¿Cuál fue el último consejo dudoso que recibió usted sobre cómo comportarse en esta crisis? ¿No le inquietan situaciones donde tratan como iguales los consejos de la mayor organización internacional en materia de salud y un mensaje llegado por cadena, o varios contradiciéndose? ¿En una pandemia no hay prácticas buenas y malas por sí mismas ni instituciones que merezcan ser creídas por todos? Estas y más preguntas lanza y responde creativamente Alberto Carrasco desde la ética de la comunicación en tiempos de pandemia.
POR ALBERTO CARRASCO, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA
1
En “Atenta despedida de un servidor”, casi al final de sus Cuentos y Canciones, Cri-Cri nos decía que “la vida consiste en educar el esfuerzo. Cada día hay que hacer más siguiendo el consejo de los viejos, obedeciendo los mandatos de mamá y perdonando torpezas a niños que conocemos; hacer más, cada vez más, así ha ido el mundo rodando y en sus vueltas aprendiendo”. Vivir, crecer, seguir consejos y mandatos, y perdonar estarían implicados en el aprendizaje que disciplina y da fruto. No habría una persona acabada, perfecta, sabelotodo. Tiene todo el sentido perdonar las torpezas de los niños que conocemos, así como recibir perdón de las nuestras.
En efecto, tenemos nuestros viejos que nos han aconsejado y nuestras mamás con sus mandatos. Y además abuelas y tíos, maestras y primos, monjas, rock stars, influencers, activistas, pensadores profesionales, líderes de opinión, obispos. Instituto, colectivo, portavoz, universidad, asamblea, website, empresa. ¡Vaya! ¡Muchas voces consejeras y mandantes! Claro que en el camino hay voces que nos quieren (re)orientar, cada una a su modo: “escúchame a mí, no hables con extraños”; “tú hazlo, ¿a poco te crees todo lo que dicen nuestros papás?”. Las rupturas más dramáticas pretenden la negación de toda tu moralidad anterior. Lo que un día te dieron por bueno ahora lo juzgamos como malo (tonto tú por haberlo creído). Supera tapujos, únete a los inteligentes, adopta prácticas que sí son buenas, liberadoras, ejemplares, no como las de aquellos retrógrados, represivos, reprobables. Muchos recordamos el choque moral que tiene Emil Sinclair por su encuentro con Max Demian en la celebrada novela de Hermann Hesse.
Lo que en principio es sano uso de la razón, puede decaer en una actividad tan destructiva que terminará por no creer en nada. Como sucede con el león que Nietzsche nos presenta en el “Discurso de las tres transformaciones”, de Así habló Zaratustra, que destruye las escamas del gran dragón; en cada escama está escrito “tú debes”, con cada zarpazo el león dice “yo quiero”. Pero, escribió Nietzsche, el león acaba por conquistarse su desierto, incapaz de crear nuevos valores. Uno de los amigos más queridos que he tenido, el fallecido jesuita Jorge Manzano, SJ, en una ocasión me platicaba la impresión que le causó un taxista [no recuerdo con precisión si era un taxista] con la frase “ya no le creemos a nadie”. Encima, a base de descreer, podríamos acabar creyéndole al que nos dijo que no creyéramos. O, para que no le creamos a él, nos lleva a otro sitio y vamos fiándonos de las voces que nos presentó.
Como lo sabe nuestro propio sentido práctico, nadie se cree todo, pero tampoco hay quien se quede sin creer. Evidentemente hay creencias sobre lo bueno y malo antes, durante, después de una pandemia. Algunas prácticas se mantienen, otras se reciclan, unas más aparecen. Piadosos, legales y morales, los consejos y mandatos se contagian. Se habla de buenas y malas prácticas en el comportamiento familiar, el abastecimiento de enseres, netiquetas, espacios públicos, etc. ¡Mas somos tantos creyendo y practicando tantas cosas! Quot capita, tot sententiae, cuantas cabezas haya, sentencias y pareceres habrá. El hermano contradice lo que mamá acababa de leernos desde su fuente de información; luego papá regaña a la hija por haber actuado de un modo que ya se demostró inseguro, y la abuela llama ridículo a papá recordándole que ella tiene más saber de la vida. Si uno sale de las áreas más ordenadas de la ciudad aparecen prácticas distintas, hasta contradictorias desde un punto de vista relativo a las nuestras. Para cuando llegamos a un pueblecillo, buenas prácticas que traíamos han desaparecido y quizás hasta le digan a uno que en realidad no hay pandemia. El puesto de tortas concurrido como siempre, el futbol se hace igual que siempre, los niños revolotean en el kiosco como siempre. Cum Romae fueritis, romano vivite more, cuando vayas a Roma vive como lo hacen los romanos.
