¿Qué tienen en común el feminicidio de Mara Castilla, los desaparecidos de Ayotzinapa y los sismos del 7 y 19 de septiembre?

«#SiMeMatan es porque me gustaba salir de noche y tomar mucha cerveza”

El 5 de mayo de 2017, Mara Castilla, universitaria de Puebla, publicó esto en su cuenta de Twitter. El hashtag correspondía a una campaña masiva en redes que denunciaba el tratamiento de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México del asesinato de Lesby Berlín, la madrugada del 3 de mayo en el campus de la UNAM. La información –ya retirada– hablaba sobre la vida personal de la víctima, que supuestamente estuvo “alcoholizándose y drogándose” antes de que la mataran. El 8 de septiembre del mismo año, Mara abordó una unidad de Cabify y desapareció. Siete días después, su cuerpo fue hallado en un inmueble relacionado con el chofer, envuelto en una sábana, con indicios de violación y tortura.

Ese día, el hashtag #MaraCastilla se volvió tendencia, seguido, días después, de #MiCasaEsTuCasaHermana; a través de él, personas en Facebook y Twitter ofrecían sus hogares en caso de que alguna chica saliera tarde y tuviera miedo de abordar un taxi o servicio privado de choferes. Se organizaron grupos en redes sociales de autocuidado para compartir sus rutas de tránsito, o pasar recomendaciones de cursos de autodefensa. Podía más la confianza en contactos de redes que en las autoridades.

El 7 de septiembre —el penúltimo día con vida de Mara—, un sismo de 8.2 grados sacudió a Oaxaca y Chiapas; algunas fotografías y noticias circularon en redes, hasta que el 19 de septiembre, a las 13:14 horas, la Ciudad de México y alrededores, Puebla y Morelos sufrieron un sismo de 7.1. Las redes se incendiaron. Ciudadanos y ciudadanas, con los días, se articularon con hashtags, grupos y personas a pie para llevar víveres y ofrecer ayuda a retirar escombros.

Todavía con la tragedia del sismo a cuestas, la ciudadanía recordó el tercer aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, del 26 de septiembre. Marchas, menciones en redes y actividades conmemorativas con padres de los desaparecidos se mantuvieron. En el ITESO se dedicó una jornada completa el lunes 25 de septiembre.

¿Qué tienen en común estas tragedias y crímenes impunes? La articulación de la sociedad civil.

Decía Carlos Monsiváis, en su libro No sin nosotros, que fue a partir del terremoto de 1985 que apareció la sociedad civil como un núcleo organizado y como fenómeno social en el país.

“El miedo, el terror por lo acontecido a los seres queridos y las propiedades, la pérdida de familias y amigos, los rumores, la desinformación y los sentimientos de impotencia, todo- al parecer de manera súbitada paso a la mentalidad que hace creíble (compartible) una idea hasta ese momento distante o desconocida: la sociedad civil, que encabeza, convoca y distribuye la solidaridad,” escribió.

“En un contexto en el que el Estado está completamente rebasado por diversas razones, entre ellas —desde mi punto de vista— la falta de voluntad política, la gente se necesita organizar para hacerle frente a las situaciones que nos están golpeando”, afirma Carmen Díaz, profesora del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del ITESO.

Por ello, es de interés internacional (en medios audiovisuales y en periódicos como El País y el New York Times) el poder de la sociedad civil para organizarse. Hay mapas en Google Maps que identifican los edificios derrumbados, los centros de acopio, o permanecen las redes para compartir personas en hospitales o para verificar la saturación de información que se comparte.

“Vemos una forma de expresión comunitaria que está siendo vinculada principalmente por prácticas socio-tecnológicas que tienen los jóvenes en las redes pero que terminan por concatenarse en el espacio público”, dice Darwin Franco, periodista especializado en personas desaparecidas.

“A mí me molesta ese discurso adulto-centrista que considera que los jóvenes apenas están teniendo su 85 o por fin están haciendo algo por la sociedad; yo creo que, más bien, son esas formas de expresión, estas materializaciones sobre las prácticas culturales y mediáticas de los jóvenes las que están demostrando nuevas formas de solidaridad”, dice el también profesor del ITESO.

Estas redes no salieron de la nada, afirma Darwin Franco. Han sido efectivas en gran medida gracias a proyectos previos y prácticas que reconocen quienes trabajan por los feminicidios, las desapariciones forzadas, las luchas por el territorio o la movilidad alternativa.

“Estas articulaciones previas de colectivos permitieron que Jalisco, por ejemplo, fuera tan efectivo en el envío de víveres a zonas de desastre, gracias a las redes que ya existen y que utilizaron espacios como Casa Territorio. O el movimiento de movilidad alternativa, que en la Ciudad de México está acarreando víveres con mayor rapidez a las zonas de desastre”.

También está el colectivo feminista que defiende que continúe la búsqueda de mujeres en la fábrica de textiles de la colonia Obrera, ya que muchas no estaban registradas por ser migrantes, o la propia brigada de migrantes que trabaja en los escombros del Istmo.

“Hay una efervescencia del reconocimiento al dolor ajeno como propio, que los jóvenes han sido capaces de no solo enmarcar en las redes sociales digitales, sino en su capacidad de transitar los espacios físicos; no divididos en un online y offline, sino como un continuum que manifiesta otras formas de participación y organización ciudadana, que responden a esta afinidad, empatía y amor por el otro”, afirma el periodista.

¿Por qué reaccionar a unos sí y a otros no? Los jóvenes tienen otras formas de organización que en este momento han resuelto muchas cosas, explica Carmen Díaz. El problema que persiste es que esto sucede cuando existen picos de la violencia que vivimos cotidianamente.

“El caso de Mara fue un detonante porque muchas mujeres nos vimos reflejadas en ella. Pero eso no significa que no haya más feminicidios, pero su perfil no les resonaba tanto a las mujeres universitarias”, explica la profesora que pertenece a la Red Universitaria de Género.

En el caso del sismo del 19 de septiembre, fue hasta días después que se redirigió toda la ayuda a Morelos, a Puebla y al Istmo de Tehuantepec.

Ayotzinapa es un ejemplo de la punta del iceberg. Es un tema que acapara medios, y una de las consignas de los familiares de los normalistas desaparecidos es “Nos faltan 43 y muchos más”; como muestra que este es uno de los miles de casos sin resolver.

“Fuera quien fuera, ahí deberíamos estar presentes diciendo que no es normal ¿Cómo le hacemos para que, después de estos picos de conciencia y de la potencia que tenemos al organizarnos, no nos soltemos?”, se pregunta Carmen Díaz.

Ninguno de estos problemas es individual; es un problema complejo y colectivo, y en colectivo hay que sumarse. Si no se vincula todo lo que ha sucedido, es muy difícil perseverar en estas búsquedas de justicia, y a esto le apuesta el estado, afirma, “al olvido, al cansancio, al desgaste”.

“Poner el cuerpo es la solución: estar en las calles te da la sensación de que eres parte de algo. Encontrarte con el dolor de las madres buscando a sus hijos desaparecidos; el dolor de haber perdido a una amiga por un feminicidio. La gente que fue a recoger escombros, a pedalear con víveres, ya tuvieron esa experiencia de transformación e incorporación de ese sentimiento al cuerpo, que es muy difícil que se olvide”.