Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, es uno de los salvadoreños que más ha influido en la historia de su país y de la Iglesia salvadoreña. Sin pretender hacer una revisión de su biografía, este texto nos guía a entender su mensaje y ejemplo, que son una experiencia viva, iluminadora y replicable aquí y ahora

Por Rafael Moreno Villa, SJ

No es frecuente encontrarse con una persona que, a pesar de ser tímida, frágil psicológica y fisiológicamente, y controversial en su país de origen, haya logrado un impacto tan significativo a nivel global. 

Uno de estos casos es el del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la Eucaristía. Como bien lo describe Roberto Morozzo, uno de sus principales biógrafos, monseñor Romero “es una figura controvertida y cargada de polos opuestos: profeta y subversivo, mártir y revolucionario, hombre de Iglesia y hombre de política, pastor de almas y agitador callejero”. Para algunos de sus conciudadanos era el causante de todos los males; para la mayoría del pueblo sencillo, era su pastor. Actualmente, sin duda es el salvadoreño más conocido en el mundo, uno de los que más han influido en la historia de su país y de la Iglesia salvadoreña y el que más ha impactado a coetáneos de otros países, sobre todo de México y el resto de Latinoamérica. Mientras vivía, le concedieron dos doctorados honoris causa, fue nominado al Premio Nobel de la Paz, le otorgaron el Premio de la Paz 1980. Post mortem, la Asamblea Legislativa de El Salvador lo declaró “Hijo Meritísimo”, la Organización de las Naciones Unidas lo reconoció como un humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano por su dedicación al servicio de la humanidad. A nivel eclesial, la Iglesia anglicana, antes que la católica, lo reconoció como uno de los diez Mártires del Siglo XX. El Vaticano lo declaró beato en el 2015 y lo canonizó en el 2018. 

En esta ocasión, no pretendo presentar la biografía ni explicar la trayectoria de monseñor Romero en favor de la justicia y la búsqueda de la reconciliación, tan solo quiero exponer esquemáticamente mi opinión sobre cómo entender e imitar la espiritualidad de este personaje tan importante más allá de El Salvador. Sí espero que quien lo lea se interese por conocerlo más a fondo, pues estoy convencido de que su mensaje y ejemplo resultan ser una experiencia viva, iluminadora y replicable aquí y ahora. [1]

La firme conciencia de que Dios es quien potenciaba su mensaje y su acción pastoral reflejada en esta plegaria hizo que monseñor superara su timidez y fragilidad natural, enfrentara las crecientes agresiones en su contra, desarrollara la esperanza de que su gestión podría ser transformadora no obstante constatar que la situación del país se iba agravando y polarizando cada vez más, y conservara su modo de ser sencillo y humilde a pesar de percibir las crecientes expectativas que la población tenía en él, y recibir por parte de ella tantas manifestaciones de reconocimiento, admiración y gratitud. 

Cuatro pautas

En base al privilegio que tuve de haber colaborado con Monseñor durante los tres últimos años de su vida, me parece que el arzobispo Óscar Romero desarrolló una espiritualidad muy profunda y auténticamente cristiana, inspirada principalmente en los siguientes ejes de acción que considero sencillos de entender, no difíciles de replicar y, que, en el caso de Monseñor, demostraron ser muy efectivos para permitir que Dios actuara en él y, mediante él, en sus contemporáneos. 

1. La convicción que orientó e impulsó su vida  

Como preparación para su Ordenación sacerdotal, Romero formuló esta bella oración: 

“Señor, Tú eres todo, yo soy nada y, sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho. ¡Ánimo! con tu Todo y con mi nada haremos ese mucho”. 

La firme conciencia de que Dios es quien potenciaba su mensaje y su acción pastoral reflejada en esta plegaria hizo que monseñor superara su timidez y fragilidad natural, enfrentara las crecientes agresiones en su contra, desarrollara la esperanza de que su gestión podría ser transformadora no obstante constatar que la situación del país se iba agravando y polarizando cada vez más, y conservara su modo de ser sencillo y humilde a pesar de percibir las crecientes expectativas que la población tenía en él, y recibir por parte de ella tantas manifestaciones de reconocimiento, admiración y gratitud.  