2
Si en mi casa es bueno andar sin cubrebocas, ¿ya no lo es en casa de mi vecino? Si en el empleo es un acto responsable sanitizarme desde el copete hasta la suela y mantener sanas distancias, ¿deja de serlo cuando invito a un montón de familiares y conocidos? ¿le pido al fontanero que se cubra, pero no al amigo (o viceversa)? ¿Cómo orientarme entre tantas voces? ¿me sigo devotamente en mi verdad, parézcale a quien le parezca? ¿Es que en una pandemia no hay prácticas buenas y malas por sí mismas, ni instituciones que merezcan ser creídas por todos?
Me han dado qué pensar, entre muchas cosas, tres fenómenos que brevemente reflexiono aquí: a) descreencia a instituciones grandes, credibilidad a otras voces; b) ambientes relativistas que aplanan las verdades; c) sofística, selección y capitalización de argumentos según los propios intereses. Ninguna de las tres es algo nuevo, me refiero a su lugar dentro de una pandemia donde no todas las creencias y prácticas son inocuas. Algunas dejan personas empobrecidas, enfermas, hospitalizadas, muertas. Aunque es imposible calcular cuánto de este mal sea atribuible a los fenómenos de descrédito / credulidad, ambiente relativista, intereses / sofística, no dejo de preguntar si y cuándo son factores importantes en el mal que era y es evitable.
Quien no conoce a Dios a cualquier santo le reza. Cuando se devalúa la autoridad moral de grandes instituciones, es típico que comience la creencia en cualquiera que se presente como mejor postor. ¿Cuál fue el último consejo dudoso que recibió usted sobre cómo comportarse en esta crisis? ¿O la más reciente información sobre lo maligno de alguna práctica sanitaria, médica, logística en lugares y espacios formalmente establecidos? A la par de la expansión del virus hay una pandemia de bulos, teorías conspirativas, verdades alternativas. Más fácilmente llega a verse la responsabilidad moral sobre lo que podamos transmitir con nuestros cuerpos, y no tanto la responsabilidad de lo que movemos en nuestra palabra comunicante (redactada o copiada).
El poder de las fake news y los camelos reside en que son percibidos como ciertos y aplicados como si se tratase de conocimiento válido. Hay quienes queriendo evitar que se les tenga por crédulos prestan atención a lo que parezca más alejado del lugar común. Compleja problemática, porque de hecho hay contradicción entre datos oficiales. Lo que dicen mandatario y ministerios está contradicho por el país vecino; lo que dice el federal lo niega el estatal, etc. Y complejo porque el que cree y/o trata de inducir alguna creencia no suele tener una intención negativa; incluso siente satisfacción por haber ayudado, compartido algo para despertar de las mentiras que nos dicen, difundido remedios sobre prevención y curación. No obstante, desde la ética preguntémonos sobre la falta de cuidado en los usos de la palabra, los daños reales provocados tras buenas intenciones, el deber de profundizar, desmentir, corroborar. Alguno puede reír al divulgar algo, y luego llorar por no haber visto el riesgo real. Recuerdo el video de un ‘maestro en Kabbalah’ que, tras una rebuscada explicación sobre la causa del coronavirus, con numerología, hebreo, moralismo sexual, temperatura y datos errados, tocaba su shofar como solución y protección espiritual, asegurando que todos podían irse en paz a trabajar; formulación que siguieron, al menos algunos, como inmunidad. Anécdotas podemos compilar.
