El cuarto número de la Revista Análisis plural nos invita a descubrir los distintos abordajes desde los que podemos llegar a acuerdos para lograr una paz que puede ser vivida o entendida de modo distinto para cada persona

 

La pluralidad es una cuestión que apreciamos en muchos ámbitos. La vemos, por ejemplo, en la riqueza de perspectivas, de emociones, de opiniones, de sujetos libres que piensan, sienten y viven de manera distinta en una misma casa común que nos circunda. Efectivamente, somos distintas y distintos en el modo que vivimos nuestro mundo; cada una y cada uno de nosotros posee una lente particular con la cual se filtra la realidad y que concede un único punto de vista a los hechos.

La antedicha circunstancia puede ser provechosa en algunos aspectos, pero también tendentemente conflictiva en otros. Es algo que, a juicio de quien redacta estas líneas, se ha presentado de manera interesante en el cuarto número de la revista Análisis Plural, “Construir la paz en un mundo roto”. En efecto, respecto al fondo (lo que se plantea como temática) del número, puede que se atisbe cierta problemática de tal diversidad; mientras que, en cuanto a la forma (el número en sí), se advierte el carácter favorable. El lector o lectora será quien finalmente juzgue si se sostiene o no esto que se acaba de proponer, a partir de las razones que se brindan enseguida. Comencemos por tratar la forma.

A lo largo de los trabajos que conforman el cuarto número de la citada revista hay una idea común: existen múltiples formas de abordar la paz. En ese sentido, es lícito hablar ya no de “la paz” en singular, sino de “las paces”, en plural. Paradójicamente, entonces, lo común aquí es lo diverso, lo plural. Lo jurídico, lo psicológico, lo histórico, lo práctico-ingenieril, lo crónico, lo gráfico, lo intercultural…; todas son vías fecundas, posturas múltiples, variadas entre sí, para tratar un tema del que cada ser humano, cada cultura, tiene una noción distinta y tan válida como las otras. Y son esas mismas vías, entre otras tantas, las que se exploran en los artículos del número y que le conceden un cariz peculiar que, a juicio propio, hace honor al nombre de la revista, Análisis Plural, entre cuyos objetivos figura, precisamente, la búsqueda de la pluralidad. De ahí, por tanto, que, en cuanto a su forma, tal pluralidad le haya representado un beneficio al número. Y puede que tal beneficio refleje también en su aplicación a la primera parte de su nombre, “Construir la paz…”. Si queremos juntas y juntos construir la paz, tal proyecto puede encontrar ganancia en la riqueza de ideas y sensibilidades de todas y todos. Ciertamente, así como en la construcción de un edificio o de una casa intervienen muchas personas que abonan al proyecto con sus planes y visiones, del mismo modo construir la paz es una labor común que se nutre de cuanto todas y todos podemos abonarle.

Pero es aquí mismo donde aparece la otra cara de la moneda. Para explicitarla daré tres pasos simultáneos: pasar al fondo del número, recuperar la segunda parte de su nombre, “… en un mundo roto”, y plantear la siguiente pregunta: ¿cómo construir la paz —las paces— en un mundo en el que cada persona o cada cultura, como ya se decía líneas atrás, puede tener una noción distinta y tan válida de este concepto?

De nuevo, en alusión a la pluralidad, si bien puede que no haya una única causa detrás de los cuantiosos problemas que aquejan a nuestro mundo y a nuestra sociedad, cabe argumentar que un posible motivo de esto estribe en la compleja dificultad que implica conciliar todas esas perspectivas, emociones y opiniones de sujetos libres que piensan, sienten y viven de manera distinta en esta casa común. Así pues, esa misma pluralidad que inspira a mejores ideas para construir la paz puede llevarnos a un mundo roto si no sabemos llevarla a buen puerto, esto es, al acuerdo conciliador que parta del diálogo, la tolerancia y la aceptación de lo distinto.

¿Cómo llevar esto a su ejecución? ¿Cómo llegar a acuerdos para lograr una paz que puede ser vivida o entendida de modo distinto para cada persona? Aunque a lo largo del número se intenta bosquejar un sendero que guíe a un atisbo de posible respuesta —o, cuando menos, ideas entre líneas para forjar un criterio propio ante el contexto del problema—, hemos de reconocer con humildad que no hay una única respuesta fácil para esto. Quizá lo primero sea percatar esa pluralidad que nos enriquece como humanidad. ¿Constituiría una renuncia a ella el concilio generalizado para volver a unir el mundo roto en que vivimos? Por lo pronto, el ser distintas o distintos puede ser una invitación a darle su lugar a la otra persona, enriquecernos de cuanto nos pueda aportar. Tal vez un concepto común de paz comience por ahí.

FOTO: Zyan André