La clave del acompañamiento, en palabras de San Ignacio de Loyola, está en la conversación. ¿Cómo insertar este proceso en la pedagogía de las universidades jesuitas, para que profesoras y profesores lo compartan con su alumnado?

“¿Cómo le hacemos para que el primer ambiente de la entrada a la universidad, en vez de fomentar una situación estresante, fomente una situación fundante?”

Esta fue una de las preguntas que lanzó Pedro Reyes Linares, SJ, asistente para la formación de los jesuitas de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, durante el diálogo “Acompañamiento, clave de la pedagogía ignaciana”. Esta charla fue parte del ciclo Pensamiento jesuita de la universidad, organizado por el Centro Universitario Ignaciano.

Con la participación como moderadora de Wendy Escárcega García de León, del Centro de Aprendizaje en Red del ITESO, Pedro dio en el Auditorio W, el jueves 20 de abril, algunas claves de cómo realizar el acompañamiento a los alumnos desde la experiencia de San Ignacio de Loyola.

Para Ignacio, dijo el jesuita, la clave está en la conversación. Ahí se hallarán los modos más propicios de guiar a las personas. Lo fundamental para quien guíe el acompañamiento es formar subyecto, o sea, la persona que es capaz de hacer los Ejercicios Espirituales.

El modelo de acompañamiento propuesto consta de tres características:

1) Que el subyecto sea capaz de distinguir sus propios sentimientos, distinguir la situación en la que se encuentra y saber cómo le afecta su mundo interior.

2) Que el subyecto sepa captar los diferentes sentidos que tiene su propio movimiento interno. Estos indican hacia dónde es que nuestra vida puede ir.

3) Que el subyecto pueda discernir entre diferentes sentidos cuáles de ellos están en construcción de su vida y cuáles la destruyen para tener clara una línea de crecimiento deseable.

“Afortunadamente”, dice el también Maestro en Filosofía Social, “muchos profesores llevan de manera natural la práctica del acompa- ñamiento, aunque a veces lo hacen en sus ratos libres o entre clases. Lo cierto es que en el ITESO esa vocación de acompañamiento no es una cosa extraña”.

El también profesor del Departamento de Filosofía y Humanidades explicó que ya que se tiene un espacio óptimo tanto para el que da como para el que recibe el acompañamiento, se recoge y analiza el fruto, o como lo llamaba San Ignacio: los bienes. Estos se construyen de tres maneras:

1) Bienes de liberación: son los que han desencadenado nuestra manera de pensar, de sentir, de escuchar, que nos hacen más capaces y abiertos, dispuestos a conocer la voluntad de Dios en todas las cosas y a seguirlo.

2) Bienes de iluminación: nos dan la capacidad de conocer en qué mundo se está parado y hallar el “eureka” de las cosas. Aquí, la persona “entiende que entendió” y los compañeros se vuelven buenos acompañantes.

3) Bienes particulares: es aquello que nuestra propia personalidad va dando para formar comunión con los demás y que el camino se puede realizar en compañía.

Para finalizar su conversación, el jesuita dijo que todo acompañamiento necesita tiempo y espacio suficiente para que se haga un proceso reflexivo de ambas partes. “Si los profesores no reflexionamos, no podremos transmitir a los estudiantes la necesidad de reflexión”.