2. La perspectiva desde la que decidió seguir a Jesús  

Como buen pastor que huele a oveja y está comprometido hasta las últimas consecuencias, sobre todo con aquellas más vulnerables; iluminado por la vida de Jesús y muy en concreto por la parábola del buen pastor, el arzobispo Romero concibió su cargo episcopal como un servicio sobre todo a las personas más empobrecidas o víctimas de la violencia.  

Ello lo motivó a salir de la catedral y de la capital del país para ir a recorrer todas las rancherías de su diócesis y convivir con la población marginada, a dejarse afectar por su situación de pobreza y represión, a guiarlas y a dejarse guiar por ellas, a defenderlas alzando su voz para denunciar las injusticias que padecían, a no abandonarlas ante las crecientes amenazas que recibió, a correr la misma suerte de muchas de ellas que terminaron, como Él, devoradas por el lobo. 

3. El faro que guió su discernimiento 

En su afán de ser buen pastor, monseñor Romero siempre procuró discernir los signos de los tiempos, buscar la voluntad de Dios. Para ello, la pregunta que constantemente se hizo, cuya respuesta determinó su predicación y gestión pastoral fue ¿qué hubiera dicho o hecho Jesús, aquí y ahora, en estas circunstancias? 

De esta forma, mantuvo su autonomía con respecto a las organizaciones políticas de su tiempo, actuó desde el Evangelio, sin temor al qué dirán, sin dejarse llevar por el miedo, ni por sus filias o fobias, motivado por el amor, con la intención de eliminar la injusticia y el sufrimiento.   

 4. La manera como concibió su misión en un país cada vez más desigual y polarizado  

La intención de actualizar la presencia de Jesús en la coyuntura tan delicada salvadoreña lo hizo capaz de asumir la tensión dialéctica entre justicia y reconciliación, sin que la exigencia de justicia hiciera imposible la reconciliación ni que su deseo de reconciliación diluyera su exigencia de justicia.   Ello mismo posibilitó que sus enérgicas y concretas denuncias no fomentaran el odio ni el deseo de venganza, ya que siempre las hizo inspirado en que todos los seres humanos formamos parte de una misma familia, tenemos un Padre común, somos parte de un mismo cuerpo. Su ejemplo confirmó que no es lo mismo urgir la justicia entre hermanos de un mismo Padre, a hacerlo entre adversarios. 

“Señor, Tú eres todo, yo soy nada y, sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho. ¡Ánimo! con tu Todo y con mi nada haremos ese mucho”. 

Las advocaciones que propone el Papa Francisco para invocar y/o imitar a San Óscar Romero

Una confirmación de que las pautas que he enunciado fueron determinantes en la vida del arzobispo de San Salvador y en el impacto de su labor pastoral es el hecho de que estén muy referidas a las advocaciones con las que el Papa Francisco caracterizó a monseñor Romero y al fruto que explicitó pueden esperar las personas que lo veneren.

En su carta en la que lo proclama beato, lo presenta como: 

  • Obispo y mártir, 
  • Pastor según el corazón de Cristo,  
  • Evangelizador y padre de los pobres,  
  • Testigo heroico del reino de Dios, reino de Justicia, fraternidad y paz.

En el mensaje que envió para ser leído durante la ceremonia de beatificación, manifiesta claramente:  

“En este día de fiesta para la nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana” […]. 

 Monseñor Romero sigue invitando a la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero “al respeto a la vida y a la concordia, a renunciar a «la violencia de la espada, la del odio»», y vivir «la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Monseñor supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo».  

En consecuencia, el Papa Francisco termina animando a “quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, a que encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno”. [2]

[1] Para quien se interese en conocer su vida, recomiendo leer Roberto Morozzo della Rocca, Primero Dios, Vida de Monseñor Romero (Buenos Aires: Edhasa, 2010); su pensamiento teológico, Pedro Miguel Lamet, Jon Sobrino y James R. Brockman, Romero de América, padre de los pobres (España: Mensajero, 2015); su gestión en favor de los derechos humanos y de la paz, Rafael Moreno, Monseñor Romero, Testimonio vivo de justicia y reconciliación, Buena Prensa, México 2021. 

[2] Papa Francisco, Carta Apostólica para proclamar Beato a monseñor Romero, y Carta al Arzobispo de San Salvador y Presidente de la Conferencia Episcopal salvadoreña, ambas del 23 de mayo del 2015.