas son las que, cada vez más, se cuestionan sobre cómo aumentar el nivel de conciencia en estos entornos. La clave puede encontrarse en, desde nuestra dimensión espiritual, emplearlas para la construcción del bien común

La llamada “molécula de la recompensa” no es otra cosa que la dopamina, un neurotransmisor que se libera después de algunas acciones humanas como besar, abrazar, hacer ejercicio o lograr alguna meta (Enríquez, 2015). Algo similar ocurre cuando recibimos un like o comentario, entre otras acciones, dentro de una red sociodigital (Facebook, Instagram, Twitter, LinkedIn, etc.). Estos mecanismos ayudan a engancharnos a dichos medios, pero ¿qué ocurre con las relaciones que entablamos con otros usuarios? ¿Formamos realmente vínculos?  

Una de cada dos personas en el mundo utiliza, por lo menos, una red social. La firma We are Social Hootsuite [1] (Islas, 2021) menciona que las principales razones para usarlas son: Mantenerse informado de eventos y noticias, encontrar diversión y entretenimiento, y llenar el tiempo libre. En México, en 2021 se registran 100 millones de usuarios activos de redes sociodigitales, los cuales destinan, en promedio, 3 horas con 27 minutos al día en estos servicios [2]. ¿Qué nos lleva a dedicar este tiempo, qué encontramos en esos espacios que llevan al usuario a pasar horas frente al computador o el celular? ¿Qué dice de nosotros que su uso primordial lo restringimos a informarnos y entretenernos?

¿Generadores de vínculos o distracción? 

“Las redes sociales están diseñadas para exprimir las vulnerabilidades del yo”, afirma Geert Lovink – teórico de medios y fundador del Instituto de Culturas de la Red en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam -, no son herramientas para crear vínculos ni para hacer cosas en conjunto; están pensadas para que no las dejemos, que seamos dependientes y nos adentremos en un flujo continuo de contenidos efímeros, tanto de la esfera personal como noticias de interés público, para aislarnos y generar emociones como la ira, la tristeza y la melancolía (Pérez, 2021). 

El diseño de las redes sociales más conocidas, provenientes de Silicon Valley, responde a intereses basados en las leyes del mercado y el pensamiento instrumental. Francesc Torralba (2012) señala que “el ciudadano de la era digital (…) se ha convertido en consumidor y, a la vez, como dice el filósofo alemán Günther Anders, en un eremita de la masa, sometido a las técnicas de la diversión que le impiden permanecer silencioso consigo mismo o ante la realidad que contempla”. Torralba añade que una profunda falta de unidad en la persona la lleva a huir al entretenimiento. 

De la “inteligencia en dispositivos” a la inteligencia espiritual 

Se habla de smartphones, de sistemas inteligentes, de inteligencia artificial; sin embargo, ¿qué ocurre con la inteligencia de las personas que usamos la tecnología? Y no sólo aquella que nos habilita para usar dispositivos, para leer o producir información. Nos referimos a una inteligencia que nos ayude a “desengancharnos” de los entornos que disponen las grandes empresas tecnológicas, que nos aliena y nos lleva a evadirnos de nosotros mismos y de la realidad de nuestros entornos, de manera que nos permita resolver esa falta de unidad personal, que nos impulse a la creación de vínculos profundos con las y los otros: la inteligencia espiritual. 

Torralba (2013) dice que la inteligencia espiritual nos faculta para preguntar por el sentido de la existencia, para tomar distancia de la realidad, para elaborar proyectos de vida, para trascender la materialidad, para interpretar símbolos y comprender sabidurías de vida”. Y como toda inteligencia (lingüística, emocional, interpersonal, etc.) debe ser puesta en práctica para su desarrollo. 

Más que un conjunto de herramientas, la tecnología y los medios digitales constituyen un ambiente integrado en nuestra vida, por lo tanto, también nos presenta la oportunidad de ejercitar nuestra inteligencia espiritual. Una primera vía es a través de la desconexión y la práctica del silencio. “Resulta esencial separarse del mundo, refugiarse del mundanal ruido, visitar el silencio y sumergirse en ese estado de vida tan necesario para el equilibrio entre exterioridad e interioridad” (Torralba, 2013), explica el teólogo y filósofo catalán. Apagar el dispositivo puede parecer un reto, y más por la intolerancia al silencio que impera en nuestra cultura; pero esta acción debe ser consciente y con la intención de alimentar el gusto por el silencio interior. La experiencia del silencio colma el interior de la persona de poder espiritual, de un poder que imprime paz o desazón y que permite afrontar todas las circunstancias de la vida con otra luz, con otra perspectiva (Torralba, 2013).  

