Gabriela Ortiz Michel, profesora del ITESO, destaca que con las tecnologías de información se crean prácticas de trabajo y de aprendizaje que contribuyen a la disminución de los traslados físicos.

POR GABRIELA ORTIZ MICHEL
Profesora de la Coordinación de Innovación,
Desarrollo y Exploración Académica (CIDEA)

En estos días, ante el desabasto de gasolina y la estrategia federal contra el huachicoleo, hemos ejercido muy claramente nuestras habilidades para colaborar en red y en la red.

Estamos conectados preguntándonos unos a otros, pasándonos información diversa, dónde hay fila para cargar gas o cómo va el proceso federal. Nos solidarizamos con la persona que está aburrida en la fila y nos cuenta sus anécdotas por chat, estamos con ella a la distancia. Compartimos, circulamos memes, nos enojamos, analizamos la política y las políticas.

Es cierto que la necesidad compartida por muchos es la que más nos conecta: ¿dónde hay gasolina?

Se han abierto muchos chats, generales y por zonas, para pasar tips; se nos avisa que Google y Waze tienen información geolocalizada de las gasolineras abiertas, información que no producen las compañías, sino los usuarios, los que están comprometidos con todos, que van dejando su huella en la red, marcando lo que saben, lo que observan, en plataformas que lo permiten. Siempre es interesante la lógica de nuestras redes, las humanas enriquecidas por la tecnología.

Juan García, profesor de ITESO, genera infográficos útiles que pone a circular en la red. Por ejemplo, uno titulado “¿En dónde me formo?” lo veo en Facebook (bit.ly/2FOzw1Y) y más tarde me llega por varios chats por WhatsApp, utilizados por gente que no conoce a Juan pero que encuentra valioso su infográfico.

Estamos colaborando a la distancia, en una lógica de red, gracias a las tecnologías. Colaboramos de diversas maneras, sin necesidad de la co-presencia física, incluso sin la concurrencia en el tiempo, sin conocernos.

¿Hasta dónde podemos extender esta colaboración multisituada, en red, no necesariamente síncrona? ¿Podemos llevarla a nuestro trabajo?

Una de las reflexiones más pertinentes ante la situación que vivimos está relacionada con nuestros traslados. La situación nos pone frente a la necesidad de observar cómo nos movemos, cuánto y por cuáles vías. Más allá de cómo mejoramos nuestras prácticas para que “nos rinda más la gas”, se abre la oportunidad de reflexionar sobre nuestros modos de proceder para hacer un cambio más permanente: hacer nuestros traslados, por ejemplo, más amigables con el medio ambiente, más sustentables para la ciudad.

Propongo sumar a esa reflexión otra: ¿y si no nos movemos? ¿Si evitamos trasladarnos, o procuramos hacerlo lo menos posible? ¿Podemos ser más radicales con esto? ¿Qué tanto podemos no movernos a la universidad y seguir colaborando y aprendiendo y enseñando? Tenemos las herramientas y la capacidad para colaborar a la distancia. Es claro que lo hacemos en la vida ordinaria.

Hacer home office algún día de la semana implica organizar un poco nuestros quehaceres. Y no es sólo “encerrarme en casa y aprovechar para chamba personal”, como escribir, lo cual es fabuloso. También podemos seguir colaborando a la distancia.

Es cierto que hay asuntos que requieren la presencia física. Pero quizás menos de los que imaginamos. Un día me encontré a Clara Malo, religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, ofreciendo acompañamiento para los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola por Facebook, algo que podríamos imaginar imposible sin la cercanía y el contacto cara a cara. Se puede estar con otro a la distancia.

Muchas cosas que creemos que requieren de nuestra presencia pueden lograrse sin concurrencia, con las herramientas apropiadas y la disposición de todos.

Por ejemplo, en una semana estuve en dos juntas en donde no todos estábamos en el mismo lugar. Y pudimos trabajar con la participación de todos. Hay herramientas gratuitas para conectarnos, con audio, video o por escrito. El ITESO ofrece soporte y herramientas con más capacidades. Colaborar a la distancia requiere estar pendiente del otro, de los otros. Y eso nos pone en situación de una escucha más atenta ante su presencia sostenida tecnológicamente.

¿Qué pasa con las clases, con los espacios de aprendizaje? ¿Podemos evitar los traslados? Claro. Un ejemplo es la crisis sanitaria por el virus AH1N1, en 2009, que nos puso frente a la obligatoriedad de conectarnos, comunicarnos y trabajar a distancia. El ITESO puso todos los recursos posibles de ayuda y acompañamiento, y los profesores encontraron las vías para seguir la labor docente, aunque el campus estaba cerrado.

