Para algunas tradiciones religiosas, el cuerpo ha sido visto como un ‘obstáculo para la salvación’, para lo sublime y lo espiritual; para el cristianismo, el cuerpo es central. La autora nos invita a cuidarlo para continuar experimentando la Creación desde el asombro y la reverencia a los templos que somos
Apesar de que en las raíces de diversas tradiciones religiosas encontramos una valoración positiva del cuerpo, inseparable de la dimensión espiritual que es constitutiva a toda persona, parece ser que prevalece una mala interpretación sobre el tema.
Como resonancia de algunas corrientes filosóficas como el platonismo que concebía al cuerpo, lo carnal, como culpable de todos los males, corruptible y cárcel del espíritu, en las y los creyentes ha tenido profundas marcas la concepción de una espiritualidad alejada de lo material y lo humano. Pareciera que la espera en una vida nueva después de que este cuerpo perece ha desdibujado, o le ha quitado importancia, al Reino de Dios como realidad actuante aquí y ahora, en este cuerpo individual y colectivo.
Raimon Panikkar, filósofo y teólogo catalán de ascendencia hindú, conocedor de diversas tradiciones religiosas, señala que en la historia de la humanidad hemos tenido dos vicios sobre el cuerpo: el desprecio y el abandono. Desprecio porque el cuerpo se ha considerado un “obstáculo para la salvación[1]”, un obstáculo para las cosas sublimes y espirituales; y abandono porque, frente a este obstáculo que ha representado el cuerpo, pareciera mejor ignorar todo lo relativo a él e ignorar sus necesidades, su naturaleza, etcétera.
“es por el cuerpo que el Verbo de Dios viene hacia nosotros […] Él ha venido a nosotros con nuestro cuerpo. He aquí que nosotros podemos ir a Él con el nuestro, consubstancial al suyo […]Es el cuerpo el que se asemeja a Dios en el relato del Génesis, y no en primer lugar el alma”[2].
Lo anterior ha sido poco sopesado por los y las creyentes en la tradición católica occidental.
Se ha dicho que hay que controlar y calmar las sensaciones y las emociones para que no nos dominen, pero ese supuesto ha provocado que seamos sociedades analfabetas afectivamente. La psicología vendrá a afirmar que, nombrando, aceptando y sintiendo las emociones, es como podemos realmente decidir qué hacer con ellas. De otro modo, vamos inconscientemente reaccionando sólo desde la represión, dinámica que no contribuye a nuestra salud ni a una buena convivencia.
En el cristianismo, el cuerpo es central, por eso Raimon Panikkar considera que “La religión cristiana es la religión del cuerpo por antonomasia”[3]. Dios se encarna, Jesús cura, toca, siente y es criticado por la manera de acercarse a mujeres, enfermos y toda clase de personas estigmatizadas. Por eso Adolphe Gesché afirma que “prestar atención al cuerpo del otro es prestar atención al cuerpo de Cristo” y es así como nos convertimos en el cuerpo eucarístico. Somos el cuerpo de Dios. Al final, todas y todos, un solo cuerpo.
Espiritualidad ignaciana y corporalidad
Una de las fotografías más conocidas de Padre Pedro Arrupe, sacerdote jesuita quien fungió como Padre General de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983, es en la que se le observa haciendo oración en una postura de meditación: sin zapatos, sentado sobre sus tobillos, con la cabeza inclinada y las manos sobre el regazo.
La Compañía de Jesús se ha caracterizado por “estar en el mundo” e intentar estar “donde más se necesita o donde otros no están”. Este estar en el mundo ha llevado a muchos jesuitas, así como a muchas otras personas, a inculturarse de tal modo que han podido poner en diálogo la fe cristiana con la cultura en la que están inmersos. Tal es el caso de quienes han estado en misiones con otras tradiciones religiosas, como el Padre Arrupe en Japón o los jesuitas que han trabajado con algunos pueblos originarios. El encuentro entre las y los cristianos con personas de otras culturas ha permitido revalorar y enriquecer la consideración del cuerpo en la perspectiva espiritual. Es el caso, por ejemplo, de las celebraciones eucarísticas en territorios indígenas, en las cuales el movimiento corporal se incluye en el ritual.
