En principio la meditación nos ayuda a mantener nuestra atención en el presente para tomar el control de nuestras emociones y no sucumbir ante ellas. ¿Cómo es que esta práctica nos permite despertar o fortalecer el espíritu para captar la divinidad?

 

Hoy en día es común oír hablar sobre meditación. No hace falta buscar mucho para encontrar una gran diversidad de prácticas, libros que hablan de múltiples técnicas, y con la revolución tecnológica, basta escribir la palabra meditación en nuestro celular o computadora para encontrar una enorme cantidad de aplicaciones que pretenden ayudarnos a desarrollar una práctica exitosa.  

Aun así, al inicio del semestre, en mi clase de Autoconciencia y Meditación, cuando pregunto a mis alumnos ¿para qué sirve meditar?, suelo recibir respuestas vagas y limitadas. La respuesta más común es que la meditación sirve para relajarse. Si bien hay algunas técnicas que son excelentes para esto, quien piensa que este es el fin último de la meditación está lejos de comprender su verdadero potencial. La meditación puede ir mucho más allá. Si nos abrimos a las posibilidades que nos brinda, nos daremos cuenta que nos ofrece un camino privilegiado para el despertar y el desarrollo espiritual. 

Para entender el verdadero potencial de la meditación considero que es importante hablar primero de los dos pilares sobre los que se sustenta: la atención y la ecuanimidad. La capacidad de mantener nuestra atención fija en el presente y centrada en aquello que realizamos, nos ayuda a actuar eficientemente en el día a día; mientras que la ecuanimidad, nos permite tomar control de nuestras emociones para no dejarnos arrastrar por ellas.  

Estos dos elementos, la atención y la ecuanimidad, son útiles en casi cualquier momento de nuestra vida. Por ejemplo: Cuando Messi o Cristiano Ronaldo, hacen alguna jugada espectacular, necesariamente se encuentran plantados firmemente en el momento presente, y su atención se encuentra completamente enfocada. También deben permanecer ecuánimes, para que el hecho de ser observados por millones de aficionados, o bien la preocupación por sus problemas personales, no los saquen de su centro. 

Los beneficios de fortalecer nuestra capacidad de atención y de ecuanimidad resultan evidentes, pero ¿cómo es que su práctica a través de la meditación nos abre las puertas de un despertar o fortalecimiento espiritual? 

Al meditar, la concentración y ecuanimidad, nos ayuda a ver las cosas con mayor claridad. Poco a poco nos percatamos de cuestiones que simplemente no podíamos ver en nosotros mismos y de ilusiones que distorsionan nuestra visión del mundo y de la realidad. Si bien, este proceso de encuentro con el entorno suele ser duro, también nos permite abrir gradualmente los ojos del espíritu para comenzar a captar la mano divina en todo lo que nos rodea.  

Pongo un ejemplo para explicar este punto. En mi clase suelo poner un ejercicio en el que a partir de videos del micro y macrocosmos muestro la infinita complejidad del universo, de los ecosistemas, e incluso de las células. Es común que después de esto, mis alumnos expresen su ansiedad y sensación de fragilidad ante un mundo inabarcable. Inmediatamente después, salimos a algún jardín de la universidad y realizamos ejercicios de meditación, luego les pido que abran los ojos y que simplemente se pongan a observar en silencio su entorno. Cuando termina el ejercicio, los comentarios suelen ser unánimes; por una parte, se muestran impresionados por la complejidad de aquello que observaron, pero por la otra, sienten una profunda paz interior.    

¿Cómo es qué mediante la meditación se da este paso de la ansiedad a la profunda paz interior? 

La meditación nos enseña a interiorizar, generando una mayor consciencia de nuestra propia persona y de donde nos encontramos ubicados. Este proceso de concientización posibilita la conexión con aquello que nos supera, con aquello que es mayor que nosotros y que nuestra comprensión, resultando en una profunda sensación de paz y serenidad; pero lo más importante es que esta conexión también nos permite salir de nosotros mismos, para ir hacia lo otro, religándonos con los demás seres humanos, con la realidad, con el universo y, consecuentemente, con Dios. Es así como la práctica asidua de la meditación va transformando nuestra vida al permitirnos hacernos conscientes del Espíritu en nosotros y en todo lo que nos rodea. Dicho en la tónica del pensamiento de Teilhard de Chardin, nos damos cuenta que somos transparentes a Dios, quien con su amor infinito todo lo inunda. 

José Antonio García, S.J., explicando lo dicho por Karl Rahner sobre los “tres acentos que habrá de tener una espiritualidad cristiana para hoy”, escribe que todo cristiano debe buscar “una relación personal e inmediata con Dios” y luego continua “() el cristiano del futuro será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano”. Siguiendo con esta línea, la meditación nos ofrece un magnífico camino para la experiencia espiritual y la maduración de nuestra fe, ya que nos permite abrir los ojos del espíritu para sentir y experimentar el amor de Dios, que nos impulsa a salir de nosotros para vivir conscientes de nuestra religación con la realidad, el mundo y los demás. 

Por esto, en el contexto de un mundo paralizado por la pandemia, desde el Centro Universitario Ignaciano decidimos iniciar un taller de meditación espiritual, en el que buscamos la formación de una comunidad de meditadores que avancen en su desarrollo espiritual, desde la fe cristiana, y que esto favorezca su corresponsabilidad con los otros y con nuestra casa común. 

La meditación espiritual nos impulsa, en esta etapa de incertidumbre, a trabajar en el desarrollo de nuestra inteligencia espiritual para superar nuestros miedos y limitaciones, aun cuando continuemos en nuestro ser necesitado, limitado y falible. La práctica de la meditación puede abrirnos la puerta a una vida más plena, cuando pase la crisis. Podremos volver la vista atrás y agradecer a esta difícil etapa la oportunidad de encender nuestra mirada interior para tener la capacidad de contemplar al Espíritu (con mayúscula) en nosotros y en todo lo que nos rodea.