Este texto, escrito por el padre Rector para celebrar el Domingo de Pascua de hace apenas unos días, nos permite abrir un nuevo espacio en CRUCE para el ejercicio de la meditación espiritual en el confinamiento.
Estos días son idóneos para la reflexión: celebramos la Pascua de Jesús en medio de una jornada de permanencia en casa para mitigar la propagación del Covid-19.
Confinados para cuidarse de la crueldad política y religiosa que provocó la muerte de Jesús, sus seguidores buscaban, llenos de temor, señales de esperanza. Una mujer, María, de Magdala, busca en el sepulcro y se desconcierta por no saber dónde han puesto a quien buscaba. Sabe que no puede sola con esto y corre para comunicar su pesar. La comunidad, a su vez, responde volviendo a la tumba en cuyo interior están los lienzos que despiertan su fe, por la cual experimentan que la vida se levanta sobre la muerte.
La misma experiencia se narra en otros episodios donde destaca un llamado constante: no tengan miedo, vayan, cuenten lo que han visto y animen a quienes tienen desaliento. Al narrar su propia experiencia, al ponerla en común, descubren que desde el momento en que han abierto su casa para compartir el pan con quienes están decaídos, su corazón arde.
El temor, la incertidumbre o el cinismo escéptico generados por la expansión de la pandemia pueden acentuarse si la distancia social se convierte en un pretexto para hacer avanzar los propios intereses. Por el contrario, podríamos optar por la vida si ante los signos del dolor y la vulnerabilidad nos acercamos para apoyarnos mutuamente a adoptar medidas que eviten el desastre.
Los relatos de la resurrección de Jesús se alejan del tono triunfalista y majestuoso. Lejos de la venganza y de la revancha nos invitan a buscar la vida donde ella está: donde nos reunimos para cuidarla, en la vivencia comunitaria del amor que se expresa en obras y gestos que traducen las palabras. En estos momentos, los gestos deben llevarnos a no exponer a las personas y a no colocar los grandes intereses económicos o políticos sobre los de nuestras sociedades azotadas por la violencia y la desigualdad. Es una ocasión oportuna para ejercer lo que Ignacio de Loyola llamó el oficio de consolar, “comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros”. Que así sea para todas y todos.