Este alejamiento, este silenciarnos internamente y de manera consciente nos permite ver de forma diferente aquello a lo que nos enfrentamos en las redes. Podemos estar más atentos a lo que nos ocurre internamente cuando surge la “necesidad de conectarnos”, de usar el dispositivo; a identificar qué emociones experimentamos cuando navegamos, en qué se fija nuestra atención, qué es lo que expresamos y por qué. ¿Las simplificaciones iconográficas como el “me gusta”, “me enoja”, “me encanta”, etc., reflejan realmente mi estado interno? ¿Puedo generar formas alternativas de interacción? ¿puede ayudarme a encontrar y fortalecer mi identidad personal? 

Durante esta dinámica de conexión-desconexión podemos aplicar otro de los medios para el cultivo espiritual: la contemplación espiritual. Torralba (2013) explica que la contemplación “no es la mera visión, tampoco es la observación. Es ser receptivo a la realidad, ensanchar al máximo los poros de la sensibilidad para captar el latido de la realidad exterior, para conectar con lo que se oculta en ella, con ese trasfondo invisible a los ojos”. 

Las redes son de seres humanos 

La tecnología ha transformado la forma de relacionarnos, por lo tanto, es necesario reflexionar sobre quién es nuestro prójimo en estos entornos. Antonio Spadaro (2014) menciona que el concepto de “prójimo” está ligado a la proximidad, a la vecindad espacial. En la vida digital se da la fractura de la proximidad, pues la mediación tecnológica hace que esté “cercano” aquel que está “conectado” con nosotros, y corremos el riesgo de sentir “lejano” a quien viva cerca, pero que no esté en la misma red. ¿Qué tanto vivimos una verdadera y profunda relación con nuestros “amigos” y “amigas” digitales? Spadaro añade que hacer amistades en tiempos de la red significa confrontar mayores posibilidades de tener contactos, pero también requiere una mayor concienciación de la intensidad y de la profundidad posible en una relación humana, ‘encarnada’”. 

Estos espacios virtuales también nos posibilitan el ejercicio de la solidaridad, podemos servir y brindar apoyo o compañía a quien lo necesita, además de que existen un sinfín de causas sociales a lo largo y ancho de internet; sin embargo, ser solidarios va más allá de la acción y el pragmatismo, es una experiencia espiritual de profunda unión con el ser del otro (Torralba, 2013). 

Las capacidades de las redes sociodigitales, como toda tecnología, corresponden tanto a deseos como a miedos profundos del ser humano (Spadaro, 2014). La práctica de la inteligencia espiritual nos permite aumentar el nivel de conciencia en estos entornos, a partir del autoconocimiento y el trabajo interior, para ayudarnos a no ser dependientes y vencer el aislamiento. Si bien hay un diseño determinado, al atender nuestra dimensión espiritual podemos usar estos medios para la construcción de redes de seres humanos que compartan fortalezas y fragilidades, más allá de un avatar o identidad virtual, para la construcción del bien común.

Bibliografía 

Enríquez, C. (2015) Las redes sociales afectan al cerebro igual que un beso. Ciudad de México: Forbes México. Recuperado de https://www.forbes.com.mx/las-redes-sociales-afectan-al-cerebro-igual-que-un-beso/ 

Islas, O. (2021) Internet y redes sociodigitales en 2021. Ciudad de México: Proceso. Recuperado de https://www.proceso.com.mx/opinion/2021/2/10/internet-redes-sociodigitales-en-2021-258050.html 

Pérez, S. (2021) Geert Lovink: “Las redes sociales están diseñadas para producir tristeza y ansiedad”. Barcelona: La Vanguardia. Recuperado de https://www.lavanguardia.com/tecnologia/20210725/7619694/geert-lovink-redes-sociales-disenadas-tristeza-ansiedad.html 

Spadaro, A. (2014). Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red. Barcelona: Herder. 

Torralba, F. (2012). Vida espiritual en la sociedad digital. Lleida: Milenio. 

Torralba, F. (2013). Cuadernos formativos. El cultivo de la inteligencia espiritual. Vitoria-Gasteiz: Delegación Diocesana de Pastoral con Jóvenes.

[1] https://wearesocial.com/digital-2021  

2 Tomado de: https://www.reforma.com/aumentan-12-usuarios-de-redes-sociales-en-mexico/ar2125838