Un ejemplo que trascendió más allá del momento de la crisis es el de Cristina González Bermúdez, profesora del Departamento de Matemáticas y Física, quien abrió un canal de Youtube y generó videos caseros con sus lecciones de matemáticas.

No se quedó sólo en una respuesta a la crisis, sino que Cristina siguió, y hoy día tiene más de 66 mil suscriptores. Es una profesora que enseña al mundo lo que sabe y lo deja ahí, para uso gratuito de otros. El título de una nota en la revista Magis (magis.iteso.mx) que habla de ello es “Una profesora sin fronteras” (bit. ly/2G1jnFt). Para mí esa es una invitación, como decía una campaña comercial de cuando Donald Trump empezó con la idea construir el muro en la frontera Estados Unidos-México: “desfronterízate”.

¿Podemos imaginar salir de la frontera de las paredes del contacto físico forzoso, brincar esos muros?

El ITESO imparte, desde hace varios años, cursos a distancia, o parcialmente presenciales. Muchos profesores han aceptado el reto, el cual empieza, en la lógica de acompañamiento que ofrece ITESO y en el marco de su modelo educativo, por cuestionarnos para enriquecer las propias prácticas docentes.

La búsqueda por prácticas mucho más centradas en el que aprende y en su autonomía, más cercanas a los intereses y capacidades de los jóvenes, facilita algo de lo que hay que aprender para trabajar a la distancia: el encuentro con el otro.

Los modelos híbridos son muy ricos. Nos permiten el contacto físico, olernos, abrazarnos, mirarnos directamente a los ojos, a la vez que podemos trabajar muchas cosas a la distancia. Podemos pensar que nos vemos sólo cuando hace falta. ¿Cuándo es esto? ¿Para qué requerimos coincidir? ¿Siempre requerimos coincidir todos?

Por ejemplo, dar una clase en el concepto más común de pararse frente al grupo a presentar o explicar algo, no requiere la presencia física. Si se prevé un espacio de dudas o conversación, sólo se requiere la sincronía, no la presencia física. Claro que nuestras prácticas son mucho más variadas que eso, por eso vale la pena la pregunta en el contexto de las prácticas de cada uno.

Cuando nos quitamos el saco de la presencialidad obligatoria podemos imaginar otras cosas. Por ejemplo, favorecer que los jóvenes desarrollen más su autonomía (del profesor, al menos), su capacidad de trabajo, de producción, de autoaprendizaje, y sobretodo que muestren toda su capacidad para vivir en el mundo digital y conectado, que la pongan en juego, que aprendamos de ella.

Aprender de los modos de relación que los jóvenes han desarrollado al extender, con la tecnología, sus capacidades para relacionarse con el mundo, me parece importante.

Por ejemplo, una práctica muy común hoy día es transmitir en línea una actividad, un conversatorio, una charla. Con ello se ofrece a otros la oportunidad de conocer lo que está pasando. La lógica red da para más que la oportunidad de consumir eso que sucede a la distancia. Se puede participar sin estar físicamente, ya sea en grupo ampliado o en conversaciones paralelas.

Para facilitar la participación en la actividad de quienes no están en la sala, se requiere que haya canales acompañándolos. Pero hay algo más interesante en la red: las conversaciones paralelas.

Una práctica de la que podemos aprender de los jóvenes es estar en el tema desde las redes sociales. Los jóvenes prefieren los “en vivo” y suele haber varios transmitiendo un evento de su interés. Esas transmisiones llegan a sus redes (las personas con las que están conectados) por medio de las herramientas, y ahí se conversa.

La lógica red permite muchas conversaciones paralelas en muchos lugares. Un hashtag apropiado en una herramienta de conversación abierta como Twitter, permite la suma de otros que no pertenecen a la red personal. Una oportunidad enorme para extender nuestras redes, para conocer a otros, para sumar. Se conversa, y se conversa mucho, desde un celular o una computadora. No necesitamos estar en el foro físico para conversar. Y en ocasiones puede ser que en la red se converse más que en la actividad presencial.

La invitación es a explorar, a salir de nuestras fronteras, a reconocer cómo sabemos colaborar a la distancia y aprender de otros, especialmente de los jóvenes. Crear nuevas prácticas para colaborar, conversar, aprender, de modos institucionales o informales, aprender unos de otros. Para reducir los traslados, pero también para enriquecer nuestras prácticas, nuestras redes.