Se presentó en el ITESO la primera función de la puesta en escena que retrata la vida del misionero jesuita italiano y que recuerda la tragedia de hace un año en Cerocahui, Chihuahua

Con la presencia en primera fila de Javier Ávila, SJ, párroco de la Sierra Tarahumara, se llevó a cabo la puesta en escena de la obra Matteo Ricci, ante un colmado Auditorio Pedro Arrupe, SJ, del ITESO, que aplaudió de pie esta obra que celebra la vida del misionero italiano jesuita del siglo XVI y recuerda lo ocurrido en 2022 en Cerocahui, Chihuahua, donde fueron asesinados por el crimen organizado los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora, así como el guía de turistas Pedro Palma.

Contada en dos partes, la obra dirigida por Luis de Tavira y Jorge A. Vargas muestra la vida de Ricci, desde sus años mozos en su natal Macerata, su paso por Lisboa, sus primeras misiones en Goa y Cochin, además de su llegada y su complicada adaptación a la China de la dinastía Ming, donde pasaría los últimos años de su vida como científico de la corte imperial en la Ciudad Prohibida de Pekín.

Sin embargo, debajo de la trama que retrata la épica y sacrificada vida de Ricci, subyace otra lectura, que fue transmitida durante varios momentos de la noche: el cuestionamiento de que en esta realidad mexicana somos incapaces de ver al otro y que las narrativas de violencia, riqueza y poder están envenenando el corazón de la humanidad.

Utilizando una combinación de distintas técnicas teatrales, que incluían el uso de máscaras, marionetas, cantos descriptivos a manera de musical, narradores que ponían en contexto al público y rompían la cuarta pared, así como el uso de 10 pantallas que servían para escenificar ambientes como el mar bravío, la China imperial o incluso la comunidad y la iglesia de Cerocahui, el trayecto de la obra se concibió como un fino tapete entretejido, donde los hilos centrales eran la misión de Ricci y sus colegas jesuitas, pero en medio surgían las reflexiones crudas y dolorosas acerca del crimen cometido en el pueblo rarámuri.

«Javier Campos llevaba más de 50 años en la Tarahumara cuando lo asesinaron», compartían en un momento; «Yo quiero morir en la Tarahumara», decía el padre Jesús Reyes, sobreviviente de la masacre y quien se negó a ser transferido después del suceso; «La locura del poder es la nueva enfermedad del siglo XXI», mencionaban en los lapsos oscuros en que recordaban el homicidio; «No nos acostumbraremos a la violencia deshumanizante», se aseguraba desde la institución jesuita.

Un total de 10 actrices y actores se desenvolvían en el tablado pasando de un personaje a otro, lo mismo encarnaban a los jesuitas y su mundo europeo que se presentaban como orientales, hablando en mandarín. Quienes participaron en escena fueron Esther Orozco, Ricardo Leal, Rocío Leal, Héctor Holten, Alejandra Garduño, Andrés Weiss, Patricia Yáñez, Valentina Manzini, Adrián Aguirre y David Martínez Zambrano, acompañados en la música por Jesús Cuevas.

No obstante que era un sendero con claroscuros, el lado luminoso correspondía a la trayectoria de Ricci, quien defendía una forma distinta de predicar el cristianismo, un modo propio jesuita, el cual abraza la diferencia, empodera el diálogo y la culturización del misionero, a la par de que contempla la sana convivencia entre los designios de la creencia religiosa y la razón.

«Todo saber decisivo comienza en el asombro. Las matemáticas derriban las murallas que aprisionan al espíritu, son la llave hacia el cosmos», escuchaba Ricci de su maestro durante sus años de formación. Esta misma vocación científica fue la puerta de entrada que le permitió al misionero convertirse en Li Matao y ser aceptado como cartógrafo y matemático en el Imperio del Medio, donde permaneció hasta su muerte por pulmonía, acaecida una hermosa tarde de primavera, tras haber reconocido el valor de la filosofía china a través de Confucio, a quien consideró el más admirable interlocutor de Jesús que había encontrado en su vida.

Así, el camino doble fue conjurado: una bandera mexicana vestida de luto y un clamor de justicia fueron el colofón en la conmemoración de la tragedia de Cerocahui; un Li Matao muriendo en paz con su túnica y su larga barba de sabio oriental, al lado de nuevos misioneros jesuitas, como prueba fehaciente de que el reconocimiento de los otros es el mejor camino a la evangelización.

FOTOS: Luis Ponciano