En el libro Humanismo Ignaciano, una espiritualidad dinámica para el siglo XXI[4], Ronald Modras, profesor de teología en Estados Unidos, hace un recorrido por los fundamentos de la Espiritualidad Ignaciana evidenciando su pertinencia en nuestros tiempos y hace también un repaso de algunos jesuitas que han sido clave en cuanto a su propuesta humanista. De entre quienes escribieron al respecto, destacan Teilhard de Chardin y Karl Rahner. El siguiente fragmento del ensayo “El corazón de la materia” del Padre Teilhard ilustra magistralmente la integración de lo corporal y material en la visión espiritual:
Hijo de la tierra, empínate en el mar de la materia,
báñate en sus ardientes aguas, porque él es la fuente de tu vida y juventud.
¿Pensabas que podrías lograrlo sin él, porque el poder del pensamiento ha sido encendido en ti? ¿Esperabas que entre más tajantemente rechazaras lo tangible, más cerca estarías al espíritu: que serías más divino si vivieras en el mundo del pensamiento puro o, al menos, más angelical si huyeras de lo corporal?
Bien, pues hubieras muerto de hambre. Necesitas aceite para tus extremidades,
sangre para tus venas, agua para tu alma, el mundo de la realidad para tu intelecto:
¿te das cuenta ahora de que la ley de tu propia naturaleza hace de esto una necesidad para ti?
(De El corazón de la materia, citado por Modras.)
La espiritualidad, como dimensión que nos mantiene en la búsqueda del sentido de las prácticas cotidianas y del sentido fundamental de nuestra existencia, nos ayuda a cultivar actitudes de reverencia y asombro ante la Creación, a la cual nos lleva a reconocernos y experimentarnos re-ligados, de la cual tenemos la primera experiencia a través del cuerpo. Que la manera en la que nos habitamos sea cada vez más reverencial, permitiéndonos cuidarnos y relacionarnos desde el asombro y la reverencia a los templos que somos.
Pedro Arrupe, SJ. [Foto tomada de http://jesuitasaru.org/]
BIBLIOGRAFÍA
[1]Raimon Panikkar, “Religión y Cuerpo” en Estética y Religión. El discurso del cuerpo y los sentidos, Er, Revista de Filosofía, España, 1998.
[2] Adolphe Gesché, “La invención cristiana del cuerpo” en Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu, Universidad de San Buenaventura, Colombia, Volumen LVI, No. 162, 2014.
[3] Raimon Panikkar, “Religión y Cuerpo” en Estética y Religión. El discurso del cuerpo y los sentidos. Editores: Amador Vega, Juan Antonio Rodríguez Tous y Raquel Bousto, Er, Revista de Filosofía en colaboración con el Institut Universitari de Cultura (Universitat Pompeu Fabra), España, 1998.
[4] Ronald Modras, Humanismo Ignaciano. Una espiritualidad para el siglo XXI, Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, 2012.
Cierto es que cuando uno experimenta en los planos de la materia, lo hace con un cuerpo. Éste sirve en principio para experimentarse, pero también como «medio de comunicación» del espíritu que somos más allá de esta experiencia. Se eleva la consciencia en este plano utilizando al cuerpo, a través de la respiración, del sonido, de las posiciones corporales, del silencio interno… No es posible en este plano, acceder a niveles superiores de consciencia si no es utilizando el cuerpo que somos aquí.
Sin embargo, no hay que perder de vista que una cosa es utilizar al cuerpo como vehículo en la materia, y otra entenderse sólo como un cuerpo. El cuerpo es perecedero, el espíritu es inmortal. El cuerpo es vulnerable, el espíritu no lo es. Dios es espíritu, no cuerpo. Cosa distinta es que ese espíritu decida encarnarse, como en el caso de Jesús. Entonces, si somos creados por Dios que es espíritu, somos en esencia Espíritu eterno e invulnerable, experimentando los planos de la materia en un cuerpo.