En este ambiente de descrédito a las instituciones y crédito a las alternativas, por más incompatible que parezca, coexisten ambientes relativistas. ¿No le inquietan a usted situaciones donde tratan como iguales los consejos de la mayor organización internacional en materia de salud y un mensaje llegado por cadena, o varios contradiciéndose? Para muchas personas la respuesta al problema se presenta como una secuencia sin ton ni son que puede incluir la ocurrencia que puso una persona de la oficina, el extracto de alguna agencia noticiosa, el nuevo comunicado del gobierno, una hojita escaneada quién sabe dónde, obtenida sabrá Dios cómo; dos memes, tres gifs, tweets copiados de por allá; el remedio del tío, el audio del shofar, la combinación de piedras que hay que poner bajo la cama. Este aplanado de fuentes consejeras luego procura seguirse más o menos por igual. Hay que practicarlos todos, por si acaso.
Para distinguir: Una cosa es descuidar la tarea ética acerca de la comunicación; y otra es tratar como iguales cosas que son desiguales. No es que sólo cuente en moral el dato científico, pero si no apuntamos diferencias que haya que apuntar, si damos igual valor a cualquier respuesta, si no discernimos entre opinión, creencia, conocimiento, ocurrencia, conjetura, hipótesis, teoría, saber, etc., actuamos con injusticia. Procuremos dar a cada cual lo que le corresponde.
3
El relativista deja de predicar cuando sus intereses están de por medio. Deja de ser relativista si un ladrón le roba alegando la validez de su oficio, con sus usos y costumbres. Pero sí es posible que el ladrón y usted se pongan sofistas. Recordemos que los sofistas de la antigua Grecia ejercían su retórica al servicio de quien pagara. Se trata de un uso pragmático, exaltar la propia verdad entre varias que compiten.
En esta pandemia han florecido discursos que moldean la percepción de realidad según quien la enuncia. Hay mucho de la falacia de anfibología, es decir, crear eslóganes o etiquetas que utilicen palabras con más de un sentido, manipulando su uso. Palabras que al oyente le resuenan con su sentido, pero ambiguas para que el enunciante siga su agenda. Cuando una autoridad dice “estamos velando por lo más importante para ti”, ¿están ellos velando por lo que es más importante para mí? Si dice “te compartimos los mejores consejos para cuidar de nuestra salud y bienestar”, ¿son los ‘consejos’, ‘cuidados’, ‘salud’ y ‘bienestar’ que yo estoy necesitando?
Lamentamos ver cómo los contagios y muertos se vuelven datos útiles en la verdad que nos presenta el sofista. Si alguien pide información clara para tomar mejores decisiones, porque lo dicho no cuadra, quizás se le responda “yo tengo otros datos”. Un malestar queda cuando el control de imagen pública dicta el uso o no de mascarilla, geles, pruebas de detección, las partidas presupuestales, la determinación de algo como actividad esencial o no-esencial, etc. Y la sofística funciona igual a escalas menores: A tal interés, tales datos para justificarlo, otros se omiten. ¿Cuántos hemos escuchado a alguien justificar su festejo, con invitados atiborrados, mariachi y juegos, según argumentos a conveniencia como “ya dejan hacerlo”, “que sean menos de 50”, sabiendo que mucho más se ha dicho? O los descuidos de algún joven bajo el dato “está demostrada la bajísima letalidad en mi rango de edad”. El sesgo de confirmación y la sofística son asuntos peligrosos.
En verdad, asumamos más seriamente nuestras responsabilidades, perdonemos, pidamos perdón. La ética reflexiona sobre el fundamento de la moral que practicamos, los actos de otros y también el mío. Somete a tela de juicio consejos de viejos, mandatos de mamá y cadenas del whatsapp. Comencé con Cri-Cri, que sea él quien nos deje otros consejos: “No destruir ni libros, ni animalitos, ni flores o arbolitos esbeltos. Seremos cada vez más ricos queriendo ser cada vez más buenos; que aquel que piensa torcido lo perseguirán en el sueño cosas terribles y falsas, envenenando su tedio”.
Si te gustó el cartel de Hugo García, descárgalo aquí.
Lee la serie completa de Reflexiones éticas en una pandemia y colabora con nosotros, escribe a cruce@iteso.mx